

El maldito ruido lleva horas, dĂas, meses torturándome; pero no me es posible moverlo de lugar, azotarlo contra los muros o arrojarlo por la imitaciĂłn de ventana. Mi lĂłgica dicta que yo soy quien se equivoca. El tic tac me hace mirar, histĂ©rica, hacia todos lados y no veo más que paz alrededor de la insolente máquina. Tic Tac. Todos están apacibles, eternos, infinitos y los envidio. Lo Ăşnico que distingue un momento de otro son las inminentes partĂculas de polvo que poco a poco se almacenan formando pequeños cĂşmulos que me dan un respiro. El tiempo está pasando. Tic tac, tic tac.
Esta habitaciĂłn es un cronotopo que, tal como mi torturador, tuvo un inicio y espera un final, pero me enloquece esa serenidad en momentos que se convierten en eternidades y me lleno de rabia cuando se escurre como agua entre las manos, en instantes que deberĂan ser eternos. Me odia, estoy segura. Me acorrala, intento ignorarlo, pero me persigue por todo el vasto mundo de mi habitaciĂłn. A veces despierto a alguno de los gigantes que duermen tranquilos, inalterables ante el infernal sonido; dialogar con ellos me hace pasar por alto ese sonido que marca la sĂstole y la diástole del tiempo. Tic tac, tic tac, tic tac. Finalmente, si acaso esa palabra tiene sentido, es imperativo que el gigante vuelva a su sueño eterno y en cuanto lo acomodo nuevamente en su repisa, ese demonĂaco sonido se manifiesta. ¡Ahora lo comprendo todo! Por eso Poe tuvo que delatarse, es insoportable, histerizante (Âżexiste la palabra?, tal vez solo tiene cabida y objeto cuando nace de ese monstruoso tic tac).
La irrealidad en este espacio me eleva, me tiene levitando entre el techo y el suelo, no puedo tocar ninguno de los dos. Con los pies en el aire trato asirme a alguna pared, pero la gravedad tuvo un fallo que ahora me mantiene alejada de cualquier firme, cuando intento acercarme, una extraña energĂa me repele y ahĂ estoy, en medio de la nada inmensa de mi habitaciĂłn, tratando de rememorar el Ăşltimo momento que vivĂ. La nada y el tic tac son todo lo que hay.
El espejo siempre muestra la realidad, es lo que muchos dicen, pero una noche, creo que era noche, aunque no estoy segura porque al asomarme a mi ventana lo Ăşnico que logro ver es un paisaje inmutable, completamente expresionista; esa noche, el tic tac sonĂł tan fuerte que rompiĂł en pedazos el Ăşnico espejo que habĂa en el mundo. Ya no puedo ver mis arrugas o si mi cabello sigue encaneciendo, pero las partĂculas de polvo acumuladas me dicen que el tiempo pasa. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac. ÂżPasa o se queda? Ya no lo sĂ©.
Tic tac, giro. Tic tac, miro. Tic tac, grito. Tic tac, el sabor a metal me invade. Tic tac, escucho, escucho, escucho. Tic tac, duermo. Tic tac, despierto Âżpara quĂ©? Apareces en la hendija, caigo sobre las plantas de mis pies que se aferran al suelo como raĂces a la tierra. El sonido se detiene; siento.
Cuando tĂş estás ahĂ mi verdugo cambia de color. ÂżY si el tiempo fuera mujer? Una histĂ©rica, por eso a veces quiere durar un instante, despuĂ©s se arrepiente y quiere ser eternidad. Un tiempo masculino no explicarĂa la relatividad; el tiempo patriarcal implica una estructura cerrada, impermeable. Pero si el tiempo fuera mujer, una histĂ©rica, entonces todas las teorĂas de la fĂsica quedan comprobadas, incluso aquellas que se contradicen entre sĂ. Porque si el tiempo fuera mujer quedarĂa todo por descubrir, todo por construir, todo por comprender y todo sin el egocentrismo del conquistador porque de antemano sabrĂamos, que todo está comprobado.
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