Foto Haley Truong en Unsplash

Últimamente el cansancio, la regulación de mi sueño y mi rutina han terminado por forzarme a dormir profundamente antes de siquiera tener oportunidad de apagar la lámpara de pie que se encuentra justo en en la posición donde debería ir una cabecera. Paradójicamente, la luz que podría ser dañina para la reparación del sueño, me hace imaginarme, sin ningún fundamento científico, que “ilumina mis sueños”. Mis pies cada vez más cansados, recorren distancias enormes, propios de la naturaleza de mi trabajo (el cual irónicamente resulta “antinatural” por pertenecer a la “industria”). Esa yuxtaposición de conceptos aparentemente contrarios, termina siendo una constante en mi vida. Supongo que de no ser así, caso contrario, encontraría toda situación monótona.

Las pocas horas que en ocasiones logro dormir terminan por sabotear mi día. Me siento frente a una computadora que conozco, que reacciona con la suficiente rapidez para poder grabar todos los movimientos que hago con el teclado. He memorizado los atajos por medio de teclas para cambiar el idioma al momento de traducir. Y ahí me tienen meciendo la cabeza de una lado a otro como una poseída, sacudiéndola como si las palabras que intento recordar salieran a razón de la inercia de esos movimientos que, lejos de ser armónicos, parecen más acalambramientos. Posiblemente es el acalambramiento intelectual y no propiamente algo muscular. Olvido en ocasiones que estoy acompañada en la oficina. Mis compañeros de trabajo al ver el espectáculo, ríen un poco. Siempre he sido un tanto excéntrica, al grado que pensé tener algo mal en mi cabeza. 

Fue en 2019 que hice una prueba exhaustiva de coeficiente intelectual, y en 2020 que me sometí a una evaluación psiquiátrica a propia voluntad. Resulta ser que, sí, tengo un puntaje que bien esperaba mi psicóloga encontrar, y no, no tengo ninguna neurodivergencia o trastorno del cual requiera un tratamiento especial (este último resultado lo acabo de saber hace unos pocos días). Al saber ello, me asaltaron aquellos dolorosos recuerdos en los que antiguas parejas sentimentales me llegaron a tildar de “loca”. Dicho eso, las personas en cuestión ni siquiera tenían un grado para poder diagnosticarme, y simplemente eran meras excusas para encubrir sus propios defectos. Menuda astucia. Me creí el asunto a tal grado que, por el lado positivo, me sensibilicé con la neurodiversidad, y por el lado negativo, me creía la “evaluación” de quienes me tildaban de inestable. Lo único que tuve, en su momento, fue depresión y ansiedad (aunque más lo segundo que lo primero). Dicho lo anterior, lo único que me hace pensar que puedo hacer para reincidir a tropezar con la misma piedra, es cuidar mis horas de sueño, el ejercicio y mi alimentación. Cuidar qué escucho y a quién le hago caso. 

Por otro lado, tendré que trazar mis planes y mis metas más allá de los sentimientos que me pueden embargar al momento de planear. Más allá de caer en ese falaz reduccionismo, de esa creencia insípida y simplona que “esta es mi última oportunidad”, “esta es la última persona para mí”, “si no es esto, no es nada más”. Menudas tonterías que nos han hecho creer que aquello que es inmediato, es lo único. Creer que se pueden obtener resultados inmediatos es un síntoma maligno de esta sociedad (ya sueno muy anciana con esto, pero cada vez lo creo más). Con ello, recuerdo las noches que pasaba sin dormir cuando era estudiante de tiempo completo, de cómo destrozaba mi salud mental a pedazos, echaba por la borda mi estabilidad, por “un punto más”. Cuando lo más sensato hubiera sido organizar mis tareas para no tener que desvelarme a último momento, y sopesar los pros y contras de exponer mi cerebro por una ridícula décima extra.

Otro de mis grandes errores fue continuar sin cuestionarme mis propósitos. Pagar una cantidad absurda de dinero para una carrera que no desempeño es demasiado triste. Mantenerme de mi hobby es una suerte que tuve. No obstante, llorar por el pasado y autoflagelarme por lo que no fue y nunca será es un desperdicio. Sólo me queda avanzar con más cautela, y simplemente no desesperar. Dicho eso, queridas lámparas insomnes, no me acompañarán a noches en vela. Vámonos a dormir.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

0
    0
    Tu carrito
    Tu carrito está vacíoRegresar para ver