Por Antonio Reyes Pompeyo / Imagen: Proceso Foto
Vengo a decirle adiós a los muchachos, porque pronto me voy para la guerra…
Si tú pudieras verme aquí recostado, en esta violenta calma que me rodea, ¿qué querrías decirme? ¿qué podrías decirme? El polvo que los neumáticos levantaron todavía no encuentra su lugar postrero en el suelo que me recibe; flota en el aire y ahuyenta a los empleados de la refresquera que está mi lado.
Yo dejo que mi rostro, al viento, se haga de un cúmulo de polvo; he venido del polvo, he defendido al polvo, he recibido al polvo, he regresado al polvo, estoy a punto de ser polvo.
Con descaro alcé la mano una y otra y otra vez; con descaro señalé al que robaba, al que engañaba, al que abusaba; tengo el rostro en carne viva, siempre he sido un descarado y hoy me lo hicieron realidad.
Voy a saltarme los detalles de lo que ocurrió antes de que me ataran a la defensa de la camioneta. Voy a empezar desde que mi cuerpo empezó a serpentear sobre la terracería de esta calle, siguiendo irremediablemente a quienes me levantaron.
El medio es el mensaje decía Marshall McLuhan; mi cuerpo, mi lengua, mi rostro; todo lo que no está conmigo es el mensaje, digo yo. El miedo es el mensaje, dice el hombre que sobre mi pecho se luce con un corte en forma de gota y va levantando la piel hasta quedarse con la máscara de lo que fui.
Mi cuerpo es el mensaje, ellos son el destinatario, aquellos el remitente.
“Esto es lo que pasa cuando andas de revoltoso, cuando te metes adonde nadie te llama, cuando andas de pinche chairo”.
Porque ayer y antier y desde hace muchos años no he sido más que eso: un pinche chairo; y así es como acabamos los chairos.
Tú cuídate por favor, tú no seas chairo; tú preocúpate por ti, sé un hombre de provecho, estudia para que tus habilidades sirvan a los propósitos de alguien más, prepárate para estar apetecible, no vayas a acabar sin jeta como yo aquí en medio del terregal infame.
¿Qué importa la vida de uno sólo de nosotros? Qué importa la de medio centenar? Todo sea por el progreso; deberían chingarnos a todos, desaparecernos a todos, ocultarnos a todos, desollarnos vivos a todos.
Así que vengan por la tierra, por el mineral, por el agua, por las niñas, por las mujeres, por nuestras madres, por las osamentas con que hemos sembrado este pinche panteón gigante.
Vengan todos juntos, en bola, échense encima de nosotros con todos sus tanques, su comunicados y sus boletines de prensa, vayan barriendo el desecho de los que quisimos pensar en nos.
Yo aquí los espero, floreciendo y gritando descaradamente lo que quisieron callar; el medio es el mensaje. Y ustedes me pusieron el altavoz. Sólo me parte el alma y me condena, que dejé tan solita a mi mamá.
El 27 de septiembre de 2014 Julio César Mondragón Fontes se encontró con la muerte a través del suplicio y la tortura; fue separado del resto de sus colegas, que aún siguen desaparecidos, y sometido a una suerte distinta, a la suerte de otros tantos mexicanos en lo que va de esta agonía llamada guerra.
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