Fotografía: Anshu A. Unsplash

Sin duda alguna está de moda abordar el tema de la llamada “nueva normalidad”. Procesos que ahora nos parecen impensables tal vez se vuelvan cotidianos. He de aceptar que hay mucho que analizar sobre estos nuevos lineamientos que debieran ser, en todo momento, cuestionados, de lo contrario esta “nueva normalidad” terminara por trasgredir los derechos individuales de la población, de la forma más arbitraria existente y, en la cual, el gobierno mexicano es experto. Sin embargo, no todas las prácticas dentro de este proceso de actualización humana me parecen arbitrarias, por el contrario hay algunas que debieron ser implementadas desde hace mucho tiempo como el lavado constante de manos (claro, no me refiero a lavarlas obsesiva y paranoicamente como ahora lo hacemos), hay otros que responden a las necesidades pandémicas como los ya bien conocidos #quedateencasa y #susanadistancia, pero hay otro tipo de nuevos hábitos, cuya dinámica han llamado considerablemente mi atención y me refiero, en específico, al uso del cubrebocas.

Por lo general el cubrebocas, aunque se ha normalizado, representa una gran incomodidad, más en esta época del año, ya que, al estar encerrado en el centro comercial, buscando, a toda velocidad los artículos que vas a llevar, manejando en tu auto o simplemente caminando, la combinación calor y cubrebocas da como resultado unas serie de pequeñas asfixias permanentes. Otro punto importante para considerar es que nadie, de verdad, nadie, es atractivo (a) usando el cubrebocas. Si lo usas de forma correcta (tapando nariz y boca) cubres tres cuartas partes de tu rostro y si lo usas incorrectamente (dejando la nariz fuera) te ves increíblemente gracioso, definitivamente, el cubrebocas, no favorece a nadie.

Sin embargo, he notado que hay algo a lo que sí favorece, me refiero al principio de Otredad. Vivimos en un mundo en el que, inescrupulosamente, seres humanos usan cualquier ventaja para aprovecharse de su prójimo (y, ojo, esto no es culpa de la pandemia). Pareciera que hemos dejado de reflejarnos y reconocernos en nuestros semejantes a los que, al parecer, hemos llegado a considerar des-semejantes. Pero esta nueva tendencia de usar cubrebocas nos obliga a ver a los ojos a las personas, puesto que es la única parte de su rostro que es visible, porque, a menos que utilices lentes de aumento, las gafas de sol y otro tipo de gafas de ornato han dejado de usarse porque el cubrebocas conflictúa su uso.

Gracias al uso del cubrebocas, pareciera que estamos entrando, nuevamente, en contacto con nuestro prójimo. Sin esa nariz, boca o barbilla creando una distracción, sin tener a donde más mirar, fijamos nuestra atención en los ojos del otro y volvemos a reconocernos humanos a través de él. Al ver ese cubrebocas, sabemos que ese ser frente a nosotros, está siendo afectado por esta situación, en menor o mayor grado, tal vez, pero podemos comprenderlo.

Al ver a esas personas que no pueden seguir el #quedateencasa (porque #susanadistancia no tiene excusa que valga), armarse de cubrebocas, guante o caretas, somos capaces de sentir compasión (no conmiseración), por ese ser. Nos apenan las personas que se han quedado sin trabajo, dejamos una propina más alta al repartidor del UBER eats, rapid o cornershop, así es este nuevo mundo en el que vivimos. Sé qué como dice uno de mis contactos en Facebook, “estamos enfrentando el mayor proceso de deshumanización por vía del miedo” , también creo en la fuerza y la potencia del alma humana, esa que desborda por los ojos, ventanas que permiten el paso de la luz y la belleza (sea cual sea nuestro concepto de belleza), que nos hacen sentir seguros, que nos enamoran.

Estoy consciente de que el cubrobocas no será, eternamente, parte de la “nueva normalidad” ni tampoco lo propondría, pero por lo menos, este tiempo, tiempo de cubrebocas, aprovechemos para asomarnos a las ventanas de otros, reconocernos y reflejarnos en ellos y permitirles, a su vez, experimentarse a través de nosotros. Es poco probable que la “nueva normalidad” sea una normalidad más humana, pero ¡qué diablos! podemos intentarlo.

Por Paola Licea

Soy amante de las letras y de los pensamientos. Licenciada en APOU Candidata a Mtra. En Humanidades

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