Por Deia

No quiero entrar en detalles, pero me sobran tantos que ya no puedo con ellos. Hoy salí de casa a ver a mi ginecóloga. Por azares de mi vida desordenada, perdí la cita. Me angustia el encuentro con Esthela. Ella no sabe, pero va a calmarme un poco el alma o la va volver más caótica. Desde hace tiempo tengo sospechas amargas.

Mi recuerdo es un buen escritor de suspenso: me deja ver pequeños trozos de una historia de terror, pero no lo suficiente para entender lo qué pasó. Tengo al antagonista de la historia, gozando de su vida adulta, siendo padre y esposo funcional. Las protagonistas son tres hermanas. Todas con los mismos padecimientos, todos derivados de un contagio.

Lo pienso, lo repienso: ¿qué posibilidad hay de que, con tan mala suerte y poca prudencia, las tres hayan caído en la trampa de tres hombres que las hayan contagiado de lo mismo y estén sometidas en su vida adulta a revisiones constantes obligatorias? Lo pienso y me da miedo: ¿qué posibilidad hay de que las tres hayan sido violadas por el mismo hombre? Lo pienso y lo repienso: yo, que soy una de ellas, sé que lo fui.

Era pequeña, 8 o 10 años. No sé detalles, pero en mi mente está la imagen de ese hombre montándome. Era una niña y durante años pensé que era mi culpa, que yo lo había propiciado e, incluso, querido. No sé cuántas veces pasó, ni a qué edad comenzó. Si sé que cuando dejé de ser niña no se me acercó más.

Años después, mi hermana menor, siendo una niña, regresó a casa después de jugar. Estaba llorando y sus calzoncillos tenían sangre. Tenía entre 7 y 8 años. Cuando mi mamá la cuestionó dijo que se había caído de las escaleras y se había pegado con un palo en la vagina. Lloró mucho hasta que se quedó dormida: la escalera y el palo estaban en la casa de mi agresor y él estaba allí. Mi madre decidió creer esa versión; yo dudé, pero no hice más. No recuerdo si para ese entonces había olvidado lo que me había hecho a mí, pero el incidente se quedó grabado en mi memoria y procuré que mi hermana no regresara a ese lugar.

Mi otra hermana nunca dijo nada. De ella no sé más que su padecimiento, que la une a esta historia. Hace tiempo me enteré que la esposa de este canalla ha tenido que recibir atención por la misma enfermedad. Hoy iba decidida a platicarlo con la doctora para que me dijera qué posibilidades hay de que lo que pienso sea real. No sé si la necesito para ello o si solo quería contárselo a alguien.

Él es mi primo, se llama Orlando. Era un adolescente cuando esto pasó. Arruinó mi vida, el de mi hermana menor, quizá el de otra hermana y el de su esposa.

No justifico a mi madre, pero la entiendo. Estoy segura que mi mamá sabía que algo no andaba bien y decidió callar porque estaba aterrorizada: ella vivía su propio infierno al lado de unas cuñadas crueles, mientras mi padre coqueteaba con la amante en turno. Nadie me iba a defender y menos para destruir la gran familia.

Yo aún debo resolver la duda que motivó este escrito y, honestamente, no sé qué haré después de saber la verdad, no sé sí pueda o quiera confrontar a mis padres, ni hablar con mis hermanas al respecto, pero la duda carcome.

Dejo esta parte de mi historia para que duden mucho y actúen más: mi primo tenía entre 12 y 14 años cuando me violó. Si hizo lo mismo con mis hermanas, tenía ya entre 15 y 20 años ¡Casi ocho años abusó de niñas que eran su familia! No sé si tocó a mis primas, pero muchas niñas estuvieron a su alcance.

La familia, a veces, es lo peor que nos puede pasar.

Por Arturo Rodriguez García

Creador del proyecto Notas Sin Pauta. Es además, reportero en el Semanario Proceso; realiza cápsulas de opinión en Grupo Fórmula y es podcaster en Convoy Network. Autor de los libros NL. Los traficantes del poder (Oficio EdicionEs. 2009), El regreso autoritario del PRI (Grigalbo. 2015) y Ecos del 68 (Proceso Ediciones. 2018).

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