LABERINTOS MENTALES
Por Arantxa de Haro / Imagen: “Composition” por Irene Rice Pereira
Mi cuerpo orgánico y a la vez tan sincrónico, reacciona al golpeteo del agua que se azota contra el fregadero, gota por gota. Mis oídos captan el sonido, y en mi mente se trasfigura como estática televisiva. Ese azote me atormenta, mi estómago da un vuelco. Se estiran los nervios del intestino, se tensan, y jalan para depurar el cuerpo. Bajo la palanca del inodoro, y en el agua del retrete se arremolinan el deshecho humano y la serotonina. El sonido de los segundos al pasar, TIC TOC, no para. Un temblor recorre mi cuerpo, mis dientes tiritando TAC TAC TAC, la habitación se enfría o es que mi cuerpo se rebela. Me escondo bajo las cobijas y siento los miles de fibras contra mi cuerpo, acariciándolo como si fueran patas de araña. Miles de arañas que recorren mi cuerpo. El tafil es la diferencia de morir del pánico o dejarse acariciar tras el monstruo de la cobija, dejarse ir al sueño y olvidar el agua, el reloj, el dolor de estómago, el ruido de los dientes, el frío.
Frío, frío, frío. Tomo media tableta y mi cuerpo agarra calor. Lo peor ha pasado, puedo pensar. Pensar y evitar sobrepensar. Me pongo mi bata de panda y me arrastro hacia el escritorio. Tomo uno de las decenas de bolígrafos que tengo, y trazo sobre el papel líneas. Mi mano firme empieza a materializar mi intento de raciocinio.
De niña soñaba con ser un robot, no sentir nada y pensar bajo protocolos lógicos. Ver en las estrellas patrones y traducir la realidad en matemáticas puras. Soñaba en descubrir una fórmula que eliminara mi excesivo sentir, que anulara mis lágrimas y borrara mi sufrir, que desapareciera el abismo existencial que sentía por dentro. El sentir que la nada te traga por dentro, empezando por las entreñas, hasta desaparecer la esencia humana. Pero los números tienen sus limitantes que traducen simplemente la realidad y ayudan a comprenderla. Los alcances metafísicos y psicoterapéuticos que anhelaba simplemente no se encontraban allí.
Veo el papel, y regreso a mi realidad. La parte en mí que deseaba encontrarle la lógica al mundo permaneció. Me empeño en hallarle sentido al problema que me aqueja. Me dispongo a trazar un diagrama de flujo para encontrar la causa raíz del desazón que sufrí en la tarde. Si el diagrama me es insuficiente lo escribo como un código de programación, sin una sintaxis definida, una hibridación de C#, PYTHON o lo que recordara.
Analizo si la persona involucrada, según lo que tengo de conocerla, había mostrado dichos comportamientos o indicios de los mismos. Cuando el trazo del lápiz sobre el papel carece de propósito y el análisis con el diagrama de flujo me es insuficiente, tomo una nueva hoja de papel, hago una mapa mental: ¿quién es esa persona en realidad? Pasan las horas. Me atoro. Volteo a ver el teléfono, necesito nuevos puntos de vista.
Hago llamadas y platico la situación mientras me paseo de un lado a otro. Al mismo tiempo mando mensajes. Estoy “renderizando” el problema. Cuando mi máquina mental queda rebasada, pido opinión de terceros que puedan ayudar a procesar la idea. Según los resultados obtenidos, junto las similitudes obtenidas y las anexo a los diagramas, dibujos e ideas que plasmo con tintas en análogo formato.
Y entonces, la revelación.
Volteo a ver el tablero en el que juego, veo mi posición y planteo la estrategia a jugar. Mi mente queda en paz. Si en la estrategia he dejado una trampa, espero pacientemente a que la pisen. El camino minado ha sido preparado. Si se acciona, se dibujará una sonrisa en mi rostro.
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