Texto e imágenes: Arantxa De Haro

En agosto se conmemoran las explosiones de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Particularmente, he tenido la oportunidad de viajar por Japón en dos ocasiones, y en ambas he pasado por Hiroshima. La primera vez, debido a que había ido en la mañana a Miyajima (la isla sagrada donde no se permite dar a luz), sólo alcancé a llegar en la tarde a ver por fuera el castillo de Hiroshima, y caminar hacia el Monumento Conmemorativo de la Paz. En la segunda ocasión pude explorar un poco más el museo y los alrededores.

Lo más llamativo de la ciudad es el Domo atómico, el cual ha sido mantenido en el estado en el que quedó después de la explosión de la bomba. Como sucede con todos los monumentos, hay imprecisiones y mitos. Esta no es la excepción, casi siempre se cree que la bomba explotó justo encima de la cúpula de aquel edificio solemne, cuando en realidad, el epicentro de la explosión está en una calle cercana, casi que a lado de un estacionamiento. Sólo lo corona una placa. Y muy cerca de allí, una estatua en honor a las madres que sufrieron el atentado. Las esquinas oscurecidas de la base de la estatua, no están así por la presencia del moho por humedad, si no por la ceniza que cayó después de la explosión. Probablemente sea radiactiva hasta nuestros días.

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En el parque, durante la mañana, a la altura de un café, con suerte se pueden ver algunos sobrevivientes de la explosión de la bomba explicando su perspectiva de la historia, uno con quien me tocó conversar aún no había nacido, pues yacía resguardado en el vientre de su madre cuando ocurrió lo inimaginable. Los sobrevivientes, y algunos otros voluntarios ofrecen a los visitantes extranjeros para su consulta unos libros caseros de papel bond en impresora doméstica, cuyas páginas narran las generalidades de lo que se quiere explicar. El papel está en varios idiomas, entre ellos el nuestro. No obstante, la palabra viva de quienes narran, el detalle fino y el sentimiento, sólo se explica en japonés. Siendo muy franca, tengo problemas para entender los tecnicismos del mecanismo de la bomba cuando es explicado en esa lengua, por lo que se me han escapado detalles, así como del tipo de lesiones que sufrían las personas, de los efectos en su cuerpo, de las agonías subsecuentes, pero no dudo que aquello que aún no soy capaz de comprender, son narraciones feroces y terribles.

Dentro de lo que podía comprender, me percaté de que algunas explicaciones de los sobrevivientes venían acompañados de la frase “en el museo les van a explicar de esta manera, pero en realidad, fue de esta otra manera”. Como en todas partes, me queda claro que siempre habrá variaciones en la retórica dependiendo de las partes y los involucrados, pues sus sentimientos serán diferentes, mas no erróneos.

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Dejando de lado el lenguaje, la narrativa y las expresiones que pudieran ser influenciadas por un raciocinio ajeno, ver en carne propia el Domo, quedarme en silencio y apreciar mis alrededores, me hace pensar que la empatía humana no conoce barreras. Aún lo recuerdo, me embargó una profunda tristeza, sentí pesadez y vacío en el pecho, tenía las manos frías y los brazos me hormigueaban. Imaginaciones mías o no, me tocó conectarme con el lugar de esa manera. Caminando más hacia el monumento de los niños, se pueden observar miles de grullas de papel, simbolizando la esperanza y el deseo de que algo tan atroz no se vuelva a repetir. Todas hechas por niños de primaria que, como parte de la currícula, viajan de todas partes del país para aprender acerca de la paz. La periferia del complejo es todo un contraste entre la desesperanza y la luminosidad, pero como el propio Guernica de Picasso, el negro y el blanco pintan un solo mensaje: ilustran los horrores de la guerra.

Pensando en eso me traje en mi equipaje un libro con el discurso que el entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, pronunció durante su visita al lugar de los eventos el 27 de mayo de 2016. La primera parte dice así:

“Setenta y un años atrás, en una mañana clara y sin nubes, la muerte cayó del cielo y el mundo cambió. Un rayo de luz y un muro de fuego destruyó una ciudad y demostró que la humanidad poseía los medios para destruirse a sí misma”.

Aunque México tal cual no tiene los medios para hacer eso, me hace pensar que nuestro país también juega su parte geopolítica, en la que es necesario se involucre para que colabore en evitar la repetición. Actualmente las tensiones globales no hacen más que recordarme aquello que vi, todo a través de la pantalla de cristal que es la historia. Espero realmente que nunca nos toque experimentarlo, que no les toque a nuestros hijos, ni a los hijos de ellos, y así por muchos siglos. Esta lección de paz no es exclusivamente para los japoneses y los norteamericanos. Es esencial comprenderla como parte de nuestra naturaleza como seres humanos empáticos y racionales que somos.

Por mi parte, no sólo en agosto, si no que todo el año acude a mi memoria esto pues sobre mi escritorio reposa una grulla de cerámica, que me fue entregada como regalo por una hija de un sobreviviente de la bomba.

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Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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