
Por Ezra Alcazar
Aunque estudié periodismo nunca he ejercido como tal, en la facultad aprendí algunas cosas y la vida me decantó por otros caminos profesionales no muy lejanos, pero que me dejaban fuera de las calles al menos en ese papel. Mis ganas de estudiar periodismo nacían de juntar gustos e ideales personales, el amor por la palabra escrita y la búsqueda de la verdad. Su papel en la democracia, ética y el valor del periodismo de verdad que lograba usar el lenguaje en toda su amplitud, me provocaba el mismo placer que leer un buen texto literario. Admiro profundamente al periodismo que se hace en México pese al sinfín de impedimentos como el crimen organizado, los intereses privados y gubernamentales, la violencia y precariedad laboral para poder ejercer un derecho de todas y todos los ciudadanos. Pero también hay otro peligro, y es el del mal periodismo que ensucia y lastima al periodismo legítimo.
La pandemia actual que enfrenta el mundo nos ha llevado a situaciones extremas que resaltan los graves problemas que muchos países han arrastrado —en gran parte— por culpa del modelo neoliberal que desarticuló los sistemas públicos y descuidó los derechos de la ciudadanía en beneficio de intereses privados. Y hablo de los intereses privados porque durante años los medios mexicanos han utilizado su papel de informar a la sociedad para su propio beneficio económico y político, todos lo sabemos y muchas veces es hasta evidente para los que se niegan a reconocerlo. El llamado de Javier Alatorre a no hacer caso a López Gatell y al equipo de trabajo que lidera el combate contra el COVID-19 fue una muestra clara de ese mal periodismo que utiliza su tarea y derecho a la información para su interés personal poniendo en riesgo a miles de personas que recibieron el mensaje. La información y la libertad de expresión son derechos, mentir así y poner en riesgo la vida de las personas debería de ser un delito. Y poco a poco todo se vuelve nebuloso, y la verborrea de golpeteos políticos afectan una de las profesiones más necesarias de nuestra sociedad, la del periodismo y la libertad de expresión.
Si como decía Norberto Bobbio, la democracia es “el gobierno del poder público en lo público” la libertad de expresión y la información veraz y objetiva es la base del modelo democrático, pero eso no lo exime de caer en las trampas del juego, pues en el periodismo casi todo se vale, menos la mala fe. Y tal vez esa es la primera de las pruebas del periodista, no abusar del poder, no tener sus propios intereses. Ya lo decía el gran Federico Campbell, que el periodismo era como el juzgado de primera instancia que se dedica a recabar pruebas y hechos, testimonios y toda prueba verificable con la imaginación y procedimientos para intentar definir los engranajes de la verdad, pero no dictan sentencia, eso corresponde sólo a las audiencias.
Es también así que la sociedad es la única que debe hacer juicios sobre el ejercicio periodístico, no corresponde a ningún gobierno ni presidente ser árbitro de los periodistas. Las relaciones del Gobierno actual y los medios han sido ásperas en más de una ocasión y con muchas variantes, y López Obrador tiene razón muchas veces en sus reclamos a la prensa como lo hizo desde tiempo antes de ser presidente, desde la palestra ciudadana de la democracia participativa, pero ahora es gobierno y no es su trabajo juzgar el periodismo desde ese estrado, como tampoco es válida su ambigüedad respecto a TV Azteca. El presidente no pasa la podadora por igual, contribuyendo a la nebulosa confusión de la que hablaba antes que pone en riesgo al periodismo y así mismo el desempeño de la democracia.
Es una canallada poner en riesgo la vida de las personas en tiempos de una emergencia sanitaria, y es una canallada enturbiar el ejercicio del periodismo y la libertad de expresión. Es vital para la democracia y nuestras vidas en medio de la pandemia informarnos responsablemente, rechazar al periodismo malintencionado y cuidar a los medios libres y veraces.
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