Por Aníbal Feymen

Octavo artículo de la serie con la que el autor pretende demostrar que el productor de la descomposición social y la degradación humana es el capitalismo en su fase imperialista, y en la que también intenta desvelar el papel que ha jugado el neoliberalismo en el esfuerzo para reorganizar el orden social y subordinarlo plenamente a la lógica de la acumulación capitalista.

 

Octava Parte

Hace 37 años en México se instauró el neoliberalismo. Como hemos mencionado, el neoliberalismo es un patrón de acumulación capitalista o modelo económico que busca mantener la reproducción del capital y resolver las sistemáticas crisis que padece el capitalismo a través de la enorme concentración de riqueza y de la maximización de ganancias extraordinarias en favor de la gran burguesía imperialista.

Orientado por las recomendaciones de grandes organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo, México se alineó a la enorme división internacional del trabajo que el capitalismo estableció para resolver la recesión que le afectaba desde mediados de la década de los años sesenta del Siglo XX y que otorgaba a los países de economías dependientes el papel de proveedores de recursos naturales y fuerza de trabajo barata, casi regalada. México quedó situado, justamente por su carácter económico dependiente, como un extraordinario proveedor de recursos estratégicos y sus trabajadores sometidos a una intensa superexplotación laboral.

Desde los últimos años de la década de los años ochenta dos ejes fueron fundamentales para consolidar el modelo neoliberal en beneficio de las industrias trasnacionales y la oligarquía imperialista que las detentaba: 1) la implementación de reformas tendientes al facilitar el despojo de los recursos estratégicos de la nación para el beneficio económico de las potencias imperialistas, principalmente estadounidenses, que fueron denominadas “Reformas Estructurales” entre las que destaca, por su efecto estratégico, la energética; y 2) la implementación de un nuevo modelo de relaciones laborales basado en la productividad, movilidad, flexibilidad y polivalencia de las clases trabajadoras con la finalidad de intensificar la explotación del trabajo para extraer de él la mayor cantidad de ganancias posible a costa de la precarización laboral de los obreros y de la depauperación de sus vidas.

Cabe aquí mencionar que desde la aparición del modelo monetarista, los gobiernos neoliberales mexicanos –con las administraciones de De la Madrid, Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto– se dieron a la tarea de privatizar las empresas paraestatales en favor de grandes consorcios financieros internacionales y a conformar una poderosa burguesía oligárquica nacional entre las que destacan las familias Slim, Zambrano, Larrea, Salinas Pliego, entre otros magnates.

El neoliberalismo nació con una tarea fundamental: intentar alcanzar la estabilidad macroeconómica del capitalismo a través del control de la inflación, someter a la economía a la fuerza del mercado, realizar una política de puertas abiertas al capital trasnacional, desarrollar una política fiscal favorable a los grupos hegemónicos que operan el capital ficticio; asimismo, aumentar impuestos establecer cambios fundamentales en materia social como recortes a la seguridad social y la casi anulación en el gasto público en salud, educación, alimentación y apoyo al consumo popular. Todo esto fue debidamente institucionalizando jurídicamente a través de las denominadas “Reformas Estructurales”.

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Despojo de recursos naturales, paramilitarismo y Terrorismo de Estado

Durante esta serie de artículos hemos expresado reiteradamente que en la etapa actual el capitalismo es imperialista, o sea capital monopolista caracterizado por ser parasitario y en descomposición que tiene como misión fundamental la apropiación, regularmente por vías violentas, de los recursos naturales y estratégicos de las naciones dependientes para continuar con su ciclo de reproducción. En ese sentido, se entiende porqué los países imperialistas someten, despojan y precarizan la vida de países económicamente atrasados bajo estructuras semicoloniales. Por ello, las disposiciones de las grandes potencias son implementadas por los gobiernos locales a través de modificaciones legales que facilitan los objetivos de la gran oligarquía financiera internacional.

El derecho positivo, propio del capitalismo actual, no tiene como meta la impartición de justicia sino, por el contrario, organizar el poder de las clases dominantes por sobre las explotadas. Creer que el derecho, consagrado en leyes, Constituciones y reglamentos, sirve para impartir justicia es una idea errónea. El derecho organiza el poder burgués, consagra la explotación del hombre por el hombre, que se concreta en la contradicción fundamental del capitalismo: sobre la producción social de la riqueza se da la apropiación privada de ella. Esta idea mistificada del derecho como “justicia” se convierte en la legitimación de la opresión y de la explotación capitalista, ejecutada firmemente por el Estado, fiel guardián de los intereses de las clases dominantes.

Bajo esta lógica, adquiere una dimensión distinta la estructuración de leyes para el despojo de nuestros pueblos, autodenominada “Reformas Estructurales”. Entonces, dichas reformas, en realidad “contrarreformas”, ponen a disposición de las potencias imperialistas las materias primas y la fuerza de trabajo abaratada para continuar con la apropiación privada de la riqueza en beneficio de unos cuantos consorcios que dominan la economía mundial.

Las reformas estructurales se convierten en el proyecto estratégico del imperialismo para intentar paliar  sus reiteradas crisis que ponen al mundo al borde de una nueva conflagración imperialista de gran escala; por ejemplo, los severos conflictos en Oriente Medio son sólo un ejemplo de la sed de recursos estratégicos que necesita el imperialismo. En México, la reforma energética puso las condiciones materiales para legalizar el despojo de riqueza y espacios comunitarios del pueblo mexicano.

Uno de los ejemplos más relevantes de la política despojo se da en la industria extractiva, particularmente en la minería.

Los intereses económicos de las mineras que explotan los recursos minerales mexicanos pasan, necesariamente, por el despojo de tierras comunales y espacios comunitarios. Para ello es necesaria la imposición de una cruel y criminal política de terrorismo basada en el ataque sistemático a los pobladores de las regiones donde se encuentra el yacimiento mineral que regularmente son comunidades vulnerables. Esta política se implementa con la exacerbada violencia ejercida por grupos y bandas de la delincuencia organizada que hace funciones de paramilitarismo para lograr que los mezquinos intereses de la burguesía minera sean satisfechos golpeando directamente a los habitantes de la región. La política de despojo, opresión y asesinato es la guerra y represión que la burguesía desata contra nuestro pueblo con la finalidad de despojar sus recursos naturales para la acumulación capitalista. (Este tema lo he desarrollado con mayor amplitud en el texto Minería y paramilitarismo: binomio mortal de la expansión imperialista”,publicado en  Notas Sin Pauta.

Esta política de despojo, paramilitarismo y Terrorismo de Estado ha sido la punta de lanza del neoliberalismo en México para acrecentar miserablemente la riqueza capitalista.

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La precarización laboral y súperexplotación del trabajo

En el periodo neoliberal se originó una colosal transformación en la organización del sector productivo capitalista en todo el mundo que afectó de manera directa la relación entre el capital y la fuerza de trabajo que implica la cada vez más estrecha relación expoliadora entre los capitalistas de las potencias imperialistas y los trabajadores de los países con economías dependientes. El economista marxista John Smith muestra cómo la base del imperialismo moderno en el Siglo XX es la superexplotación de los trabajadores de los países dependientes en manos de los capitalistas de las economías más desarrolladas [1]. La plusvalía creada por los trabajadores de los países dependientes es absorbida por las corporaciones trasnacionales y transferida a través de la cadena de valor a las potencias imperialistas. Para que la superexplotación de los trabajadores sea posible es necesario pulverizar su organización sindical que permita la paga de bajísimos salarios, salarios que estén por debajo de su valor, lo que ha dado como resultado una enorme expansión del empleo de trabajadores en países con bajos salarios: “una característica notable de la globalización contemporánea es que una proporción muy grande y creciente de la fuerza de trabajo en muchas cadenas de valor se encuentra ahora en las economías en desarrollo. En una frase, el centro de gravedad de la mayor parte de la producción industrial del mundo se ha desplazado desde el Norte hacia el Sur de la economía mundial” [2].

El capitalismo comenzó la explotación de la fuerza de trabajo alargando siempre lo más posible la jornada laboral y aumentando el número de obreros involucrados en el proceso de producción. Esto es a lo que Carlos Marx llamó plusvalía absoluta. Pero el desarrollo capitalista y sus innegables avances científicos introdujo nueva tecnología en el proceso productivo que ahorraba mano de obra y permitió reducir el valor de la fuerza de trabajo, o sea el salario. Esto es la denominada plusvalía relativa. La división internacional del trabajo determinó el curso ulterior de los países de economías dependientes, por ejemplo los de América Latina, donde su participación en el mercado mundial contribuyó a que ele eje de la acumulación en la economía industrial se desplace de la producción de plusvalía absoluta a la de plusvalía relativa; o sea que la producción pasa a depender más del aumento de la capacidad productiva del trabajo que simplemente de la explotación del trabajador. En suma, el desarrollo de la producción de los países dependientes coadyuva a este cambio cualitativo del eje de la acumulación; sin embargo, lo hace con base en una mayor explotación del trabajador, o sea de la superexplotación del trabajo; esta situación ya la había argumentado, a finales de los años setenta, el gran teórico de la dependencia, el economista brasileño Ruy Mauro Marini[3]. En este mismo sentido, Smith argumenta que la explotación de los trabajadores de los países dependientes no se produce tanto a través de una expansión del valor absoluto sino a través de la imposición de salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo gracias a la intensificación de la explotación, vaya de la superexplotación: “Hay naciones opresoras y naciones oprimidas y ello no sólo está determinado por el poder financiero, sino también por la superexplotación sistemática del proletariado del Sur [países con economías dependientes] oprimido. Así, en las cuestiones cruciales –el carácter explotador de las relaciones entre el núcleo y las naciones periféricas, la mayor tasa de explotación en las segundas, y la centralidad política de las luchas en el Sur Global– los defensores marxistas de la teoría de la dependencia tenían razón y sus críticos ortodoxos estaban equivocados” [4].

Ante este panorama y las necesidades de superexplotación en las que se encuentra inmerso el capitalismo, se entiende con claridad el por qué de los preceptos económicos y jurídicos que dieron vida a la reforma laboral mexicana –anhelada desde el gobierno de Salinas de Gortari y concretada tristemente por el corruptísimo gobierno peñanietista con el preámbulo que significo la reforma calderonista a la Ley Federal del Trabajo– se inscriben fundamentalmente en la precarización laboral y la inestabilidad en el empleo.

De manera sucinta Adrián Sotelo Valencia, investigador especializado en temas laborales, señala que entre las medidas más lesivas de la reforma laboral neoliberal efectuada en el gobierno de Enrique Peña Nieto, y que afectan profundamente al proletariado mexicano, se encuentran “el derecho del patrón de contratar y despedir libremente a los trabajadores flexibilizando los juicios y reduciéndolos, en todo caso, a una duración de no más de un año para que, en caso de ganar, el trabajador tenga derecho a una indemnización; la introducción y legalización del precarizante outsourcing, la legalización de la temporalidad en las relaciones laborales, el pago por horas y fraccionado de acuerdo con las horas efectivas trabajadas en la jornada laboral, los contratos a prueba que al cabo de algún tiempo permiten al patrón despedir a los becarios si así conviene a sus intereses, y otro conjunto de medidas lesivas para los trabajadores y para el derecho del trabajo en general que lo convierten en la mejor reencarnación del ‘derecho’ al trabajo vigente durante las primeras etapas de la revolución industrial del siglo XIX” [5].

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Los saldos

Al capitalismo –desarrolle el modelo o patrón de acumulación que sea, llámese neoliberal o keynesiano– le debemos la explotación del hombre por el hombre, la depauperación de las clases trabajadoras, la devastación ecológica, la degradación social, la deshumanización, la cosificación, la expoliación, la represión, el terrorismo de Estado, la guerra, las hambrunas, el intervencionismo, el desplazamiento forzado, los crímenes de lesa humanidad, etc. El capitalismo es la representación viva, real y objetiva del peor envilecimiento de nuestra sociedad.

Pero al neoliberalismo, como expresión histórico temporal del modo de producción capitalista, le debemos la profundización de todos los lastres que genera el capitalismo durante su desenvolvimiento histórico que genera un alarmante ensanchamiento de la miseria, el desempleo y la intensificación de la violencia e inseguridad, así como la elevación exponencial de la marginación, la carestía, la precarización social, la dependencia económica fundamentalmente al imperialismo norteamericano que, en palabras de Sotelo Valencia, prácticamente “gobierna el ciclo del capital de la economía dependiente y subdesarrollada de nuestro país”.

 

El nuevo gobierno mexicano y el neoliberalismo

Y cuando el denominado neoliberalismo pudría todos los niveles y sectores de México, la población mexicana fue incapaz de tomar el país en sus manos para impulsar su reconstrucción… así que sólo se limitó a acudir a votar un día de julio para delegar el futuro de su nación en las manos de un partido y un hombre que lo maneja a su antojo: el partido Morena y su dirigente absoluto, Andrés Manuel López Obrador a quien la población mexicana identificó como la antítesis del neoliberalismo.

¿Es en verdad AMLO un enemigo del neoliberalismo? Considero que el presidente López Obrador representa en México a un nuevo patrón de acumulación de capital ascendente en la escena internacional en sustitución del agotado modelo neoliberal; es por ello que sus simpatizantes lo ubican cercano a los denominados “progresismos” antineoliberales y sus adversarios como encarnación autoritaria de regímenes totalitarios. Sin embargo, lo único esclarecedor es que gracias a este nuevo régimen la burguesía ha logrado recomponer la gobernabilidad y el consenso en nuestro país.

En nuestra siguiente entrega analizaremos que implica el nuevo gobierno mexicano en el concierto capitalista mundial de cara al ocaso del neoliberalismo en el mundo.

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Notas:

[1] Smith, John. Imperialism in the twenty-first century: globalization,super-exploitation, and capitalism’s finalcrisis, Nueva York, Monthly Review Press, 2016.

[2] Ibid. p. 10

[3] Cfr. Marino, Ruy Mauro. Dialéctica de la dependencia, Era, México, 1977.

[4] Smith, J. Op Cit, p. 223

[5] Sotelo Valencia, Adrián. Neoliberalismo, patrón de acumulación y crisis en México

Por Arturo Rodriguez García

Creador del proyecto Notas Sin Pauta. Es además, reportero en el Semanario Proceso; realiza cápsulas de opinión en Grupo Fórmula y es podcaster en Convoy Network. Autor de los libros NL. Los traficantes del poder (Oficio EdicionEs. 2009), El regreso autoritario del PRI (Grigalbo. 2015) y Ecos del 68 (Proceso Ediciones. 2018).

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