Por Rodrigo Díaz Montes

En estos tiempos de encierro tan peculiares. El año perdido, como llaman algunos a este 2020, ha sido una oportunidad para los estiramientos, pruebas y calentamientos de los competidores de la cosa pública de cara a la única oportunidad (real) que la oposición tendrá para arrebatar algo de poder y/o control del presidente López Obrador, la elección intermedia de 2021. 

Con independencia de los 13 Estados que renovarán gobernador, las 27 legislaturas locales que cambiarán a los titulares de los curules y los 3,200 puestos de elección popular a renovar. Lo que ocupa ser hablado, mas ahora que está de moda, es sobre el ex presidente Felipe Calderón. En realidad, va más allá de su nuevo libro, sus declaraciones incesantes en las malditas (o benditas) redes sociales o sobre la herencia que ha dejado en la vida y desarrollo del país. Que pueden ser deudas o legados benéficos. 

Lo que se debe analizar y discutir con las palabras adecuadas y con mucho debate en la plática pública es su papel como actor político. La mayoría de los presidentes de diversas democracias del mundo, desarrolladas o no, una vez que alcanzan el máximo punto posible de la carrera política, la presidencia de su nación, suelen pasar al retiro de la vida política, y todo tiene su razón de ser. Un pecado de la “nueva política” es que desdeñan a la vieja guardia y no todo por ser viejo es malo.

Cuando estudiaba la secundaria, que era más una correccional de menores infractores, el profesor de Historia de México nos explicaba el retiro de los presidentes como “Una estrella que brilló tanto, que ha quemado ya su combustible” y creo que más que cierta, esta declaración es poética y alegórica sobre lo que ejercer el poder implica, al menos en una democracia. 

Pero el fondo de esas palabras no es que un presidente se agote como individuo cuando ejerce el poder. En realidad, el poder conferido al individuo migra de este una vez que su encargo finaliza. La institución de un presidente es más grande que el sujeto mismo. Más allá de la metáfora, el retiro de un presidente es fundamental para la estabilidad y permanencia de la vida democrática de un país. Es un precio que cualquier presidente tiene que pagar por llegar al máximo puesto dentro de un sistema de gobierno. 

Las consecuencias de no retirar a los presidentes del juego político se pueden apreciar en los riesgos latentes y patentes (aunque incipientes) derivados de un posible regreso del calderonismo a las estructuras de poder. 

La amenaza fantasma.

Dos ejemplos evidentes que nos permiten comprender el riesgo que implica el regreso del michoacano al poder, o de menos a las andadas; La fallida candidatura de Margarita Zavala y el registro del partido político “México Libre”. 

La candidatura de la esposa del ex presidente en 2018 nació gracias a muchas necedades por parte del matrimonio. Todo como reacción contra las decisiones tomadas dentro de las cúpulas de poder panistas que colocaron a Ricardo Anaya como abanderado de los blanquiazules para competir por “la grande”. Curiosamente, Anaya se impuso de manera muy similar a la que el mismo moreliense lo hizo frente a Santiago Creel 12 años antes, jugando sucio. 

Para hacer clara la gravedad de la presencia de Calderón en la vida pública tenemos que pensar desde el incómodo “hubiera”. Sí Zavala hubiera ganado los comicios de 2018, Calderón hubiera regresado a vivir en “Los Pinos” por seis años más. Todo esto como un claro fraude a la constitución, concretamente al principio de la no reelección. Habría que ser demasiado inocente para creer que Felipe Calderón se dedicaría exclusivamente al D.I.F. y nada más. Margarita Zavala tampoco lo hizo así, fue una de las operadoras más importantes dentro de la administración. 

En la universidad, uno de los profesores más admirados de la facultad nos explicó en una de las clases a las que llegaba con resaca los viernes a las 7 a.m. que dentro de la constitución hay principios fundamentales y hay principios fundantes. Los fundamentales son aquellos que ordenan y dirigen una nación. Los fundantes son particularmente importantes ya que, si bien puede que no ordenen al país, fueron aquellos que alimentaron a los movimientos armados, valores por los que gente dio su vida. La no reelección es una de las normas fundantes y fundamentales en nuestra ley suprema. 

El caso de México Libre, si bien es aventurado pensar que pueden llegar a ganar la presidencia dentro de 4 años, no es del todo descabellado que puedan ganar algunos espacios dentro del congreso federal. Actuando como rémora en las cámaras (al igual que el PVEM, PT, MC, PES y demás), México Libre podría registrar a Calderón y a Zavala como los primeros plurinominales y así obtener la credencial para entrar de nuevo al club de la toma de decisiones (ajá). 

El fantasma es recuerdo, y solo eso. 

Y no solamente es Felipe Calderón, es igual de grave que cualquier presidente se mantenga activo en la vida pública del país una vez terminado su encargo. Fox intentó lo mismo con Marta Sahagún y en 2004 todos los actores de la vida pública estaban en contra de la idea, en 2006 el matrimonio guanajuatense tuvo que pasar al retiro, como debe de ser. 

Es de entender que dentro de las presidencias Priistas algunos ex presidentes eran rescatados del retiro, principalmente a posiciones honoríficas, más que de verdadero gabinete. A excepción del Tata Lázaro, que ocupó la SEDENA al concluir su sexenio, los demás ex presidentes eran encargados de instituciones ornamentales dentro del sistema hegemónico. López Mateos invitó a todos los ex presidentes vivos a trabajar en diversos puestos honorarios en la administración. Díaz Ordaz fue enviado como Embajador a la España de Franco. Echeverria huyó a la ONU. López Portillo se dedicó… a la loquera, pues. De la Madrid dirigió el FCE y bueno, de Salinas que no se puede decir. 

Igual de grave sería que López Obrador se mantenga en activo dentro de unos años cuando López tenga que abandonar el Palacio Nacional para dejar que su nuevo inquilino trabaje y habite el inmueble ubicado al oriente de la Plaza de la Constitución. 

¿Vamos a comer?

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