Por Ezra Alcázar / Fotografía: Tania (@Taniomys)
Hace un año tuve la fortuna de toparme con un libro que sería clave para adentrarme en una reflexión importante sobre mí. Réquiem por Teresa de Dante Liano trata de una mujer ahogada en una tragedia basada en el machismo y aunque esa historia en sí es fuerte, desgarradora y poética, la perspectiva desde donde se abordaba tenía algo especial, pues el narrador de la historia es el hermano de Teresa quien a la vez queda expuesto por la culpabilidad en la trágica vida de su hermana. Eso me puso a pensar en mi propia historia frente al machismo. Y creo que eso es lo que tenemos que hacer hoy que no están con nosotros nuestras amigas, compañeras de trabajo y de vida. Pues aunque creamos estar libres de machismos en nuestras relaciones, aunque no se cometa directamente un acto así; la simple omisión al no impedir que otros lo hagan, al no hacer notar que suceden, al quedarnos callados, nosotros también estamos siendo partícipes.
Yo crecí en una casa donde sólo había mujeres, vivíamos allí tres tías, tres primas, mi abuela, mi madre y yo. Vivíamos en un entorno de igualdad donde al menos en nuestro círculo íntimo, no había diferencias entre hombres y mujeres. Sin embargo cuando aparecían hombres la realidad se trastornaba, no sólo por la presencia nueva, sino porque la confianza y los roles se modificaban inmediatamente: tenían que ser cuidadosas de cómo se vestían y comportaban dentro de su propia casa. La que hubiera invitado a aquel hombre cambiaba sus formas al grado de mesurarse en muchos aspectos. Y es que aunque el machismo parecía estar fuera de casa, también estaba en las mentalidades. Por eso cuando crecimos mi prima y yo no seguimos siendo educados de la misma manera, pues cuando íbamos juntos por la calle ambos teníamos instrucciones distintas de por dónde ir; por ejemplo, yo debía ir por la avenida donde había mucha luz, muchos talleres, muchos hombres, porque si un día querían robarme o algo así, siempre habría un hombre para alzar la voz, defenderme o simplemente decir lo que había visto; pero para mi prima no era así, ella debía ir por el otro lado de la avenida o por otras calles, que se consideraran menos amenazantes, porque si ella pasaba por dónde yo, el robo era el menor de los peligros: algún piropo no pedido, miradas lascivas, enseñarle algo indebido o incluso violarla. Porque esa es la realidad del país. Crecí viendo cómo los hombres que pasaban por casa y por mi familia, todos, de una u otra forma dañaban a las mujeres de mi vida. Porque después me tocó ver que hicieran daño a mis amigas, que le dijeran cosas a mis parejas, que tocaran a mi madre, que acosaran a una prima, que un hombre causara miedo y daño a las personas que quería. Porque como en la novela de Dante Liano le dicen al protagonista que no haga nada respecto al infierno que vive su hermana, porque las cosas de pareja son de pareja, así a veces dejamos pasar actos de machismo de nuestros amigos o compañeros de trabajo, por respeto o por cariño. Dejamos pasar actos de machismo que sabemos que cometen contra la gente que queremos o tenemos cerca, y ese dejar pasar es una forma de autorizarlo. Disculpar a alguien por ser violento o acosador porque estaba borracho o estaba triste es una forma de permitir y secundar a esas personas de cometerlo. Y es que en todo esto no hay inocentes.
Todos somos culpables del machismo porque todos conocemos a un acosador y no hemos hecho nada al respecto, porque muchos seguimos participando en grupos de chat donde se puede hablar sin censura porque no hay mujeres, porque en lugar de eliminar expresiones sexistas de nuestra forma de pensar, sólo las acallamos y hacemos como que no existen mientras por otro lado seguimos fomentándolas al no decir ¡basta! Por eso es importante que dejemos de discutir las formas de manifestación que tiene el movimiento feminista en México y pasemos a la discusión del machismo imperante en nuestra sociedad y la forma que hay que cambiarlo. Porque los feminicidios de todos los días están fundados en todos los micromachismos que permitimos. Porque esa autorización que damos al no hacer nada cuando lo presenciamos en nuestros círculos inmediatos es la misma que lleva al asesinato y la violación. Porque no basta con que creamos que no cometemos actos machistas, es necesario que no permitamos que sucedan, que exploremos nuestra propia historia con el machismo, porque todos lo hemos visto y todos hemos sido partícipes de una u otra forma.
No nos toca como hombres explicar el movimiento, decir cuáles son las “formas correctas” de manifestarse, no toca hablar de partidos políticos ni de las “empresas buenas”. Toca que escuchemos el dolor, escuchemos las historias y nos veamos en ellas, en dónde no actuamos, en dónde hemos sido culpables y en dónde no hemos alzado la voz.
Toca que callemos para hoy también escuchar el silencio, para recordar que en México mueren a diario 10 mujeres y pensemos en cómo sería la vida sin las diez mujeres que hoy no veremos. Porque si no actuamos ahora, todas las trabajadoras que hoy no asistieron a sus puestos de trabajo, todas esas amigas y compañeras, hermanas, parejas y familiares están en peligro, porque una sociedad que sigue solapando al machismo con hombres, empresas y partidos políticos que se lavan las manos o simplemente se quitan las culpas sin hacer nada al respecto es una sociedad que también mata y desaparece.
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