Por José Reséndiz
Me gustan los amaneceres
esos que se pueden leer en tus gestos.
A veces, olvido visitarte por dÃas
y cÃnicamente regreso como si nada, como si todo.
Y entonces, te miro… y entonces, me evades…
Cuando por fin coincidimos
a luego busco esa jovialidad mÃa
que extrañamente solo se puede reflejar en tus ojos
y que como siempre, nunca fallan.
Son las 7 y 20, esperaba también
alegrarme del amanecer que se dispersa
con la elevación de tus cejas pero no,
a pesar de la hora, esta vez el telón
deja ver un atardecer opaco, cansado,
como un hombre sin ganas de nada.
SabÃa que no era tan listo ni tan educado
y mi acción al dejarte al abandono lo confirma,
y sin embargo me abrazas con tu mirada.
No te importa si mi barriga se expande
o si mi atención contigo se contrae,
si es miércoles o domingo, si me alcanzó
la quincena o no, talvez sólo esperas
que no me olvidé de mà mismo
porque es cuando menos te visito,
no lo dices, lo siento cuando te apoyas en mi pierna.
Por lo que veo, confÃas más en mà que en Dios
y yo no merezco tanto.
Cuando emigres a otra vida haste un favor
y olvÃdame pronto,
que yo me ocuparé tanto en aceptar
la acción del Karma que si la suerte sonrÃe
juro escupiré su cara.
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