
Por: Ernesto Palma Frías
Hubo un tiempo en que los gobernantes personalizaban la esperanza de los pueblos. Ellos representaban al poder que servía de puente entre la gente común y la divinidad. Era natural que frente a las calamidades naturales que siempre han azotado a la humanidad, las miradas se volcaran hacia los representantes del pueblo en espera de su guía y sabia determinación. Quiénes, sino ellos podían actuar con la sapiencia y espíritu del bien común para guiar a las multitudes hacia destinos menos inciertos y peligrosos.
Esas cualidades casi divinas, permitían que se perdonaran los excesos y abusos en los que frecuentemente incurrían los gobernantes y la clase política en general. Todavía hay quienes consideran a los políticos como una suerte de personas con dones extraordinarios y entre más elevado son los cargos, se les considera con más cercanía a la deidad. De ahí que el presidente de la república sea alabado y respetado por un amplio sector de la población más humilde de nuestra población. Los antropólogos podrían explicar detalladamente esta homologación del poder presidencial, con el del Tlatoani o máximo gobernante de algunos pueblos prehispánicos.
Esta pandemia nos ha dejado muchas lecciones y enseñanzas, entre las que debemos destacar el hecho de que nuestros gobernantes y representantes populares nos han dejado solos. Desde el presidente de la república, hasta el más simple diputado han abandonado su primera y más grande responsabilidad: proteger al pueblo al que sirven y representan.
Mucho se podrá decir a favor de la cobarde y criminal desidia y apatía con la que el gobierno mexicano ha soslayado el reto que representa la pandemia para conducir y actuar en favor de los intereses de miles de familias afectadas y en cambio se ha desempeñado en estos últimos meses, con oportunismo político y frivolidad descarada.
Afortunadamente, esta pandemia no sólo ha afectado a nuestro país y gracias a ello podemos conocer las formas, estrategias y recursos que han empleado otros gobiernos que sí han sabido afrontar con inteligencia, compromiso y responsabilidad histórica, el reto de la pandemia. Entonces, por más que este gobierno pretenda imponer su versión sobre la pandemia y sus repercusiones, los mexicanos tenemos referentes muy claros entre lo que se debió hacer y no se hizo por incapacidad, ignorancia, ineptitud e irresponsabilidad de quienes tuvieron en sus manos las decisiones y la autoridad para tomarlas. No podrán cambiar el sentido del juicio histórico que les aguarda.
Por ahora detentan el poder y pueden acallar o cooptar las voces disidentes, que tienen que guardar silencio por miedo o conveniencia. Cien o trescientos mil muertos no se pueden esconder debajo del tapete presidencial, ni ocultarse en uno de los closets de palacio. Las risas y burlas presidenciales, por los motivos que sean, duelen a quienes han perdido un familiar en esta sórdida batalla contra el coronavirus, y no son pocos. Esos más de ciento treinta mil muertos y sus familias concentrados en el Zócalo capitalino, seguramente no vitorearían a López Obrador y a su nefasto grupo.
¿Cuántos muertos se necesitan para que se declare luto nacional y el gobierno deje de actuar como si nada pasara?
Si se acumularan en el zócalo capitalino los féretros de los más de ciento treinta mil muertos, ¿dejarían de transmitirse por respeto, las payasadas mañaneras de palacio?
No hay duda: nos quedamos solos.
Ya nos anunciaron que por lo menos se aplicarán en México dos tipos de vacunas: las de Pfizer y las chinas. No es difícil adivinar cuáles serán aplicadas al pueblo y cuáles a la élite gobernante. Pero “serán gratuitas y universales” y el pueblo tendrá que agradecer (con votos) al gobierno, su oportuna y generosa ayuda.
El tema de las vacunas será el colofón del más ignominioso y vergonzante capítulo de la pandemia. Ya estamos avizorando cómo se tratará de aprovechar políticamente el beneficio de la vacunación durante el año electoral 2021.
La falta de una verdadera oposición política y la sumisión vergonzosa de los poderes legislativo y judicial a los caprichos presidenciales, harán que el tramo final de la pandemia, que debería ser terso y jubiloso, se convierta en una comedia de equivocaciones que sólo padecerá la gente más necesitada: fallecerán injustamente muchos miles de mexicanos que ansiaron la llegada de la vacuna; cerrarán miles de pequeños negocios que anhelaron ayuda para sobrevivir: morirán cientos de médicos y enfermeras de la primera línea contra el Covid; se perderán miles de empleos gracias a las políticas “liberales” del régimen obradorista y se vivirá un medioevo en el desarrollo cultural y educativo.
Todo en un peligroso caldo de cultivo de odio y encono generado desde palacio nacional, para que los mexicanos nos alejemos de la unidad y la solidaridad que se requieren para salir de las crisis sanitaria y económica. Enfrentados por supuestas diferencias ideológicas (conservadores contra liberales) -como si viviéramos en el siglo XIX- los mexicanos habremos de distraernos de la realidad y aceptar resignadamente que el grupo en el poder encabezado por López Obrador, termine por destruir la vida institucional y democrática -que tanto trabajo y sangre, nos ha costado- para instaurar una dictadura en la que sólo él, como amo y señor, decida el destino y el futuro de México.
Ante esa apocalíptica realidad sólo nos queda reinventarnos. Es el siglo XXI. No podemos quedarnos inmóviles ante la oprobiosa ambición de una persona, por perpetuarse en el poder indefinidamente. Sobre todo, cuando ya constatamos que pretende el poder por poder en sí mismo. Que no hay proyecto de Nación y que no existe la menor intención de crear las condiciones para el crecimiento de la sociedad mexicana en su conjunto.
Los mexicanos debemos generar nuevas formas y mecanismos para elegir a quienes encabezarán la reconstrucción de nuestra gran Nación. Será un proceso tan largo y doloroso como lo fue el surgimiento de la vida institucional en la época postrevolucionaria en el siglo XX. Tal vez la consumación de este nuevo proyecto de país, la disfrutarán las generaciones que hoy inician apenas su trayectoria escolar y quizás se incluya en los libros de texto, cómo el capricho y la tozudez de una solo individuo -agazapado en una supuesta transformación- aniquiló sin escrúpulos el avance tecnológico, científico, educativo y cultural alcanzado en medio siglo. Ojalá y también se registre cómo la sociedad mexicana, una vez más, supo enfrentar la adversidad y logró extirpar al dañino dictador que durante seis años, se dedicó a destruir los cimientos de nuestra sociedad.
Si es cierto que recordaremos el 2021 como el año en el que nos quedamos solos, pero también podemos afirmar que con estos gobernantes de cuarta “más vale solos…que mal acompañados”.
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