Figurita Mexicana

Por Antonio Reyes Pompeyo/ Imagen: Captura de la película “El hombre menguante”

¿Qué sería del mexicano sin sus constantes autoafirmaciones de triunfo y poderío? “¡Échale huevos!” dice, mientras agarra con su mano el par de bolas que le cuelgan entre las piernas y que él asegura, a fuerza de gestos y expresiones, son el epicentro de su máxima potencia y gloria. 

Pero en esto, como en muchos otros asuntos, el mexicano confundió las circunstancias y las volteó para sentirse menos empequeñecido; las legítimas poseedoras de los huevos son las mujeres y quien lo dude puede revisar la etimología de la palabra ovarios. 

Y si de huevos se carece, también es justo señalar, en este ejercicio por encontrar un mayor realismo en nuestras expresiones, que eso que a los mexicanos les gusta expresar, en su habitual dialéctica paciana, en la que invadir, o penetrar se coagulan en la acción de “coger” pues tampoco resulta así. 

“Ya te cogieron”  equivaldría, en el inverso mundo imaginario de nuestros paisanos, a que te han ganado, a que han sacado alguna ventaja a costa tuya y, en ese mismo sentido, a que te invadieron, a que fuiste penetrado.  Porque es común entender que en México decir “coger” equivale a creer en la penetración, y en ella se aduce que el que coge es el mismo que penetra , el que gana. Pero esto, al igual que en el tema de los ovarios, donde ellas son las de los huevos, tenemos que reconocer que el que coge es quien arropa, quien envuelve, quien toma entre sí. Sea una cavidad anal, oral o vaginal, la cogida se prodiga desde ahí, y el falo difícilmente podrá propinarla como acostumbra alardear “ya me la cogí”, o prometer “me la voy a coger”. 

Incluso, en el reordenamiento semántico, resulta inexistente esa horrenda figura mexicana conocida como la malcogida, mujer a la que se le acusa de carecer de un buen macho brioso que le ayude a regular sus estados anímicos por medio de un pito mágico y terapéutico. El mexicano se atribuye demasiadas cualidades en torno al epicentro inguinal. La malcogida es un espécimen imaginario, en cambio el malcogido anda por ahí apuntando su dedo flamígero para no ser visto, para no ser evidenciado.

Por Antonio Reyes Pompeyo

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