
Por Ernesto Palma Frías
“Si un pueblo puede pasar de la resignación al optimismo, es que una redención es posible gracias a la misma voluntad de los hombres y tiene que existir la historia.” Gabriel García Márquez.
Paradójcamente, el malhumor social de cientos de mexicanos que llevó al poder a López Obrador, permea en el ánimo de millones de personas que estamos a punto de reanudar actividades en medio de una sospechosa normalidad, dictada desde el púlpito presidencial, sin bases científicas, sin pruebas, sin cifras reales, sólo a partir de la prisa por dar el banderazo a obras consideradas el emblema de la cuarta transformación.
Por decreto presidencial, “se domó la pandemia” y “se aplanó la curva”. En un alarde de cinismo López Obrador se ufana de que su gobierno ha “actuado bien, muy bien frente a la pandemia”, “estamos mejor que otros países”. Desgarbado, en el Salón Morisco de Palacio Nacional, el ufano presidente de México, dirige un mensaje a la Nación. Trata de proyectar serenidad frente a la crisis. Minimiza, alardea, califica y otorga medallas. Su actitud es nauseabunda. Habla de personas fallecidas, enfermos, familias que sufren, concede pésames y abrazos, pero su lenguaje corporal lo traiciona: no le importan. Lo que trasluce es la prisa por explicar cómo se ha aplanado la curva. Entonces los muertos se transforman en simples números y los enfermos y sus familias no tienen de qué preocuparse: “hay suficientes camas en el país”. Explica con gráficas que apenas entiende. Ofende inteligencias, pero él sabe que no importa, el pueblo bueno es ignorante. Se inflama, entonces se siente reconfortado y lanza su optimismo acompañado de una mueca relajada de satisfacción: “vamos muy bien”.
Muchos mexicanos seguramente sentimos un gran vacío. Pobre México. Ilusamente esperamos escuchar a un estadista, a un líder, al hombre sabio y sensible que fue ungido presidente. El vacío se convierte entonces en un sentimiento de frustración e impotencia. Tal vez sería mejor saber que nos encontramos solos, abandonados a nuestra suerte, pero la realidad es que habremos de vivir con miedo, malestar y deseperación, pues quienes tienen el deber de velar por el bienestar y la seguridad de la sociedad, están trazando rutas para perpetuarse en el poder. Esa es para ellos la única prioridad.
Tal vez nos invade el malestar de sentirnos engañados y víctimas de abuso de quienes están hoy al mando de la Nación. Intuimos que nos mienten cada vez que nos hablan de un proyecto transformador y la realidad nos derriba con carestía, desempleo, inseguridad y la percepción creciente de que somos un país dividido, pecaminoso y culpable de aspirar a mejores condiciones y oportunidades de vida.
Los rancios sermones presidenciales de cada día, surten efecto en la conciencia colectiva haciéndonos sentir obligados a vivir en penitencia por tener pensamientos progresistas y neoliberales. Soñar con mejorar nuestro patrimonio, con tener un mejor empleo, con que nuestros hijos se preparen en la mejores universidades del mundo y que nuestros negocios sean prósperos, es contrario a la doctrina “transformadora”. Prohibido tener pensamientos impuros, dudar de que la cuarta transformación es la puerta al paraíso, criticar o peor aún, quejarse, denunciar o delatar a los integrantes de la Santa Madre 4T, pronto provocará la furia divina, con todos sus métodos inquisitoriales de terror y devastación.
Molesta, sí, sentirse engañado cada vez que compras gasolina y recuerdas que el candidato López Obrador prometió bajar el precio. Hoy todo es mucho más caro que cuando gobernaba Peña, hay más desempleo y pobreza. Ayer aplaudimos la expresión “despeñadero”, hoy lo estamos padeciendo con más corrupción[1], miseria, cero crecimiento, recortes presupuestales, desaparición de fideicomisos, cancelación de proyectos de energías limpias y una sumisión oprobiosa ante los embates de Trump y el acatamiento irrestricto y vergonzoso a sus políticas migratorias.
Como no sentirse furioso si con el pretexto de reunir recursos para enfrentar la pandemia, el gobierno federal rescinde contratos de servicios de limpieza, que dejan sin empleo a 60 mil trabajadores[2], en su mayoría mujeres. ¿Primero los pobres?.
Irrita saber que estamos ante un Estado fallido que no cumple con sus tareas más básicas de proteger la vida, los bienes y la misma subsistencia de millones de mexicanos que están en situación de pobreza extrema.
Parte del origen del malhumor social también ha sido la incertidumbre creada desde la cúpula del poder: ¿Hacia dónde vamos?. Mientras el gobierno y sus aliados envían señales de avanzar hacia un régimen totalitario, la economía se desploma, la percepción de una aberrante alianza gobierno- crimen organizado es cada vez más notoria, sumada a la escalada de delitos de todos los tipos y a la sospechosa militarización del país.
Crear la percepción colectiva de que el país se hunde lentamente, como consecuencia de su pasado pecaminoso, obligará a las masas a creer ciegamente en el salvador mesiánico que nos repetirá cada mañana, lo mucho que nos merecemos la penitencia y que sólo la fe en él y en su sagrada palabra, nos salvará del infierno neoliberal.
Toda la liturgia mañanera, amenizada por el coro de monaguillos y novicias que anuncian la inminencia de tiempos apocalípticos presagiados en decretos y disparatadas iniciativas presidenciales.
Mientras esto sucede en el paraíso mágico-espiritual de la 4T, abajo, en el submundo de la realidad cotidiana del mexicano común y corriente, sólo queda sobrevivir, batallar contra los demonios de la miseria y el desempleo, caminar descalzo en los caminos oscuros de la violencia y el miedo. Qué más da si cada mañana podemos adorar al mesías y a su casta divina. En ellos no se percibe malestar, ni ansiedad por el presente. Sonríen y se burlan. Saben que el futuro es de ellos, de sus parientes y amigos, de la nueva estirpe morena que llegó para quedarse.
Pronto saldrán a la luz los resultados de la negligencia e ineptitud del gobierno de López Obrador, ante la crisis sanitaria: el índice de mortalidad de pacientes enfermos del Covid es de los más altos del mundo, más del 12%. Sesenta y cinco mil, 856 contagios y siete mil muertos hasta esta fecha (23 de mayo). Esto, con cifras oficiales que están entredicho por su inconsistencia y falta de veracidad. De acuerdo con una proyección de BBVA, el COVID-19 empujará a entre 12 y 16 millones de personas a la pobreza en México. La lucha contra la corrupción es una gran mentira, ahí están Bartlett y su hijo, Rocío Nahle y su marido en Dos Bocas, Ana Gabriela Guevara en la Conade, el nepotismo de la familia Alcalde Luján, Napito en el Senado, las adjudicaciones directas a empresas de reciente creación, etc.
López Obrador aprovechó la crisis sanitaria para impulsar medidas que van “como anillo al dedo” a su verdadero proyecto político: la aniquilación de Estado mexicano, para transformarlo en un régimen autoritario.
Recordemos que en la historia de las tiranías, la manipulación de masas, ha sido factor decisivo en la conculcación de derechos fundamentales en estados de excepción, largamente anhelados por las dictaduras. Los gobiernos autoritarios saben bien que un método infalible para mantener en estado pasivo y sumiso a otro individuo, es reforzar su baja autoestima. Golpear constantemente su psique con mensajes que alimenten su desvalorización. Hacerle sentir infeliz, inseguro y débil, logrará hacerle presa fácil de la manipulación y el engaño. Mutilar sus posibilidades de raciocinio, detonando sus impulsos primarios. Sin acceso a la educación, arte o cultura, aislándolo paulatinamente del mundo. Así será siempre un siervo dócil y leal con quien le extiende las migajas del día. Un perro fiel, en síntesis. Ese es el ciudadano ideal con el que sueñan los tiranos. Para lograrlo, se requiere un sistema de comunicación gubernamental que proyecte constantemente el discurso oficial. Sin pausas. Ni siquiera las que obligaría un estado de emergencia sanitaria.
Saber y reconocer que la historia contemporánea de nuestro país, se aproxima a un peligroso escenario político y económico, nos obliga a reflexionar sobre una de las razones que nos orillaron a elegir la más descabellada opción para gobernar este país en las pasadas elecciones: el malhumor social. Nunca ha sido recomendable tomar decisiones cuando nos sentimos enojados, porque seguramente nos equivocaremos. El enojo perturba nuestra capacidad de razonar y por tanto, de decidir considerando todos los ángulos y consecuencias posibles.
El malhumor social del 2018 ha resultado devastador para el país. Aprendamos de esa experiencia para no dejarnos arrastrar por ese malestar que aniquilaría la esperanza de un cambio. Es necesario recuperar nuestra autoestima y comenzar a construir la realidad a la que aspiramos, alejados de la propaganda que nos incita a la autoflagelación y a creer que necesitamos de un mesías para redimirnos.
Es importante que cada ciudadano consciente, desde su área de trabajo o estudio, aporte ideas, conocimientos, descubrimientos, y ponga sobre la mesa temas que motiven la discusión y el análisis. El mejor antídoto contra las tiranías ha sido la valentía con la que intelectuales, comunicadores, líderes de opinión, escritores y artistas han elevado su voz para hacerse escuchar, para desenmascarar las mentiras y perversas intenciones de los dictadores.
Aunque es difícil -sin malhumor social- en el 2021 tendremos la oportunidad de acotar en las urnas, la demencia febril del aprendiz de tirano. Las cosas por su nombre, para empezar.
[1] Inegi. Mayo.2020.
[2] Rodríguez García Arturo. Revista Proceso. 16 de mayo del 2020.
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