Laberintos Mentales

Por Arantxa de Haro / Imagen: “Colorful eye” vendido por Castle&Rye

Para ella que me dejó entrar a su historia, relatando esto poniéndome en una reinterpretación de su piel…

Rodeada de globos oculares despierto bajo la complejidad de su estructura que me cuida, arropada en la idea de perderme en el fascinante y complejo cosmos de ese conjunto de tejidos tan hermosos. El fenotipo mío,  el de una mujer delgada, ligera, de mirada profunda. El genotipo rodeado del trauma de la conquista, del fantasma de Guadalupe Victoria, de relatos de locura. Mi mente, fractal y ágil, a veces rebelde como una maquinaria sin freno. Y en ese frenesí, al despertar del letargo, se avientan los dados, se contrastan los resultados con una tabla de resultados en los que la ansiedad, la agorafobia, la apatía y la náusea se entremezclan. Es sólo la suerte neurodivergente la que puede hacer la diferencia entre un día bueno, y un día malo. Sólo el abrir mis ojos, marca una fortuna que no comprendo. Incluso hay días en los que mi existencia me pesa tanto que quisiera disolverse en la nada. Pero mi esperanza, pese a todo, me mantiene aferrada a este mundo. Y aunque todo pinte mal, vivo para mis amigos y para mi mamá. Sufrimiento no me gustaría ocasionar.

Sin un diagnóstico claro, los especialistas no me dicen nada concreto. De diferentes disciplinas aunque íntimamente relacionadas, terminan contrariándose el uno al otro. Y yo en medio de aseveraciones tan diversas, no puedo más que pesar que vivo en el velo del enigma. Golpes de la infancia, genética o química en mis neurotransmisores, parece que las razones apuntan al todo y la nada. En ese limbo vivo, con el deseo de tener un buen día, en el que pueda por lo menos darme unas horas para poder concentrarme en mis anhelos.

Pese a mis dilemas internos, sé que no debo paralizarme, y comprendo que mi mundo hay más que simples problemas epistemológicos, pues veo mis ahorros, y veo mis metas, y me doy cuenta que tengo que laborar. Y aunque conozco a fondo las reacciones químicas de los procesos industriales, me gustaría que mi camino al conocimiento no devenga en ser entorpecido por absurdos rituales humanos, con innecesarias fricciones, y cuyos comportamientos me gustaría fuesen explicados en un diagrama de flujo. Los humanos, tan contradictorios, me desgastan. No tengo la energía para tolerarlos. Y por ello, cuando los gritos de esos extranjeros que perfectamente entiendo, me pelan a gritos, siento como mi rabia pudiera ser consumida en una explosión con químicos, entre ácidos y reacciones, y así deshacerme de los comentarios hirientes, de la cosificación y el acoso ¡Cómo me gustaría! Sin embargo, lo que termina disuelta es mi fuerza para decir algo, encerrándome en un baño, mientras que de mis ojos emanan cascadas.

Soy el engrane disonante… más que engrane soy ser biológico e incompatible. No puedo caber en esa fábrica que llamo trabajo, puesto que, pese mi sentimiento adverso a comprender la humanidad, me asquea su falta de empatía. Somos carne que trabaja para una máquina gigante, donde hay esclavos y capataces, donde mis intentos de meterme al proceso son vistos con desdén por esos otros autómatas carentes de lógica que conviven conmigo, aparentemente desempeñando el mismo trabajo que el mío. Les admiro su disciplina, mas no su falta de criterio.

Regreso a casa después de las tormentas laborales, ese lugar donde convivo con gente que me hace reír. Intento olvidar lo sucedido. Sin embargo, sé que tan fácilmente no dejaré de sentir toda esa impotencia. Sé lo que he vivido, y sé lo que tengo. Hablo cuatro idiomas, estoy por comenzar un grado de especialización, soy ingeniera, sé que tengo un gran corazón, pero a veces mis neurodivergencias no me dejan ser tan productiva como quisiera. Cómo me gustaría buscar otro lugar a donde irme, ser libre como cuando viví en otras partes de la república o en varios países de Asia. Cómo me gustaría todos los días vestirme de holanes, colores y estampados. Poder programar código durante días, aprender tanto del universo. Sin embargo, hay veces que no puedo controlar mi sentir, me siento en disonancia. Hay días en los que ni siquiera puedo salir.

Regreso a mi cama, y me quedo pensando que más que un engrane, soy como un ojo. Un ojo que ha ido evolucionado. Que pese antes sólo ver sombras, empezó a ver figuras, colores y profundidad. Que pese a ser tan maravilloso, también cae en trampas de ilusiones ópticas. Que es tierno y sofisticado, que todo lo ve. Que a veces se deja llevar por lo brillante, y sin embargo es la entrada al conocimiento. Creo muy en el fondo, soy un ojo.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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