Raudel Ávila
En un famoso ensayo, José Vasconcelos clasificaba sus lecturas en “libros que leo sentado y libros que leo de pie.” Un servidor tiene una clasificación más modesta. Hay libros que uno lee por obligación, otros por interés en ampliar el conocimiento de un tema y los más importantes, aquellos leídos por placer. A partir de esta semana, gracias a mi amigo Arturo Rodríguez tendré un espacio aquí para escribir sobre libros leídos por placer.
Llegué tarde y mal a la lectura de Héctor Abad Faciolince, pero concluyo su libro con una gratísima sensación de júbilo. Es poco lo que uno puede agregar a las reseñas elogiosas de escritores de la talla de Vargas Llosa o J. M. Coetzee, pero El olvido que seremos es una de esas novelas dignas de una biblioteca entera de comentaristas en los años por venir. Si bien el libro no es nuevo (se publicó hace más de una década), tuve la oportunidad de leerlo gracias a la nueva edición recientemente puesta en librerías por Alfaguara.
La novela parece asombrosamente simple y tal vez ahí reside su grandeza. No describe grandes y complejas intrigas románticas, policíacas, históricas o políticas. Tampoco cuenta entre sus protagonistas a personajes famosos. Ni siquiera tiene un final sorprendente o una trama de suspenso capaz de atrapar al lector. Es el testimonio de amor de un hijo a su padre. La literatura mexicana está tan saturada de ese tipo de textos y poemas (Garibay, Sabines, Pérez Gay, Águilar Camín por citar algunos) que ya se siente uno reticente a leer otra vez del mismo tema. No obstante, la novela del colombiano Héctor Abad Faciolince consuma el milagro. El lector termina admirando a su padre con el mismo afecto entrañable del autor.
La figura del padre en esta novela no se parece a lo acostumbrado en las páginas de los libros latinoamericanos. No es el macho convencional ni el progenitor ausente. Ni siquiera es la historia de un hijo víctima de abandono tratando de reconstruir la vida de su papá. Todo lo contrario. El padre es un hombre intensamente cariñoso con su niño, a quien consiente sin mesura. La tensión dramática se produce por el conocimiento anticipado del final, pues el protagonista del relato morirá asesinado.
El personaje principal es uno de “esos hombres cultos de pueblo”, que en otro tiempo llevaron la luz de la inteligencia y la ciencia a las provincias latinoamericanas. Un hombre afable, médico de acentuada vocación social, preocupado por la salud pública en Medellín. Un melómano y lector apasionado, profesor universitario genuinamente interesado en el bienestar de sus estudiantes.
En el camino, el médico se hace de muchos enemigos, entre ellos los directivos de la universidad donde trabaja, quienes no ven con buenos ojos su inquietud por las clases populares. No obstante, nada de eso es lo más importante. Lo destacable son las poderosas evocaciones de una época: olores, colores y sabores asociados con la imagen de la paternidad. El retrato de un amor filial sin límite, la estampa de un hombre capaz de trascender como personaje literario por su bondad.
El olvido que seremos tiene el toque de una obra maestra y si bien los personajes secundarios no son ni de lejos tan memorables como el protagonista, presentan una galería notable de recias figuras femeninas. La madre, las hermanas, las monjas y maestras. Simultáneamente se dibuja frente a los lectores una Colombia reaccionaria pero apacible, azotada y transformada poco a poco por la violencia del narcotráfico.
Con todo, lo más valioso no está ahí, sino en el texto poético de una novela llena de lirismo. Héctor Abad Faciolince deslumbra con pasajes como el del arranque del libro, donde una monja le informa al autor (en su época infantil) que su padre se irá al infierno por no cumplir con sus deberes de oración. La respuesta del niño es que si su padre no puede ir al cielo, él tampoco irá, pues lo ama tanto, que prefiere acompañarlo al infierno. Así de ciego e incondicional es el amor genuino. Así de hermosa es la alta literatura, uno de cuyos exponentes vivos es Héctor Abad Faciolince con esta novela.
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