Laberintos Mentales

Por Arantxa de Haro / Imagen: “Relatividad”, de MC. Escher (1953)

El olor del moho y la humedad presentes en el ambiente, se arremolinaban en una atmósfera turbia, una gran solución coloide, mezcla de aire encerrado y humo añejo de mota. La luz tenue de las lámparas se disipaba tal efecto Tyndall. La morada a la que llegué la habitaba un escritor algo conocido en esa ciudad, no tanto por su talento, sino por sus excentricidades y las conexiones sociales acarreadas desde su apellido. Aquel nombre de antaño servía como distractor ante el carácter reservado, gruñón y algo amargo, de ese eterno melancólico escritor.

Escher, como lo llamaremos, era flaco y encorvado, se paseaba en chanclas con calcetines, unos vaqueros manchados, anteojos, gorra y unas playeras psicodélicas. Para subir a su cuarto, se tenía que bajar; para entrar al retrete uno tenía que esquivar varios obstáculos. Las escaleras y pasillos no parecían regirse por la lógica, por lo menos así me lo parecía. Por lo que el merodear en la penumbra acentuaba el sentimiento; peor aún, prender la luz no se debía, por regla de Escher y su padre, siendo que este último vivía en el sótano. Ambos inquilinos habían acordado cohabitar lo suficientemente cerca para descubrir el cuerpo del otro en caso de muerte repentina y lo suficientemente lejos para no encontrarse en uno o dos días.

Cuentan que en el momento en que le conocí, Escher tenía una relación con una joven mujer de origen europeo, de apellido rimbombante, y era muy desinhibida. Yo conocía ese peculiar vestigio genealógico, pues lo escuchaba repetido en la facultad, o en algunos círculos de artistas. Ellos ya tenían juntos mucho tiempo, y por rumores de con quienes me codee, Escher se quejaba amargamente de la vergüenza que sentía cuando a ella, alegremente se le pasaban unas copas. Se le escuchaba mortificado mientras no apartaba los ojos de la enorme pantalla de plasma en la que jugaba videojuegos retro.

Paseándose por la habitación de este peculiar individuo, la ropa estaba tirada, no distinguiéndose entre ese mar las prendas sucias de las limpias, cubriendo sillas chuecas y la cama de colchón desnivelado y chirriante.

“Quita esa ropa de allí, aviéntala a un lado y allí te puedes sentar” repetía como mantra cada vez que notaba que quienes lo visitaban no tenían donde acomodarse, y por pena no lo externaban. Entre los objetos vintage y las paredes pintadas con dibujos abstractos, se veía un bat de béisbol detrás de la puerta, un palo de golf a lado de la cama, algunos cuchillos y navajas regadas entre los tiliches, y según me contaron, un revólver debajo de la almohada.

Siendo que fue hace un largo tiempo, recuerdo los comentarios audaces que se intercambiaban en esas reuniones, donde se discutían el cómo y el dónde de algún acontecimiento, siempre en sus palabras, ocasionado por un tal o cual pendejo. Tantos rastros de algo que no se veía a simple vista, me pasaban por alto. Al final dejé de encontrármelo hasta que supe de él hace unos meses.

Como en toda historia de pareja, hay dos o más versiones de los acontecimientos. Las versiones de los involucrados y las de los espectadores. Sin más, me dijeron que la relación quedó finiquitada, y que los externos se alegraban de que esta chica de familia ya no anduviera con el muchacho “raro”.

Me comentaban que al tratar a Escher sentían algo fuera de lo ordinario en él, pero no sabían explicar qué. Entonces mis recuerdos me asaltaron, y llegó a mi mente un instante poderoso, donde el mismo Escher aseguraba tenía ansiedad, y por eso consumía una que otra sustancia, entre ellas de repente marihuana. Sin embargo, algunos de sus amigos cuchicheaban comentando que Escher tenía miedo, paranoide, de ser asaltado en la noche, y se agudizaba cuando consumía. Por ello tanta arma blanca distribuida por los rincones, sobretodo para “estar siempre preparado”. Ahí aprendí que, aunque hay personas  a las que las sustancias no les hacen efecto, hay quienes simplemente no les caen bien al cuerpo. Sólo espero que Escher esté bien.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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