LABERINTOS MENTALES

Por Arantxa de Haro

Mi alarma interna suena en mis pensamientos al ver esas terribles cifras de muertos. Cada día unos cientos más se van, y con ello el mapa digital de infecciones se va llenando de alfileres bidimensionales que van colonizando los rincones de la tierra. El miedo a la infección, el terror a la muerte, sólo me hace pensar que tarde que temprano estaré aislada en mi departamento, contando las rebanadas de jamón, racionando agua, consumiendo porciones de queso pesadas en básculas para asegurarme de sólo mantener mi músculo y mis fuerzas, y llevando un inventario tan estricto que tendría que comprar todo lo necesario en una vuelta, y así evitar las mínimas salidas. Estaré agradecida de vivir en un lugar poco poblado.

Pensar que tendré tanto tiempo para apreciar lo que tenía unos días atrás, esa libertad de salir por un helado, sentir el sol en mi rostro. Y ahora sin tenerla, miraré al caballo sin dueño rondar fuera de mi ventana, comiendo el pasto que crece en los sembradíos colindantes.

Imaginar que la vida se me escapará con el fatídico estornudo de un desconocido, me hace reconsiderar (y culparme) porque tal vez no hice lo suficiente para ser feliz cuando tuve la oportunidad. Mi ansiedad por la incertidumbre de estar expuesta a un enemigo invisible, algo no corpóreo y pequeño me tiene dividida. Después de sentir el morbo, siento el terror y luego el desazón. Siento la espada de Damocles a punto de hacer trizas mi cabeza, siento que el inminente riesgo hará añicos mis metas… metas superficiales puesto que, ahora más que nunca la frase “por lo menos hay salud” recobra su vital importancia, y se despoja del jocoso tono en el que en ocasiones es empleado.

El amor es algo que también se verá mermado. No hay afectos físicos que puedan propiamente realizarse entre dos o más individuos si intentasen hacerlo en un traje Hazmat (a menos que hubiese un filia de por medio). Darse un abrazo, tocarse, ni mucho menos besarse será propiamente imposible de hacer puesto que viviremos en ese supuesto en burbujas. Nuestros cuerpos aislados, solos.

El silencio del departamento, la soledad, puede ser tan letal como el virus. El sistema inmune puede deprimirse, y hacernos más vulnerables. Lo he vivido, lo sé de primera mano. La tristeza marchita el cuerpo y le roba la energía. ¿Y que tal si muero y mi cuerpo sólo sea descubierto cuando se encuentre en estado de descomposición? La idea de ello ya no parece tan alejada… pero pensando bien, me hace enfocarme en lo realmente importante.

Ya no me importará que alguien me mande mensajes mezclados, malintencionados, por redes sociales. Ya no será importante la ruptura de las relaciones humanas que fue a causa de absurdos. Puede que entre toda esa muerte, reviva ante los ojos de alguien que me mató (metafóricamente) con una freidora (historia que tengo reservada para otra ocasión). Tal vez esta es la oportunidad para apreciar lo que tenemos, mientras recordamos que la libertad y la plenitud en ocasiones vienen de cuestiones más sencillas.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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