Por: Sergio Alberto Cortés Ronquillo

¿A quién no le ha pasado que compra un libro y lo deja ahí, en la fila de libros, y conforme avanza el tiempo, más reticencias tiene uno en abrirlo? Es decir, cuando vas a comprar, evidentemente guiado por la curiosidad y por las recomendaciones de quien uno podría considerar confiables, al ir por ahí, viajando en la red o por la librería; tomas un libro que, sabes, es considerado complejo: ya sea un clásico o alguien que es reconocido por su narrativa a la que hay que poner atención especial al leer. La verdad es que leer es un placer, y como tal, también buscamos que sea sencillo, porque nos gusta, porque la historia puede ser apasionada, los personajes increíbles, el desenlace adecuado; ¿por qué a quién le interesaría convertir su pasatiempo de placer a uno de dolor?
Uno de esos libros que tenía en la fila y, conforme aumentaba libros, se iba quedando atrás y atrás, fue Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoyevski. Obviamente es popular, reconocido como uno de los más grandes de la historia de la literatura universal; pero sigue siendo un clásico.
¿Es complejo? Sí, lo es.
¿Vale la pena? ABSOLUTAMENTE.
¿Qué vuelve a Los hermanos Karamazov una cosa magnánima y bien hecha?
Maneja un tema que, quizá, no es tan explorado porque siempre ha quedado en un segundo plano, y es el tema del amor de padre. Es muy popular explorar temas de amor maternal y todo lo que conlleva, pero no tanto el de un papá; ahora, Dostoyevski no habla de algo hermoso respecto a la unión padre-hijo, sino que hay un “parricidio”, el hijo mata al papá. Entonces, hay un tema pasional muy fuerte explorado desde ambas perspectivas.
Obviamente, Fiódor Pavlovich Karamazov es un libertino, un personaje sin escrúpulos que logra que sus hijos le tengan cierta animadversión a él, su progenitor, pues “olvidaba” a sus hijos y que, en primer lugar, estaban él mismo y sus pasiones. Entonces (para no hacer spoiler porque sólo los más rastreros hacen eso) personajes que uno no pensaría como relacionados al crimen, se ven inmiscuidos de una u otra forma como cómplices.
El héroe que elige el autor es diferente a todos los demás, porque no es la descripción del típico hombre grande, poderoso, con habilidades sobrenaturales. No es spoiler decir quién es, pues es dado a conocer en la primera página del breve prefacio, y es uno de los hermanos, Alexei, quien es el religioso de gran corazón (los otros dos son Dmitri, el más parecido a su padre, e Iván, el ateo inteligente), y la única gran habilidad de Alexei es la de escuchar a la gente. Uno pensaría que justo por el camino espiritual que decidió recorrer es por lo que hace esto, pero, en sí, la habilidad es personal, no aprendida. Es él el que logra aquello que representa para los demás, que sirve como guía, al que le piden ayuda.
Retomando y desarrollando un poco más el punto anterior, por la relación: los personajes de Dostyevski son más reales que nosotros mismos. No caen en estereotipos y el que uno sea creyente y el otro ateo, eso no los exime de ser humanos. Así como Alexei es creyente y su camino es el de la fe (o, al menos, sus fuertes cimientos), no significa que sea un hombre libre de pasiones, que no tenga dudas en torno a las mujeres, que tenga todas las respuestas o que no se enoje; el hecho de que Dmitri parezca no tener culpas y actúe como tal, un libertino, eso no implica que no tenga sentimiento alguno, que no enfrente ningún tipo de culpa. El único que, tal vez, se queda en su rol y lo representa en sí todo el tiempo, es el papá Karamazov, que a parte de ser pasional, resulta algo patético, un patetismo evidente para el lector, no para los personajes siquiera, muy parecido al memorabilísimo Ignatius Reilly de la increíble novela de John Kennedy Toole, “La conjura de los necios”.
Y hablando todavía más de los personajes, están tan bien construidos y son tan profundos que casi puedes palparlos con las manos, incluso aquellos que quedan en un plano secundario, por ejemplo: Koyla, a quien otro niño, Iliusha (quien es el personaje secundario más importante, quizá), ataca por una situación de honor. Koyla es un niño pero no parece, y al entablar conversación con Alexei, a quien ya admiraba sin haberlo conocido en persona todavía, el encuentro resulta en una especie de debate entre aquel que quiere ser apantallante pero sólo resulta presuntuoso (como a todo joven le pasa) y quien ya tiene la experiencia de la vida y ha confrontado lo irremediable que el alma joven aún no atiende.
Iliusha, sin embargo, a quién pertenece el capítulo de conclusión de toda la novela, es un alma tan pura y bella que a todos saca lágrimas. Son secundarios estos dos niños, sí, pero no por eso menos increíbles que los demás; uno se queda pasmado (y, como escritor, reducido) al ver cómo el ruso pudo crear tanta diversidad humana, incluso para los que no tienen gran importancia en la narrativa principal.
Dostoyevksi es conocido por ser predecesor del existencialismo (corriente filosófica que dice que lo primordial en el hombre es la existencia, no la esencia, y lo importante es lo subjetivo, no lo objetivo) y es constante cómo es el hombre por el hombre lo que define aquello que nos marca, nos hace crecer, aquello que nos conforma.
Bien es cierto que hay diálogos filosóficos dignos de tratado a lo largo de esta novela, los personajes tienen una gran cantidad de cosas que decir y no hay uno que no tenga su propia teoría, su propia personalidad, algunos encuentros son muy extensos, pero no por eso deleznables (de hecho, el diálogo entre Iván y el Diablo, tomando en cuenta que Karamazov es ateo y racional; es una entera joya de la literatura); también es cierto que hay ciertos alargues que a un lector poco experimentado le podrían resultar abrumadores, además de que la cantidad de páginas es impresionante; denostar a la obra o al autor con base en esto, no es más que un prejuicio infundado ante una de las mejores novelas de toda la literatura universal.
Hay que hacer el intento porque sí, es de esos libros que se quedan mucho tiempo antes de tener el valor de tomarlo en nuestras manos, asimismo, nos enfrentamos a él ya con predispuestos al tedio, a que no nos va a gustar… para nada, es una novela increíble cuyo esfuerzo es ínfimo comparado con la calidad inalcanzable en su narrativa, en su ficción, en sus personajes; te saca lágrimas tanto de felicidad como de tristeza, te hace sonreír por la ironía y por la ternura, todas las pasiones humanas están perfectamente representadas y uno las siente correr por las venas. Es un grande al que debemos conocer. Así que a darle.
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