Hay días en los que se encuentra uno descorazonado, decaído. En esos días, prefiero tirarme en la cama, encogerme y abrazar una almohada. Hay otros días en los que podemos comernos el mundo a bocados, somos invencibles, y nadie puede contra nosotros. Hoy es un ejemplo de lo segundo, las festividades fue algo de lo primero. Ha sido un largo camino para llegar a comprender qué es lo que me hace feliz, y de qué manera lo puedo proveer para mí misma. No obstante, no puedo afirmar que no ha costado trabajo, tiempo y dinero (sobretodo lo último). Hay ocasiones en las que he llegado a perder perspectiva de lo que estoy viviendo. Eso sucede cuando me aíslo y mi contacto humano se ve limitado. Puedo estar sola, sí, pero pierdo toda noción del self cuando eso sucede. Puedo incluso pensar que soy otra persona. Tremendamente huraña, completamente centrada en mí. El mundo deja de existir, y mi realidad se encoge a unos pasos. No siento una ansiedad por salir, simplemente dejo que la soledad me devore. 

Identifico que soy tremendamente feliz cuando camino durante horas, converso con otros, y río a carcajadas de bobadas, cuando comparto experiencias, cuando de vez en vez me doy un respiro de mi sofocante ser. El encierro sólo despierta mi hambre por darme una atención excesiva, y me convierte en ese monstruo somnoliento y sin energías, que está condenado al vértigo por la inmovilidad. Aunque las actuales circunstancias no son ideales para estar en completo movimiento, agradezco tener un lugar donde puedo caminar en exteriores durante horas, y traer el pan a la mesa (mesa metafórica que comparto con dos perritos, uno de los cuales ciertamente goza de robarse el pan porque lo alcanza). Estoy descubriendo mis preferencias culinarias, las cuales me obligué por default a decir que me gustaba todo, por un trauma de maltrato infantil por el que pasé. 

Aún así, puedo afirmar que la labor que estoy desempañando, el compromiso con mi salud mental, aún no termina. Tengo a Hiram y Liliana a mi lado, quienes han sido la guía para lograr esta estabilidad que por fin pude lograr después de un año de esfuerzos continuos de parte de ellos. Por ello, aún quedan algunas incógnitas, de las cuales la principal es por qué tiendo a encontrarme, y equivocadamente relacionarme, con individuos que podrían catalogarse como “ruidos estadísticos”, en lo que sería un gráfico de dispersión y cuyo anglicismo correspondiente sería “off the charts”, que en términos más coloquiales sería “fuera de serie”. Esta progresión lingüística, de mantenerla así, podría parecer inofensiva, amable incluso. Pero me veo en la obligación de develar al lector que tiendo en ocasiones a usar eufemismos para disimular la crudeza de algunas anécdotas que se han presentado en “Laberintos Mentales”. Dicho de otra manera, me he topado con “especímenes” manipuladores, crueles y seductores, y he escapado por los pelos en varias ocasiones, donde las situaciones pudieron escalar al grado en el que pude no haberlo podido contar. No hay manera simple de endulzar la crueldad a las que, no sólo yo, sino la mayoría de mujeres y personas gestantes somos presas de diferentes maneras, en diferentes grados, desde diferentes ángulos (todo dependiendo de las circunstancias que nos rodean). No obstante, me gustaría recalcar que aunque en el ámbito de la salud mental convivan las personas con neurodivergencias y estas personas de las que he comentado, de ninguna manera deberá satanizarse el tema. Caso contrario, creo que es más importante que nunca saber apoyar a otros y saber en qué situación de salud mental estamos, para ponernos a salvo. Hoy no cuento un relato en concreto, o envío una misiva para alguien que quiero. Hoy escribo a mis lectores, a manera de declaración, que estaré trabajando en un proyecto donde por fin coloque el nexo que une a los artículos que vengo publicando con cierta irregularidad (y por lo que debo disculparme), cada semana. 

Laberintos mentales, sin saberlo, nació de un cuento que ganó un segundo lugar en el Concurso Nacional de Creación Literaria de la Cátedra Alfonso Reyes, del Tecnológico de Monterrey. Dicho cuento sólo fue un medio para poder sacar varias historias terribles, y envolverlas en un aire de ficción que me permitiera cierto pudor. No obstante, años después esta columna se materializó gracias a Notas Sin Pauta, con la única diferencia de que en esta ocasión sólo se han mantenido historias reales, puesto que la madurez y los años me han convertido un tanto más en sinvergüenza. Espero algún día poder corregir el estilo que hace que rechine los dientes cada vez que veo la primera línea de ese texto (creo que he mejorado un poco por lo menos desde que se escribió), y compartirlo… si no me gana la incomodidad que me genera ese texto que ya no me encanta. 

Me toca volver al origen que me ha llevado a escribir esta columna, y hallarle ese sentido práctico que igual pueda ser de ayuda para alguno de ustedes. 

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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