Texto y Fotos por Claudia Emilia P.G.
Mi primer acercamiento al feminismo fue en el año 2015, cuando asistí a Poesía en Voz Alta, en La Casa del Lago, y vi a Sara Raca.
Recuerdo a una mujer sobre el escenario, hablando con una voz que resonaba sobre la oscuridad del lugar, hablaba de su madre, de sus amantes, de su cuerpo, y de su vida. Aquella vez Sara terminó desnuda, y su boca expulsaba sangre, su sexo estaba expuesto, todas las miradas estaban encima de ella. Esa fue la primera vez que vi a una mujer tan vulnerable y a la vez poderosa, parecía que el estar desnuda ejercía sobre ella una fuerza sobrehumana, las palabras que entonces dijo, su presencia, se quedaron dentro de mi y sembraron una semilla que ahora florece.
Han pasado cinco años desde entonces y lo que estoy entendiendo ahora como Feminismo es el sinónimo de “libertad”.
Este proceso ha sido largo, nunca se acaba, pero voy a tratar de resumir, en mi experiencia, lo que ha significado, los cuestionamientos que me han llevado a descubrirme y a entender que el machismo es aceptado porque es real, porque es lo único que conocemos desde el nacimiento y porque es lo que la sociedad nos ha enseñado que “está bien”, que así es como “debe de ser”.
Voy a empezar mirando hacía atrás y contando algunos sucesos que, en mi imaginario, fueron cosas normales.
Una vez, en la primaria, se hizo un convivio, yo apenas con 9 años y con ayuda de mi madre, me vestí con lo que creía que me hacía ver más bonita, quería llamar la atención, que se me reconociera por lo que llevaba puesto, recuerdo muy bien el momento en que me paré frente al espejo, untándome en los labios un esmalte para uñas que había encontrado, tenía brillos plateados y obviamente no estaba diseñado para ponerse en esa parte del cuerpo, mientras lo ponía en mis labios me decía en voz alta: “la belleza cuesta, tienes que verte bonita para gustarle a los niños” ¿De dónde habrá salido este razonamiento? Ahora no lo recuerdo, pero una niña de 9 años haciendo eso, pensando eso, no debería haberse visto como algo normal.
Estaba lista, mi papá me tomó de la mano y me llevó a la escuela donde iba a realizarse dicho convivio, mi vestido estaba muy corto, me dijo, “no vas a salir a buscar matrimonio” también replicó, yo no entendía nada.
Poco tiempo después mis pechos comenzaron a crecer, mamá me dijo, a escondidas, que tenía que comprarme un sujetador y que ahora tenía que usar algo para que mis senos; aún en crecimiento, no se notaran. Al siguiente día en la mañana fue la primera vez que lo usé, mi primer experiencia de incomodidad y de miradas masculinas, así lo recuerdo, los niños se dieron cuenta de que debajo de mi blusa había una especie de brasier, “¡Claudia ya usa brasier!” gritaban mientras jalaban los tirantes que asomaban por debajo del uniforme.
Me sentía triste, yo no quería eso, yo no pedí eso, no quería que mis senos crecieran y la solución que se me ocurrió fue vendarme el pecho todos los días, para ver si así dejaban de crecer, eso nadie lo supo.
Tan sólo un año después llegó mi primer periodo. Aún recuerdo estar en el baño viendo la sangre fluir entre mis piernas, para entonces, nadie me había hablado de la menstruación. “Esto no está bien, es algo malo” pensé. Nunca me sentí tan incómoda y tan sucia, sólo recuerdo escuchar a mi hermano y a mi padre hablar, cuchicheaban para que yo no escuchara, “Está muy chiquita”. Alcancé a oir. Yo permanecía llorando en el baño y sin saber qué pasaba y por qué, al salir de ahí todo era extrañó, y sólo tenía en la cabeza las palabras de mi abuela, diciendo que cuando esto pasara es porque ya sería una “mujercita”. Yo no quería ser eso, era una niña. A partir de entonces mi hermano no supo como tratarme, mi padre apenas me hablaba y yo no sentía más que culpa.
Los años pasaron y entré a la secundaria. Todavía tengo clara la primera vez que alguien me tocó sin mi consentimiento. Estabamos en clase de educación física, nos sacaron al patio a hacer unos ejercicios y sentí una mano que me tocaba por detrás, unos de mis compañeros me estaba tocando y al ver que me di cuenta me dio una nalgada y se fue corriendo, en ese momento acudí con la orientadora a decirle lo que había pasado, su respuesta fue reirse y decirme lo siguiente: “Pues deberías sentirte halagada, eso significa que le gustas”. Me enojé y tragué ese coraje, de nuevo no entendía lo que había pasado ni por qué era normal.
Esto son solo unas anécdotas de las primeras cosas que recuerdo y que ahora me cuestiono, ¿Cómo dejé que pasaran? ¿Por qué sucedieron? Sucedieron porque se nos ha enseñado que los hombres tienen poder sobre nosotras y que nuestro silencio es más valioso que cualquier panorama de intranquilidad.
Yo también juzgué a mujeres por el tamaño de su falda, por la forma en cómo llevaban su sexualidad, yo también les dije “putas”. Yo también pensé que no “me daba a respetar”. Uno de los más grandes crecimientos que he experimentado a raíz del feminismo, es justamente dejar de ejercer juicio, es aceptar que la ropa que vestimos no le da derecho a nadie de tocarnos, ni siquiera de mirarnos lascivamente, de gritarnos “piropos” que se traducen en realidad como agresiones, el feminismo nos hará a todos libres y eso es lo que todavía no entendemos, el feminismo hará que un hombre no se sienta mal por no poder pagar la cena, ni por no “mantener” a su familia, el feminismo es equidad, es libertad, es un hombre llorando porque su corazón fue tocado, sin miedo a ser juzgado.
Ayer, 8 de Marzo del 2020, salí a marchar junto con miles de mujeres, todas al grito de “Nos queremos vivas”. Ayer vi a niñas pintando cárteles con consignas, niñas que apenas comienzan a escribir, y yo quiero esto, quiero que tengan la libertad que me quitaron y que ahora lucho por recuperar, quiero que nadie las juzgue. Ayer vi a mis compañeras danzando alrededor de una fogata frente a Palacio Nacional. “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar” rezaba otra de las consignas, nunca antes me sení tan acompañada, tan libre.
Mamá es historiadora, a lo largo de estos meses ella también ha experimentado cambios. Recuerdo las primeras veces que veía noticias de manifestaciones en las calles, cuando pintaron monumentos como protesta ella me dijo: “Eso no es necesario, eso ya no está bien”. Yo le conteste: “Má, sí un dia no llego, si un día me matan, ¿No querrías quemarlo todo?” Se quedó en silencio unos segundos y me contesto que sí, que ella también lo quemaría todo.
Hace unas semanas me envió un mensaje de texto, este decía: “Estoy en el mercado, ¿quieres que te compre paliacates morados y verdes?”. Mi corazón se llenó de alegría, ella sabía que iba a ir a la marcha y ahora me apoyaba. Hoy está conmigo, está junto a mí en este camino de deconstrucción de una hegemonía patriarcal, ha despertado.
Hemos despertado y ya no tenemos miedo.
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