Por Daniel Valdés Romo / Imágenes: Archivo del profesor Luis G. Galindo. Saltillo del Recuerdo

Ese día la función en el Cine Palacio terminó a las 23:00 horas. De ahí caminó a la Estación de Ferrocarriles, donde Enrique Navarro Cedillo prestaba sus servicios como encargado de tripulaciones. El turno empezaba a las 00:01. Fue extraño que hubiera muchos taxis.

Era el 5 de octubre de 1972. En apariencia un día normal de trabajo y por el movimiento inusual de vehículos “pensé que ya había llegado el tren de peregrinos que venía de Catorce, San Luis Potosí”.

Al llegar a la Estación, ubicada en prolongación Luis Gutiérrez, me informaron que hubo un accidente muy grande en Puente Moreno. Eso explicaba la cantidad de carros de sitio, porque pensaron que harían su “agosto”, pues corrió el rumor, pero no se sabía las magnitudes de la tragedia. Los trabajadores del volante pensaron que el tren estaba detenido y la gente contrataría sus servicios para llegar más pronto a su destino.

Justo en ese momento –poco después de la media noche-, llegaron dos pasajeros que sobrevivieron al accidente. Tenían golpes leves, pero venían todos polveados, como si los hubieran revolcado en harina. Desde el punto del accidente siguieron el camino de las vías hasta llegar a la Estación. Su objetivo era dar la voz de alerta: que había muchos muertos en Puente Moreno.

Como trabajador ferrocarrilero le tocó vivir de cerca la tragedia y la forma en que Ferrocarriles Nacionales de México empezó las tareas de auxilio y la forma en que incriminó a la tripulación, aunque después se supo la verdad: de que se trató de un problema técnico, debido a que eran carros muy viejos.

Con los datos de los dos sobrevivientes fue posible orientar a los taxistas y a la Cruz Roja, para que acudieran a prestar auxilio a las víctimas.

La reacción de Ferrocarriles Nacionales fue enviar trenes de auxilio al lugar del accidente. Con la máquina de patio y el equipo de Piedras Negras, que en ese entonces pernoctaba en Saltillo. Mandaron personal de vía y fuerza motriz, con tripulación de patio.

El personal que laboraba en la estación se ofreció a trabajar y en los patios esperaron la llegada del tren que se mandó al Puente Moreno. De ahí bajaron muchas personas heridas. Sus lesiones eran leves y otros si venían muy golpeados.

Don Enrique recuerda que en ese lugar bajaron a una mujer envuelta en cobijas, a manera de camilla, y al momento de ponerla en el piso falleció.Mientras se auxiliaba a los lesionados que trajo el tren de Piedras Negras al patio de servicios, era ensordecedor el ruido de la sirena de varias ambulancias.

Se trataba de varias unidades que mandaron de Monterrey, pero que desconocían el terreno y los detalles del accidente. Por eso llegaron a la estación de ferrocarril.

El personal de los patios orientó a los socorristas a seguir por la calle Obregón al sur y luego un camino de terracería, por el antiguo camino a Palma Gorda. Hasta llegar al lugar del accidente.Al aproximarse fue fácil la orientación, porque desde algunas partes de Saltillo era posible ver el resplandor de las llamas, debido a que algunos carros se incendiaron.La explicación más razonable sobre el fuego es que los peregrinos llevaban lámparas de petróleo para alumbrar los lugares donde se hospedaban en Real de Catorce y seguramente las usaron en el trayecto a Saltillo, porque el tren venía a oscuras y con el impacto pudo haberse iniciado el fuego.

Toda la noche se escuchó el ulular de las sirenas, porque iban y venían para ayudar a las víctimas del trenazo.

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Para ayudar en las maniobras de rescate fueron convocados todos los cortadores y soldadores de ferrocarriles, del Grupo Industrial Saltillo, de la International Harvester y de Zincamex.

Don Enrique tenía un hermano, Efraín, que fue uno de los soldadores convocados. Él también prestaba sus servicios para Ferrocarriles Nacionales de México.

Para llegar a los vagones enterrados fue necesario cavar un túnel y por abajo abrir un boquete para entrar y rescatar sobrevivientes. Al llegar a uno de ellos, con sopletes se hizo una claraboya para tener contacto con la superficie, pero no fue posible por la cantidad de carros apilados y los fierros retorcidos.

Efraín contaba que al primer carro que llegaron todos los pasajeros habían fallecido, con excepción de una niña. Se trataba de una bebé que fue localizada por el llanto. El rescate se hizo por el mismo lugar por donde ingresaron. Por arriba no era posible.

“Esa niña debe tener ahora 38 años y seguramente que no supo por qué ahora está viviendo. Aunque no estaba muy golpeada no habría sobrevivido sin agua y sin alimentos. Su rescate fue posible a las maniobras que se hicieron bajo tierra”, según recuerda Don Enrique las pláticas de su hermano.

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En las maniobras de rescate encontraron a una mujer prensada entre los carros amontonados y que pedía auxilio. El calor era intenso. Las llamas estaban muy cerca de ella. No fue posible salvarla, porque estaba entre los fierros. Con tristeza e impotencia los rescatistas escuchaban sus gritos desesperados, que después se convirtieron en dolor, al tiempo que era consumida por el fuego.

Esa imagen, dice, fue recordada durante mucho tiempo por su hermano porque la mujer parecía una vela humana y el fuego consumía su carne y se le desprendía la grasa. El olor era insoportable y por varios meses, quizá un año o más, a su hermano le fue imposible comer carne.

En el tren de la desgracia, un sobreviviente fue Sabino Coronado. Vivía por la calle de Arteaga y V. Carranza (ahora Pérez Treviño). Él trabajaba como cantinero en El Imperio.

“Él me platicó que venía en el tren. El viaje de retorno a Saltillo transcurría normal, hasta que por la ventanilla, los pasajeros vieron que los objetos pasaban muy rápido. Eso ya no era normal y aumentó la velocidad. Cuando se escuchó el estruendo su compañero de asiento se levantó y en ese momento por el pasillo pasó volando una muela (artefacto con el que se enganchan los carros), como si fuera una pelota y le cortó la cabeza, pero el cuerpo siguió caminando por el pasillo aventando sangre.

La imagen fue muy fuerte y la impresión también por la cantidad de muertos que dejó la tragedia. Al poco tiempo Sabino fue afectado por una diabetes muy fuerte. Ya estaba enfermo, pero eso le aceleró “el azúcar”. Era un cantinero muy bueno.

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Ante la magnitud de la tragedia, los directivos de Ferrocarriles Nacionales de México optaron por el camino fácil y culparon a la tripulación, la acusaron de que trabajar en estado de ebriedad y viajar con mujeres. En ese tiempo era el director, Víctor Manuel Villaseñor. Nada se comprobó. Pese a ello, estuvieron en la cárcel.

El director del Hospital Ferrocarrilero, Luis Morales Benavides, quien por ética se negó a firmar el dictamen donde constara el estado de ebriedad de la tripulación porque los resultados de los exámenes de laboratorio salieron negativos. Lo destituyeron y después reconocieron su conducta.

En el centro penitenciario de Piedras Negras, fueron recluidos los miembros de la tripulación del tren accidentado. Entre ellos Juan Juárez Alvarado (maquinista fogonero), Melchor Sánchez (maquinista), Luis Carrizales (fogonero), Pedro Rodríguez Barboza (fogonero) y Jesús Rocha Serna (conductor). De todos ellos, a la fecha sólo sobrevive el primero.

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Después de varios años en prisión obtuvieron su libertad, al no comprobarse su responsabilidad en la tragedia.

La verdad es que eran carros muy antiguos. Un equipo ya obsoleto, que en ese tiempo (1972) ese tipo de carros ya eran piezas de museo en Estados Unidos y en México seguían rodando. Es posible que de no haber sido por la tragedia hubieran continuado en servicio.

Los datos indican que el tren traía 16 carros, cada uno con capacidad de 80 personas. En esos viajes de peregrinos siempre subían mucho más. Hay la versión de que en Catorce pegaron otros seis carros. Se estima que cada vagón tenía un peso de 35 toneladas y la máquina, por lo menos 500 toneladas.

Don Enrique recuerda que eran carros muy viejos. No así la máquina, que todavía estaba en buenas condiciones. Pero de nada servía que abasteciera de aire al sistema de frenado de los vagones, si estos no respondían. Además, era mucho el peso. El tren venía de bajada y era imposible detenerlo porque con el tonelaje de los carros se empujaba a la máquina. No respondieron los frenos y vino la desgracia.

Por su trabajo en Ferrocarriles supo que hubo la orden para llevar los carros accidentados, en plataformas a la Ciudad de México, luego hubo una contraorden para llevarlos a ser fundidos en Altos Hornos de México.

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En aquel tiempo, recuerda Don Enrique, se habló de 200 ó 300 muertos, según los datos del gobierno. La realidad es que fueron muchos más, porque hubo sobre cupo en el tren. Siempre así era en esas corridas, en esos viajes de peregrinos, que cada año acudían a venerar a San Francisco de Asís.

Es posible que hayan sido más de mil, porque los hospitales no se daban abasto. En camionetas sacaban a los muertos, muchos de ellos quemados, que jamás fueron reconocidos.

Un señor que trabajaba en el Panteón Santiago contó que al fondo de ese lugar se hizo una excavación muy grande, donde aventaron muchos cuerpos y luego le echaron tierra. Además, dice, en el Saltillo antiguo, sobre todo en el barrio del Ojo de Agua, en Palma Gorda y Derramadero hubo casas que no volvieron a abrir sus puertas, debido a que la familia completa murió en el Puente Moreno. A esas personas nadie las reclamó.

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Enrique Navarro recuerda que horas antes llegó a Saltillo un tren que también salió de Real de Catorce. Era conducido por Cuauhtémoc Huerta Cárdenas. Atrás venía el tren de Jesús Rocha Serna, él que se accidentó.

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