Laberintos Mentales

Por Arantxa de Haro / Imagen: Centro Obermann de estudios avanzados de la Universidad de Iowa

Desde pequeña sabĂ­a que nosotras mujeres habĂ­amos venido al mundo a enfrentarnos a la desigualdad. Con tres años, una maestra me decĂ­a que las “mujeres no podĂ­an desempeñar trabajos fĂ­sicos, porque eran de hombres”, que “tenĂ­amos que estar siempre maquilladas y usar tacones cuando adultas”, y no tan expresamente, “que a fuerzas de ‘realizarse como mujer’, tenĂ­amos que reproducirnos”. Esto Ăºltimo porque sus hijas, que eran mis compañeras del primero y segundo de kinder, eran constantemente golpeadas y maltratadas de maneras ruines enfrente de todo el salĂ³n. Por miedo todos callĂ¡bamos… era eso o que nos amenazara con un encendedor en la mano, accionĂ¡ndolo y recitando entre dientes que si no guardĂ¡bamos silencio, nos quemarĂ­a la boca. Aquel “monstruo” que vendĂ­a AVON en los recreos a otras maestras para solventar el paupĂ©rrimo salario, quedaba reducido a un ente sumiso e irreconocible cuando la recogĂ­a su marido del colegio. Yo no entendĂ­a en ese momento que ella era el producto agresor de un sistema que a su vez la habĂ­a agredido, porque, asumo, probablemente le hacĂ­a sumamente infeliz ser maestra y mamĂ¡.

La violencia la veĂ­a, atestiguaba y vivĂ­a en diferentes momentos: desde la violencia intrafamiliar que pasaba mi tĂ­a, una mujer que fue cosificada y tratada como trofeo, pues era modelo y tenĂ­a pretendientes adinerados. Sin embargo, ella se enamorĂ³ de un hombre comĂºn, quiĂ©n la atormentĂ³ entre descalificaciones, golpes e infidelidades. Ella fue revictimizada y expuesta, y finalmente, mi padre la usaba para instruirnos a mi hermana y a mĂ­, tan ruin y tan hiriente que “estudiĂ¡ramos para no depender de un marido borracho como tu tĂ­a”, mientras que a su vez nos decĂ­a “que la mujer que se dejaba golpear era por idiota”. Mucho tiempo le creĂ­, despuĂ©s de todo, cuando se es infante se cree con facilidad que los padres siempre tienen la razĂ³n.

No habĂ­a llegado ni a la pubertad cuando me enfrentĂ© al horror del feminicidio: una profesora mĂ­a asesinada presuntamente por su pareja sentimental. DejĂ³ un bebĂ© de meses, y a nosotras sus alumnas llorando. ¿CĂ³mo podĂ­amos aspirar a ser princesas de Disney rescatadas por gallardos caballeros, cuando sĂ³lo veĂ­amos los golpes, las descalificaciones, y la posibilidad de ser asesinadas por nuestro ser amado? El terror que se vive al ser mujer no acababa y se presentaba frente a nuestros ojos una y otra vez.

A exparejas que dicen que los feminicidios no existen, o se expresaban de las mujeres como ‘feminazis’, es difĂ­cil darles la razĂ³n cuando:

Nos estrangulan: yo tenĂ­a 11 años cuando a ella, un 30 de octubre salĂ­a de su domicilio a las 9 de la noche a comprar cigarros. JamĂ¡s regresĂ³, la encontraron en un campo de alfalfa.

Nos abren la cabeza a machetazos: mi abuela cuenta que a su pariente la mataron unos maleantes solamente a ella pero a su esposo no, cuando estaban dormidos.

Nos apuñalan: Ă©l pasĂ³ por detrĂ¡s de su espalda, le dijo que iba a matar un cerdo. La degollĂ³.

Nos deshacen en Ă¡cido: ella era estudiante de universidad y Ă©l, su pareja sentimental habĂ­a abandonado la carrera en medicina. Cuando ella lo quiso dejar, la matĂ³ y la deshizo en una tina con Ă¡cido.

Nos matan y nos esconden de nuestros familiares: yo estaba en el aula de la universidad y ella estaba desaparecida. Su exnovio no pudo tolerar que lo hubiese dejado, la invitĂ³ a su casa, la estrangulĂ³, la envolviĂ³ en sĂ¡banas, y mandĂ³ un mensaje a la mamĂ¡ de ella vĂ­a Facebook (usando la cuenta de la vĂ­ctima) para avisarle del cuerpo de su hija. Luego su cuenta, la de Eli, fue desactivada. Él estĂ¡ prĂ³fugo, y la cuenta de ella ha quedado en el limbo de quienes Ă©ramos sus amigos en esa red social.

Nos calcinan: ella, una menor de edad, lo habĂ­a rechazado, un chico que habĂ­a dejado  trunca una licenciatura en algo relacionado con psicologĂ­a. La citĂ³ a desayunar, y apareciĂ³ unos dĂ­as despuĂ©s, calcinada.

DespuĂ©s de todo el horror es difĂ­cil confiar en cualquier individuo. Sin embargo, el argumento de que las personas con trastornos psiquiĂ¡tricos diagnosticados son los Ăºnicos que causan esto, no lo compro. La violencia es generada por individuos que se hacen pasar por entes funcionales, frustrados y llenos de odio. El problema es el sistema que ha solapado este tipo de comportamientos antisociales y los ha disfrazado como tolerables.

Me recuerda a R, quien estaba diagnosticado con esquizofrenia. Llegaba a ser iracundo, y tenĂ­a arranques que no me tocĂ³ ver jamĂ¡s. Se mantenĂ­a lejos de todos y vivĂ­a una vida de ermitaño. Era demasiado consciente como para envolver a los demĂ¡s. Un dĂ­a, cuando admitiĂ³ que no querĂ­a hacerme daño emocional, y seguir profundizando sus sentimientos por mĂ­, simplemente dejĂ³ de hablarme, haciĂ©ndose responsable de la situaciĂ³n.

El paciente psiquiĂ¡trico no siempre, reitero, es quien ejerce esta violencia. La violencia feminicida es el resultado de la asimetrĂ­a de poder, del abuso, de la disfunciĂ³n social de los individuos, y del sistema que permite estas atrocidades.

Ayer amanecĂ­amos con un caso mĂ¡s, el de Ingrid, el cual estĂ¡ conmocionando a miles de usuarios en redes sociales por el trato tan deplorable que se ha hecho de la informaciĂ³n. Como estudiante de leyes espero se respete el debido proceso; como mujer que apoya el movimiento feminista, abogo por defender a cualquier mujer aunque no coincida ideolĂ³gicamente conmigo; como ser humano sensible, pugno por seguir concientizando que cualquier persona puede sufrir de algĂºn trastorno psicolĂ³gico o psiquiĂ¡trico y que no deberĂ¡ de ser estigmatizado sĂ³lo por eso.

No me queda mĂ¡s que abrazar a mis hermanas en estos difĂ­ciles momentos. No estamos solas.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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