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POR SERGIO ALBERTO CORTÉS RONQUILLO

Conforme uno se va adentrando más y más en el aparente mundo infinito de la literatura, encuentra que es lo que le gusta y lo que prefiere dejar de lado, y eso está más que bien. Cuando uno se encuentra con un texto que le aburre, lo mejor es dejarlo, aunque al inicio eso parezca una especie de blasfemia al arte de escribir, muy al contrario: ese libro podría estar en manos de quien lo pudiera encontrar extraordinario. Pero usted por pensar que al iniciar algo, hay que terminarlo, le está impidiendo a ese lector hipotético sumergirse más en la literatura. Jorge Luis Borges lo dijo: “Si un libro aburre, déjelo. No lo lean porque es famoso. No lo lean porque es moderno. No lo lean porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo. Leer es buscar una felicidad personal, un goce personal.”

Uno de esos escritores que yo no encuentro atractivos es Haruki Murakami, hay algo en sus letras que simplemente no logra que me sumerja en sus historias. Dado que el 12 de enero fue su cumpleaños, me encontré una joya en internet que cantó, parafraseando, así: “… a pesar de sus mundos surrealistas y distópicos, de sus antagonistas oscuros y de sus protagonistas alienados; jamás (Murakami) ha escrito algo similar a lo que vivimos hoy en día, por lo que esto es una muestra de que la realidad supera la ficción…”. No sé qué fue eso: crítica literaria, ataque personal, chaqueta mental, un lapso de inconsciencia, vaguedades, un malviaje; sin embargo, una cosa es muy cierta… no, la verdad no sé ni qué pedo con este comentario ni su finalidad.

Es aquí cuando extraño más y más al intelectual italiano que dijo, más o menos, que las pláticas de copas se quedan en el bar, en el círculo social; gracias al internet, cualquier pobre diablo (empezando por el autor de estas letras) puede decir lo que quiera, y tener la misma “autoridad” que un intelectual. 

Claro que, antes de seguir, eso de tener la misma autoridad no es cierto: el tener millones de seguidores no es sinónimo de razón, mucho menos el agrado que le tengamos a alguien es sinónimo de verdad, belleza o razón. A eso se le llama falacia, y aguas con sus argumentos falaces porque la punta del iceberg respecto a este tema son las fake news con toda la problemática que conllevan. 

Sin embargo, regresando al tema: Murakami no es de mi gusto ni lo será nunca, sin embargo, eso que dijeron a su respecto me pareció muy erróneo. Y está bien, porque en sí, no estoy defendiendo las historias de Murakami, sino el acto mismo de crear. Al parecer, ahora resulta, que el creador debe hacer una historia cuya realidad sea mejor o peor en todo sentido que lo que vivimos, porque ficción y realidad son lo mismo…

Error.

Retomando un poco más a Umberto Eco, en “Sobre literatura”, él argumentó “… la tradición literaria, es decir, […] ese conjunto de textos que la humanidad ha producido y produce no con finalidades prácticas (como llevar registros, anotar leyes y fórmulas científicas, redactar actas de sesiones o disponer horarios ferroviarios) sino más bien gratia sui, por amor de sí mismos; textos que se leen por deleite, elevación espiritual, ampliación de conocimientos, incluso por puro ocio, sin que nadie nos obligue a hacerlo.” Y, bueno, si queremos malviajarnos un poquito más: Borges ni siquiera pensaba que él escribía sus historias, sino que era otro Borges, además de que consideraba que las narrativas ya estaban hechas en el universo (mucho mejor que ese universo que conspira a nuestro favor), solamente esperan la mano que las escriba. La literatura es colectiva, tiene un origen social, y, si bien, funciona en la individualidad según los argumentos de Umberto Eco; reducirla enteramente a que “no es mejor que la realidad”, es menoscabar un arte que siempre ha dado más.

La literatura tiene símbolos (que es un signo que funciona por si mismo, a su vez, un signo es algo que representa algo más en algún aspecto) que, en sí, son sociales y arbitrarios. Es aquí donde podría comenzar el problema, por ejemplo, del lenguaje inclusivo: si mi mejor amigo me dice “estúpida”, yo me lo podría tomar a juego, como broma, incluso como sinónimo de “amigo” en ese contexto; pero si alguien en la calle o alguien que me cae mal me dice “estúpida”, evidentemente me lo voy a tomar como ofensa. El lenguaje (que, bueno, creo que sería mejor la lengua) es arbitrario y conforme a normas, si tú crees que una palabra ofende, pues bien; pero no lo puedes generalizar, no puedes aplicar el mismo criterio creyendo que el lenguaje es excluyente per se, porque entonces tu lenguaje incluyente sería excluyente per se, asimismo. Sin embargo, ¿qué tiene que ver esto con la creación literaria?

Decir que un libro o un escritor no supera tus expectativas, incluso que lo compares con una realidad específica muy tuya, está excelentemente bien (justamente era Eco quien decía que lo importante de un texto es la múltiple interpretación del mismo). Pero decir que un escritor no cumple con su rol porque no hizo algo “mejor” o “peor” que la realidad que te rodea, es quitarle, justamente, su papel colectivo, su papel de símbolo, su papel de escribir por el acto de escribir, la creación por la creación, el amor a la letra en sí. 

Mucho cuidado y que no se malinterprete este raquítico texto: la literatura puede servir para denunciar injusticias sociales, puede imitar un hecho real y solamente transfigurarlo para su facilidad de lectura o de engaño, puede mostrarnos aquello que no sabíamos que estaba ahí y ejemplos de esto sobran: Lucía Berlín denuncia injusticia hacia la mujer, Orwell nos enseñó nuestra realidad (que ha sido, básicamente, la misma siempre) con forma de “Gran Hermano”, Salman Rushdie nos muestra el realismo mágico indio. Sí, sirve para eso, pero esa sería tu lectura, tu interpretación, tu opinión; que está bien. 

Si la narrativa de Beren y Lúthien es la mejor historia de amor para ti, está bien; si es una historia trágica shakesperiana, está bien; si es una historia de feminismo (porque, evidentemente, Tolkien también tenía personajes femeninos muy poderosos e importantes), está bien. Son lecturas personales, todas esas llevan al conjunto, entre más lecturas individuales, más importancia tiene un texto, porque ese es el impacto que tiene en el lector; pero decir que Lucía Berlín no es buena porque no habla de cómo el machismo afecta a los hombres (como género y sexo), que Orwell apesta porque no supo manejar la política ridículo-agresiva trumpiana o amlover en su libro, decir que Salman Rushdie es cancelable porque tiene demasiada magia, no es como la India real que podríamos ver en “Kim” de Rudyard Kipling, decir que Tolkien es despreciable porque los dragones no existen… bueno, entonces no estás buscando literatura, estás buscando un texto académico.

Esa es la diferencia, y hay que tener mucho, mucho cuidado: si queremos un texto que nos muestre nuestra realidad circundante, entonces nos vamos por sociología como Bauman o Lipovetsky. Si queremos saber sobre historia mexicana buen pedo, pues podemos ver la trilogía de Sandra Molina y Alejandro Rosas; si queremos saber de ciencia, algo de Hawking, podría funcionar. 

No podemos pedirle a Murakami (por quien no siento afinidad alguna, pero eso no quiere decir que no pueda defender su libertad creativa literaria) que nos haga una novela sobre la pandemia y sus efectos porque él no se encarga de eso, él es escritor, él es un creador literario. 

Si queremos entretenernos, soñar, llorar, reír; lo que sea, ahí podemos investigar un poco más, preguntar, y así llegar a mundos ficticios fascinantes, porque no olvidemos que, tal vez, el ingrediente más importante de la literatura es la ficción. No le pidamos al creador que nos diga cómo funciona el mundo, porque ese no es su papel, incluso el creador viviendo en una sociedad con un camino de vida recorrido que afecta sus letras: el papel del escritor es el de crear independientemente del mundo que lo rodea.

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