Cartas desde México

Adriana Esthela Flores

Las imágenes que las pantallas de televisión transmitieron sobre la conmemoración del 2 de octubre en México fueron, en estos tiempos de desmemoria, un respiro de alivio.

A diferencia de lo que hizo la prensa hace 50 años, buena parte de las televisoras destacaron en titulares la manera en que se desarrollaba la conmemoración de medio siglo de la matanza del 2 de octubre de 1968.

Hubo cortinillas, gráficos, materiales exclusivos que las televisoras difundieron de manera relevante y al día siguiente -con sus correspondientes bemoles-, el 50del68 fue nota de portada y hasta se le dedicaron segmentos especiales.

Resultó histórico ver al presidente electo encabezar un mitin en el lugar de la masacre, la Plaza de las Tres Culturas y prometer que en su gobierno no habrá represión. Histórico también que el Congreso con mayoría de izquierda haya iniciado la jornada conmemorativa con el izamiento de la bandera en el Zócalo y que el 68 haya también merecido amplios mensajes en el Congreso de la Ciudad de México. Fue una jornada llena de signos de los tiempos en los que ya estamos inmersos.

Signos. Como la decisión del gobierno capitalino de remover las placas del Metro con el nombre del represor Gustavo Díaz Ordaz.

Signos. Como el regreso a la radio comercial, después de tres años y medio de censura, de la influyente periodista Carmen Aristegui.

Signos. Como el nada tranquilizante júbilo por la firma del nuevo Acuerdo Comercial de México, Estados Unidos y Canadá.

Como el silencio de las autoridades en torno al asesinato del ingeniero Jesús Javier Ramos Arreola, defensor del Cerro del Tenayo y opositor al Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM). Y el silencio doloroso en que fue sepultada la activista Sara Salazar.

Claros, como la manera en que la diputada Dolores Padierna calló desde la tribuna a los legisladores del PRI.

Y están los aquellos ligeros en apariencia pero de huella profunda como la aparición en la portada de la revista frívola por excelencia, “Hola!” de uno de los principales colaboradores de Andrés Manuel López Obrador, César Yáñez, en su boda con la empresaria Dulce Silva.

El clasismo que desató la publicación ya es uno de los párrafos destacados del prólogo de una gestión que aun no comienza pero que pregona, como principio moral, una austeridad y moderación que no se notaron en la celebración, aunque ésta no fuera pagada con recursos públicos.

Y en esta sociedad mexicana tan desigual como desinformada, las cuestiones de forma serán uno de los puntos más delicados de un gobierno que delineó como uno de sus ejes de campaña aquello de “Primero los pobres”.

No: no los quieren miserables pero tampoco “fifís”. Y no se trata por ahora de una cuestión de polarización. La opulencia despierta el puro y llano odio basado en una premisa inconscientemente tatuada en la sociedad de castas: “Los de abajo, los pobres no merecen gobernar. No saben”.

Ya vimos cómo fueron denostados el escritor Paco Taibo II y el diputado Gerardo Fernández Noroña por estar en lugares donde, según nuestro clasismo, no merecen estar.

Y esto apenas comienza.

PD: Hoy, en cuestiones poéticas, algo de Minerva Margarita Villarreal:

En esta piedra yo te espero

en el estómago en el regazo de esta piedra

junto al río cuyas aguas dejaron cicatriz

Como jauría con hambre/como perro/te espero

 

Artículo originalmente publicado por El Grillo Web

Por Arturo Rodriguez García

Creador del proyecto Notas Sin Pauta. Es además, reportero en el Semanario Proceso; realiza cápsulas de opinión en Grupo Fórmula y es podcaster en Convoy Network. Autor de los libros NL. Los traficantes del poder (Oficio EdicionEs. 2009), El regreso autoritario del PRI (Grigalbo. 2015) y Ecos del 68 (Proceso Ediciones. 2018).

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