Arturo RodrĂguez GarcĂa
Entre las muchas expresiones formulares, frases hecha del discurso gubernamental, suele repetirse que hay, que se trabaja o que existe suficiente fortaleza institucional. En los hechos, es una mentira o cuando mucho una aspiraciĂłn, inclusive en su dimensiĂłn electoral.
Aunque el debilitamiento institucional se padece a diario, pocas veces como en un proceso electoral puede observarse el grado de deterioro y, particularmente, en el desarrollo de esta sucesión presidencial, junto con los 3 mil 405 cargos que se elegirán este año, hay condiciones alarmantes.
El aspecto más crĂtico es –ni duda cabe– la violencia. Ya el 3 de enero anticipamos en este espacio que la violencia impactarĂa las elecciones. Un recuento realizado en la agencia Apro nos aproximaba entonces a una estadĂstica que rondaba los 30 asesinatos de actores polĂticos, muchos de ellos aspirantes a algĂşn cargo de elecciĂłn popular por los distintos partidos. Violencia e impunidad, agravados por su dimensiĂłn polĂtica.
Las cifras de la secretarĂa de GobernaciĂłn, establecen esa cifra a la que llegábamos en enero de 30 asesinatos, entre el 8 de septiembre, fecha de inicio del proceso electoral federal, y el 12 de marzo, cuando el titular de la dependencia, Alfonso Navarrete Prida, llamĂł a los partidos a regresar a una mesa de seguridad.
La cifra que ha dado a conocer la consultora en análisis riesgo, Etelleckt, publicada por diario El Economista el 13 de marzo, arroja un saldo aun más crĂtico y creĂble: 68 asesinatos de actores polĂticos entre el arranque del proceso y el 8 de marzo.
Dicha consultora registrĂł tambiĂ©n que en el perĂodo han ocurrido 117 agresiones, además de 24 agresiones contra familiares de polĂticos que han cobrado 28 vĂctimas. La cifra creciĂł en cinco dĂas y su dimensiĂłn hace lucir la supuesta agresiĂłn a Ricardo Anaya, como denuncia frĂvola.
Aunque faltan 108 dĂas para la elecciĂłn, la conclusiĂłn ya es una: nuestra democracia electoral es una carnicerĂa y las consecuencias una incĂłgnita, pues los niveles de impunidad son tan altos que nada garantiza que se pueda frustrar el objetivo de los perpetradores que, en general, se mantienen anĂłnimos.
La lĂłgica criminalizante, muy caracterĂstica de la no democracia, suele inferir –como ocurre tambiĂ©n con los ciudadanos comunes, que ahĂ está el reciente caso Veracruz– que en los crĂmenes polĂticos puede haber implicaciĂłn de la vĂctima con la delincuencia. De resultados, nada.
Ayer se difundiĂł un indicador. El ĂŤndice Global de Impunidad MĂ©xico 2018 estableciĂł que el 99.3% de los delitos generales en MĂ©xico quedan impunes. A la inversa, sĂłlo el .7% de los delitos llega a sentencia que no necesariamente será condenatoria. Esa estadĂstica es similar a la que habĂa en 2007 (de 99.4%), el año en que se disparĂł la violencia, de manera que llevamos más de una dĂ©cada en las mismas. El Ăndice incluye necesariamente los asesinatos de polĂticos.
Estamos a 15 dĂas de que inicien las campañas presidenciales y con ello, los tres meses más álgidos. La condiciĂłn indeseable es, desafortunadamente, irremediable por elemental ecuaciĂłn: no puede haber democracia si los candidatos son asesinados impunemente.
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