Arturo Rodríguez García / Fotografía: ProcesoFoto
En 2012, durante la campaña presidencial, resultaba evidente la escasa formación política de Josefina Vázquez Mota, más próxima al coaching motivacional de negocios en los tempranos noventa, un abismo distante de la perspectiva de Estado indispensable en un candidato presidencial.
En una campaña política es posible advertir la cultura política, la habilidad en la resolución de problemas o crisis, y aun los defectos de carácter. Inclusive, los detalles más intrascendentes son sobreexpuestos pues, en la vorágine proselitista, los candidatos están bajo la lupa.
Con Josefina había deficiencias más o menos generalizadas en toda campaña presidencial: actos frustrados por impericia logística; exposición descontrolada que resultaba en repudios ciudadanos; repetición discursiva de pésima confección.
Pero todo era peor. Los actos frustrados, pasaron del vacío patético del Estadio Azul –donde se proclamó el arranque de su candidatura– al fracaso de la gira por Veracruz –donde dejó simpatizantes plantados por mal cálculo de horarios–, pasando por el extravío literal de parte de su comitiva, auténticamente por los caminos de Michoacán. O las veces que, por mal entarimado estuvo a punto de caer y debió arengar descalza.
La exposición sin control fue, de los limonazos en Tres Marías, Morelos –donde la encararon y corrieron mujeres trabajadoras al iniciar la campaña–, al día que visitó el Hospital General para repartir cuentos infantiles que según ella había escrito, pero por los que no supo responder de personajes ni contenido.
Y estaba el discurso, que pasaba de cuestionar tímidamente al PRI y su candidato, a reivindicarse vecina de uno y otro lado; la omisión respecto al desgarramiento nacional por la militarización y la violencia, para luego llamar al voto pidiéndole a las mujeres que amenazaran al marido con “no hacerle cuchi cuchi” si no votaban por el PAN.
Fue candidata presidencial excluida de los conciliábulos del poder real; políticamente usada por la mezquindad masculina; un instrumento de legitimación al que le jugaban mal… parecía ingenua, víctima involuntaria de sí misma, pero también de la perversidad de otros.
La derrota mandó al tercer lugar al PAN que estaba en el poder. Las razones de ese resultado no son atribuibles sólo a su mal desempeño y, como ha acreditado Álvaro Delgado, en su libro “El Amasiato, el pacto secreto Peña-Calderón y otras traiciones panistas” (Ediciones Proceso. 2016), había mucho más detrás de esa candidatura-bulto, cuyo papel se repitió este año de manera más estrepitosa en el Estado de México.
Finalmente nos enteramos que nada había de ingenuo, que no era víctima, que después sacó ventaja, pues ahora se sabe que ella acudió a la constante forma de hacer política en este país: la tranza.
La investigación de Mexicanos contra la Corrupción e Impunidad, documentó 900 millones de pesos otorgados por el gobierno de Peña Nieto a un tinglado de organizaciones que van a dar a Vázquez Mota –que en campaña se presentaba como “diferente”– en su calidad de presidente de la organización Juntos Podemos. Previa denuncia, la Auditoría Superior de la Federación, registró ya irregularidades por casi 40 millones de pesos sólo por 2014 y 2015, años en los que se le otorgó la mitad de los, en realidad, 945 millones. Falta revisar 2016 y el monto irregular podría incrementarse.
La percepción era acertada. Josefina era pura motivación para los (sus) negocios y nula oferta política.:.
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