Por José Luis Enríquez Guzmán / Imagen: Conexión Migrante
Hablar sobre México y Estados Unidos es sinónimo de contar la historia de un aparente conflicto. Aun cuando parece que hay problemas que se han zanjado, las coyunturas nos obligan a pensar que los problemas sólo han cambiado de dimensión, pero siguen presentes. El análisis histórico ha abordado la relación de estos países desde distintas disciplinas, como la política, la economía, recientemente el medio ambiente y los estudios de género. Sin embargo, hay una rama poco estudiada que varios investigadores (si me puedo autonombrar así) hemos trato de explotar con poco éxito: la música. En el país vecino hay especialistas dedicados a la musicología, cuyas investigaciones han nutrido el conocimiento sobre el pasado de Estados Unidos a través de fuentes primarias poco usuales, difíciles de encontrar en archivos, bibliotecas, hemerotecas o repositorios frecuentados por historiadores “serios”.
No han sido pocos los que se han dedicado a analizar las canciones que abordan temas de la relación entre México y Estados Unidos, específicamente hechos o leyendas acontecidas en la zona geográfica que separa a los dos territorios, que ha sido llamada por especialistas como “la frontera más compleja del mundo”. Así, una de las premisas del texto es analizar la relación México-Estados Unidos a través de un tema que ha sido poco explorado y mal tratado por los estudiosos de este tema. De esta forma, la música ha sido condenada a permanecer en las últimas páginas, si es que tiene la suerte de ser elegida como uno de los temas a tratar, de los trabajos académicos y de divulgación, que ponderan otras disciplinas más exploradas para explicar las relaciones entre dos países tan complejos que el pretexto de un muro imposibilita contener la historia que esta región ha traído a cuestas durante más de siglo y medio de convivencia.
La creación del umbral: construcción imaginaria de la frontera México-Estados Unidos
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta los últimos años de la década de 1960 la relación entre México y Estados Unidos es calificada como “normal”. Esta categorización no sólo es ambigua, también errónea. Por un lado, la victoria de Estados Unidos en la guerra lo reposicionó como una potencia mundial y como la cabeza del bloque capitalista ante el surgimiento del mundo bipolar. Esto generó que el país de las barras y las estrellas estuviera presente en las decisiones políticas de los países del bloque que presidía.
México no fue la excepción. Durante las décadas de 1940 y 1950 se consolidó un sistema político que permitió estabilizar México. Hubo programas de cooperación entre ambas naciones que se interpretaron como un nuevo paisaje para ambos países. Asimismo, Estados Unidos apoyó la estabilidad política de México en aras de la protección de sus intereses. Parece que las turbulencias del siglo XIX y de la primera mitad del XX habían quedado atrás. Pero no todas las turbulencias parecían haber sido arrasadas.
Se ha hablado de la superioridad que Estados Unidos representaba al encabezar el bloque capitalista, al que México se alineó. Esta superioridad ha estado presente en la historia de las relaciones entre ambos países, y el surgimiento de un ambiente económico y político digno para fermentar una relación bilateral “normal” no fue una razón suficiente para replantear esta “superioridad”, que es la principal responsable de generar imágenes de la otredad. Pero hay un lugar en específico donde se genera la imagen de la otredad: la frontera.
La investigadora Norma Klahn ha denominado a la frontera como una “zona de combate”. Este combate es representado por una constante confrontación entre aquello que separa la frontera. Tras esta delimitación se establece la otredad; en este caso, al ser Estados Unidos los que marcan esta frontera, México queda en ese papel, que llega a entenderse como un sinónimo de “lo que no es” el que instaura la delimitación. La otredad es un proceso de construcción social basado en dicotomías que construyen una imagen de los sitios delimitados: bárbaros/civilizados, naturaleza/sociedad, atraso/inteligencia.
Una característica fundamental de la frontera es que “apenas se establece un límite, el otro lado se hace deseable, se descubre el umbral para cruzar a lo desconocido”. Esta característica, que pinta a la frontera como un lugar de encuentro con lo desconocido, es aplicable para ambas naciones; en primer lugar, los inmigrantes mexicanos ven en Estados Unidos una alternativa a las condiciones económicas del país del que provienen. El umbral que cruzan representa lo desconocido, algo a lo que se deben enfrentar. Cruzar ese umbral se convierte en una hazaña al reconocer que es la única frontera entre países del primer y del tercer mundo. Con base en las dicotomías expuestas anteriormente, el “pueblo atrasado” se dirige hacia la “civilización”. Cruzar hacia lo desconocido, en el caso estadounidense, es muy diferente.
Como se dijo anteriormente, el creador de la otredad representa todo lo contrario a esta. Octavio Paz describe a los estadounidenses de la siguiente manera: “Creen en la salud, en el trabajo, pero tal vez no conocen la verdadera alegría, que es una embriaguez y un torbellino”. Los estadounidenses “representan” todo aquello que se niega de la otredad. En este caso, cruzar el umbral significa una parcial negación de los valores que encarna. Como dice Norma Klahn: “en última instancia [los viajes] son una búsqueda de autoindulgencia y autoafirmación”. Siguiendo esta línea, los viajeros estadounidenses que cruzan la frontera consideran esta empresa como una pausa a los valores que representa su sociedad, que pueden ser negados en un sitio que representa todo lo contrario a ellos. No obstante, el viaje resulta ser lo contrario: los viajeros terminan afirmando los valores que representan.
Aún se debe describir el lugar que en el que lleva a cabo la operación que se describió con antelación; sin embargo, el retrato de la frontera se hará a través de las expresiones culturales hechas por estadounidenses que viajaron, o imaginaron, aquel sitio donde reafirmaban los valores que su sociedad profesaba.
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