
LABERINTOS MENTALES
Mi pluma ha sufrido en las garras del ajetreo que ha provocado una situación personal. Es común que la ansiedad por no cumplir con mis autoimpuestos estándares me orillen siempre a pisar el acelerador de mi vida, y cambiar el rumbo de mi existencia. Contaba en el último Laberintos Mentales que sentÃa que era momento de volar. Sin embargo, no pensé que fueran las circunstancias converger en una victoria de lo más inusual.
La tarde del 29 de septiembre, la guillotina se ciñó sobre mi cuello, y mi cabeza rodó. El nombre de la ejecución dictaba “desempleo por crisis económica”. Fuera del mundo de las letras, me habÃa quedado sin sustento por la recesión. Y aunque pareciera que la situación pintaba mal, caso contrario, me salieron alas para volar, y quedé como la victoria alada de samotracia.
Al ver la agridulce liquidación que asomaba en ese cheque que posaron sobre la mesa, sonreà para mis adentros, pues era lo correspondiente y no tendrÃa que llevar ningún engorroso proceso legal (francamente procuro tener siempre “un mal arreglo, que un buen pleito”. Sin embargo, lucho con renuencia cuando el arreglo es más un “desarreglo” contra mÃ). Firmé contenta, casi saboreando una efÃmera y fugaz vida de “Dandy”, hasta me imaginé como una Oscar Wilde de paÃs en vÃas de desarrollo, con tendencias ñoñas (pues, una versión diluida).
No obstante, pesa más el miedo al contagio que el impulso de exponerme en un “Spring break” improvisado y fuera de temporada, en medio de una pandemia, en Sayulita. Sólo se quedó en mi imaginación la escena de mà comiendo pescado asado en la playa, inmersa en un impulso contranatura y covidiota, sin más ropa que el traje de baño, las chanclas y el cubrebocas (ya saben, como quien se excusa con ironÃa que “susana distancia” y “vacaciones con todas las precauciones”). Ni modo.
Por otra parte, ya no tendrÃa que enfrentarme a las intrigas que se empezaban a gestar en mi ahora antigua oficina. Por fin, paz y tiempo para rodearme de perritos y plantitas, y libros y lates frÃos. Y asÃ, me di licencia 3 dÃas de no hacer nada de “provecho”. Ver series y comprar uno que otro gusto… fantasear con la idea de crear contenido en vez de sumarme a las filas del empleo. Y pasaron esos tres dÃas, y entré en un estado de búsqueda frenética de trabajo.
Funcionó. Una semana más tarde tenÃa una propuesta. Tuve suerte… demasiada. Me dispuse a terminar todos los pendientes, entre trámites con entidades bancarias, con el gobierno, y con el cambio de residencia que tenÃa que completar a la brevedad. Mi cabeza se vació de las letras, y en cambio calculaba los números de todo aquello que empecé a gestionar y pagar… y la vida de Dandy se hizo imposible de materializar. Para lo que a uno le alcanzaba tal vez, era para una “lujosa” Bigmac en un estacionamiento de cualquier intrascendente establecimiento de cualquier parte.
Los dÃas pasan, me encuentro tras el volante de aquella máquina de dos toneladas que juré nunca manejar. No es posible ahora estar en el transporte público. Son demasiados los contagios, y poca mi tolerancia para soportar gente que se rehúsa a colocarse el cubrebocas. Mi tranquilidad, mi paz, tiene el costo de un enganche más una mensualidad.
Tengo que sopesar el miedo a morir por un patógeno o por un accidente. Creo que el patógeno es peor. MÃnimo si me estampo podrÃa morir rápidamente, en cambio, el bichejo te hace agonizar. Tres conocidos se me han ido por la situación, no queda más que cuidarse dentro de lo posible, intentar sanar si ello suciediere, o resignarse a quedar a merced del destino. Regresé a ese lugar que era esa ciudad de aquel hombre de las nieves. Pensar que sólo se asomarán sus ojos celestes bajo esas espesas cejas casi blancas. Me quedo pensando en la prudencia que corresponde el aparecer ante la puerta de su guardián. De esa ocasión que salà de mi casa en una escapada, de la primera vez que me sentà en total libertad… como ahora.
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