Por Raudel Ávila
Un rasgo distintivo de DC Comics posteriormente copiado por Marvel es la infinidad de universos paralelos en los que se desarrollan sus historias. Desde el clásico evento Crisis en las Tierras Infinitas, DC COMICS inventó tantos planetas tierra con tan diversas adaptaciones de sus personajes que los guionistas de sus cómics, caricaturas, series de televisión, videojuegos y películas tienen la posibilidad de hacer toda clase de experimentos e innovadoras propuestas. Manipulan sus héroes, villanos, personajes de reparto y hasta las sagas más consagradas. Invierten los roles del bueno al malo, cambian los orígenes, desaparecen y reaparecen personajes. Cuando era niño, me resultaba profundamente chocante, pues me desconcertaba la falta de continuidad entre lo que veía en televisión o cine y lo que leía en las historietas. Conforme fui creciendo, encontré fascinante la tranquilidad infantil con la cual esta empresa alteraba elementos que cualquiera hubiera creído esenciales para su mitología.
Uno debe entender eso, los mitos verdaderamente resistentes son aquellos impermeables a la diversidad de versiones. Ocurre en México con las tres mil versiones de la Llorona. No la empobrecen sino todo lo contrario, le inyectan nueva vitalidad. También pasa con la mitología clásica de los griegos y nórdicos, representada con variaciones en la dramaturgia o con las novelas caballerescas de la corte del rey Arturo, cada una contando una versión ligera o completamente diferente. ¿Qué sería de la literatura universal sin los toques personales introducidos por Shakespeare a los grandes reyes de la historia inglesa? ¿Cuánta gente se hubiera quedado sin conocer a Sherlock Holmes de no haberse producido docenas de adaptaciones, por definición inmensamente variables, del detective? ¿Existe tal cosa como una versión definitiva y excluyente de Robin Hood o el Cid Campeador?
Se vuelve un gusto adquirido, como la capacidad de disfrutar distintas representaciones de una misma escena histórica, paisaje o personaje por múltiples pintores. Así como numerosos dibujantes son capaces de darle su toque personal al mismo súper héroe, un guionista que vuelve a contar el origen o la muerte de un súper héroe añade riqueza y fortaleza a su franquicia. Sorprende al espectador, pero también puede conmoverlo y ayudarlo a entender y apreciar mejor la esencia del personaje. Al final cumplen la misión más importante de los cómics, a saber, ampliar la imaginación de sus lectores.
Naturalmente, la figura emblemática de la compañía DC Comics, Superman, no podía ser ajeno a esta multiplicidad de versiones. Nunca fue mi personaje predilecto. Lejos de ello, Superman me parecía insufrible. No solamente era invulnerable, sino que era integralmente noble y bondadoso. En suma, perfecto. ¿Qué clase de historia podía contarse con un héroe perfecto? Si todo le salía bien y nadie podía ganarle, ¿cuál sería el propósito de referir sus andanzas? Nadie puede identificarse con algo así. Mi interpretación era, desde luego, muy superficial y ha evolucionado. ¿Cómo explicar entonces el éxito casi mundial de Superman? ¿Porqué su símbolo, la “S” es universalmente reconocido para bien y para mal? Decir universalmente no es una exageración. El símbolo de Superman es tan fácilmente reconocible como el distintivo de Coca Cola o de la Cruz Roja internacional.
¿Es factible decir algo original sobre los cómics de súper héroes? Original no. Personal y con variaciones sí. Consecuentemente, lo que sigue es un esfuerzo personal por compartir los elementos que a un servidor le resultan más entrañables de estos personajes ficticios, “compañeros de la infancia” como los ha llamado Fernando Savater. Una revisión breve de distintas versiones de la misma historia con la capacidad de reactivar profundas emociones infantiles. Empiezo con Superman porque fue el primero y no nada más en el sentido cronológico.
Supuso un ejercicio inicial del género del cómic de súper héroes estadounidense, pero también una conceptualización muy específica del heroísmo en nuestro tiempo. Un ser humano invulnerable sí, pero también una representación idealista de las aspiraciones y esperanzas colectivas en medio del siglo más violento (hasta ahora) en la historia de la humanidad. El siglo americano es como han llamado algunos historiadores al XX, por la victoria estadounidense lo mismo en la segunda guerra mundial que en la guerra fría. Todos los países se idealizan a sí mismos en su mitología nacionalista. Todos se cuentan historias sobre una supuesta excepcionalidad, aquello que teóricamente los hace únicos frente a otros países. No sorprende entonces que el primero de los súper héroes estadounidenses porte los colores de su bandera en el disfraz.
El origen
No quiero detenerme mucho en los datos históricos del personaje ni en la biografía de sus creadores. Esto no es una entrada de Wikipedia. Me interesan ciertos rasgos decisivos de su nacimiento. Superman fue creado por el guionista Jerome (Jerry) Siegel y el dibujante Joseph (Joe) Shuster, dos jóvenes judíos, amigos desde la adolescencia y unidos por una pasión compartida hacia la ciencia ficción.
Los padres de Siegel llegaron como refugiados a Estados Unidos en 1900, en el punto de arranque mismo del siglo XX, con todas las promesas de una nueva centuria a cuestas. Venían de Lituania. Shuster era canadiense, llegado a muy temprana edad a Estados Unidos, pero su madre era originaria de Ucrania.
Esta información, que yo ignoraba en mi infancia, es definitiva para entender la configuración del personaje de Superman y la función simbólica que desempeña. Schiegel y Shuster fueron, con toda seguridad, discriminados en algún punto de sus vidas. Pertenecían no solamente a una minoría étnica, sino religiosa, en un país orgulloso de su protestantismo y procedencia preferente de las grandes potencias de Europa occidental como Inglaterra, Alemania o Francia. Dos naciones periféricas como Lituania y Ucrania, sometidas permanentemente al imperialismo zarista y después al soviético no constituían, ni remotamente, la base de la identidad norteamericana. Las costumbres, acento, prácticas religiosas e incluso apariencia de los creadores del súper héroe no se parecían nada al estereotipo del estadounidense promedio. Subrayo, estereotipo. No tenían la estatura, color de ojos, pelo ni musculatura del mito norteamericano. No pertenecían a las clases acomodadas, así que es fácil imaginarlos en un barrio popular o de clase media baja padeciendo no nada más racismo sino abuso físico, el famoso “bullying”. Hay fotografías de ellos en internet. Aparecen ejercitándose afanosamente con pesas sin lograr un tono muscular marcado ni menos aún el propio de los atletas olímpicos o los galanes de cine hollywoodense.
Saltando muchos aspectos de sus vidas, llega uno al momento de la creación de Superman. Es el año 1938 y el número 1 de la revista Action Comics, publicada por DC Comics. Estamos a un año del comienzo oficial de la segunda guerra mundial. Los judíos sufren persecución y genocidio por partida doble: del nazismo en Europa occidental y del estalinismo soviético en Rusia y Europa del este. Masas gigantescas de correligionarios, paisanos y quizá familiares de Siegel y Shuster suplican asilo en América. Huyen aterrorizados de dos dictaduras totalitarias donde solamente se permite una ideología política, una misma fe absoluta en hombres providenciales supuestamente destinados a salvar a su pueblo, persiguiendo e incitando al odio contra otro segmento o segmentos de su misma población: Hitler y Stalin. Campos de concentración alemanes o pogromos rusos, el propósito es idéntico. Los judíos europeos no están sujetos al bullying adolescente como sus contrapartes en Estados Unidos, es mucho peor. Son víctimas de una campaña inducida por sus propios gobiernos de persecución y exterminio total.
En la Alemania nazi, con fundamentos supremacistas, se persigue y asesina incluso a los lisiados, discapacitados o enfermos de algún padecimiento crónico. El propósito es “mejorar la raza.” En contraste notabilísimo, el presidente mismo de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, discapacitado por la poliomelitis, está paralítico y no puede caminar. No solamente eso, Estados Unidos, a diferencia de las potencias europeas, abría las puertas a inmigrantes judíos. Investigaciones recientes han demostrado que la apertura y recepción fueron selectivas. No era lo mismo recibir a un científico consagrado como Albert Einstein, invitado por la universidad de Princeton, que a familias judías pobres, pero el mito de un Estados Unidos receptor de migrantes encuentra fundamento en el hecho de que buena parte de los países desarrollados estaban completamente cerrados a cualquier forma de asilo para esas enormes mareas humanas de desposeídos. Estados Unidos sí dejaba entrar a varios. Las noticias que llegan de Europa son desoladoras para Jerry Schiegel y Joe Shuster.
A no dudarlo, quienes encontraron refugio en aquel Estados Unidos, huyendo del totalitarismo europeo y soviético, deben haber considerado su nuevo país como una especie de salvación cósmica. Otra realidad, casi otro planeta. Sus países de origen tenían inviernos crudelísimos y muy pocas horas de luz solar al día. En sus países de origen les prohibían incluso abordar un avión. En Estados Unidos no solamente les permitían practicar su religión y profesión libremente, sino que les permitían manifestar en público sus opiniones políticas. No gobernaban los militares como en la Alemania de Hitler o la URSS de Stalin, ni gente de uniforme en campaña permanente, sino un civil rodeado de civiles al que la gente podía insultar en la calle y los periódicos. No se les estigmatizaba ni masacraba por disentir del gobierno en turno, es más, podían emprender negocios y construir fortunas haciendo campañas para la oposición. Esto se refleja señaladamente en novelas como Sombras sobre el Hudson del premio Nobel de Literatura Isaac Bashevis Singer o en las memorias de Vladimir Nabokov.
Sus universidades no los discriminaban ni estaban estúpidamente cerradas por considerar perniciosa la influencia del exterior. Al revés, les daban la bienvenida como catedráticos que revitalizarían la actividad intelectual y científica estadounidense hasta convertirla en la más avanzada del planeta, dejando muy por detrás a las escuelas europeas que los habían expulsado de sus espacios de investigación. Ahora bien, para las numerosas familias judías de origen económico más modesto, como los Schiegel o los Shuster, se abría la posibilidad de trabajar vastas extensiones de terreno en el campo estadounidense. En pequeñas villas (villa chica o como se dice en inglés Smallville) de Kansas u otro estado sureño, con casas de doble planta y tractores a su disposición, podían labrar la tierra y vivir apaciblemente de la agricultura sin que nadie, ni siquiera los vecinos, los molestaran en la privacidad de su hogar. Y es que la distancia entre una casita campirana y otra podía ser de uno o dos kilómetros. En suma, se respiraba la libertad. ¡Qué diferencia con los campos de labranza donde se les explotaba y no tenían otro instrumento que sus manos como siervos del zar o los terratenientes occidentales!
Es así que procedentes de un país supuestamente más civilizado, con siglos de historia y cultura, tecnológicamente más desarrollado, pero destruido por el odio y/o la guerra donde imponían su fuerza los militares, los refugiados encontraban asilo en un pueblito rodeado por la naturaleza. Ahí, alejados para siempre de su pasado pero estudiosos de su historia ancestral, podían desarrollar libremente sus facultades físicas e intelectuales, iniciar una vida enteramente nueva, incluso cambiando sus nombres y alcanzando su máximo potencial hasta llegar a ser súper hombres si se les comparaba con las limitadísimas probabilidades de sobrevivencia en su país natal. Es seguro que Jerry Shiegel y Joe Shuster conocieron a uno o varios seres humanos en estas condiciones.
Así, el origen del primer súper héroe se vuelve claro y sencillo. Mezclo libremente elementos de varias versiones de Superman, procurando ser fiel a lo principal. Un planeta más avanzado, Kriptón, con grandes científicos, estadistas y costumbres más civilizadas, se vuelve presa de la autodestrucción en la que influyen militares cada día más poderosos como el perverso general Zod. Un científico eminente, Jor-El, casado con Lara, anticipa fácilmente la destrucción de su mundo y por falta de tiempo, decide enviar a su único hijo Kal-El en una nave a otro planeta. La nave contenía toda la tecnología de Kriptón y dispositivos con el recuento completo de su historia. Esta parte siempre me perturbó cuando era niño. ¿Porqué demonios abandonaban a su hijo? Si Jor-El era tan brillante, ¿por qué no construyó una nave más grande y viajaban con Kal-El su papá y su mamá? La religión es central para entender esto. En el libro del Éxodo, Moisés tiene que ser abandonado por su madre en una cesta en el río Nilo, a fin de evitar que lo asesinaran como a todos los niños, según lo dispuesto por el faraón egipcio. Moisés sería rescatado y criado por otra familia. Crecería y se convertiría en el salvador de su pueblo.
Si la religión es importante, la historia resulta trascendental. Solo como adulto he podido leer las historias de miles de padres judíos que enviaron a sus hijos con nombres y apellidos encubiertos a orfanatos o familias adoptivas de Inglaterra y Estados Unidos para salvarlos de la persecución antisemita en sus países de origen antes y durante la segunda guerra mundial. La mayoría nunca volvieron a ver a sus padres biológicos. De niño, el origen de Superman me parecía un acto de abandono. Como adulto me conmueve hasta las lágrimas el sacrificio del amor maternal y paternal. Hombres y mujeres que prefieren separarse de sus hijos para salvarlos antes que someterlos a la dictadura de su país de origen.
Kal-El y su nave aterrizan en el pueblo ficticio de Smallville, Estados Unidos, donde lo encuentra una pareja de estadounidenses (Jonathan y Martha Kent), quienes no pudieron tener hijos propios. Con una carencia total de verosimilitud (los comics se permiten muchas licencias), los Kent se roban al bebé y lo adoptan como propio, sin que nunca nadie haga preguntas sobre la ausencia de un embarazo en Martha o la inexistencia de trámites de adopción con alguna autoridad de la localidad. Desde luego, esto solamente pude advertirlo como lector adulto. A un niño no le importa eso. Ocurre que, dependiendo el universo DC al que uno se adscriba, la historia continúa más o menos de la siguiente manera. Los Kent crían al niño y le ponen un nombre nuevo (Clark). Independientemente de la versión que uno prefiera, Clark Kent crecerá y desarrollará gradualmente súper poderes como resultado de la exposición a un sol más benigno que el de su planeta natal. Es decir, un clima menos agresivo. Visión súper desarrollada, rayos equis, súper velocidad, fuerza sobrehumana y claro, la capacidad de volar. En Estados Unidos no estaba prohibido para los judíos abordar aviones. Ahí está, a grandes rasgos, el origen de Superman.
Continuará…
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