Foto Murray Campbell en Unsplash

El maldito ruido lleva horas, días, meses torturándome; pero no me es posible moverlo de lugar, azotarlo contra los muros o arrojarlo por la imitación de ventana. Mi lógica dicta que yo soy quien se equivoca. El tic tac me hace mirar, histérica, hacia todos lados y no veo más que paz alrededor de la insolente máquina. Tic Tac. Todos están apacibles, eternos, infinitos y los envidio. Lo único que distingue un momento de otro son las inminentes partículas de polvo que poco a poco se almacenan formando pequeños cúmulos que me dan un respiro. El tiempo está pasando. Tic tac, tic tac.

Esta habitación es un cronotopo que, tal como mi torturador, tuvo un inicio y espera un final, pero me enloquece esa serenidad en momentos que se convierten en eternidades y me lleno de rabia cuando se escurre como agua entre las manos, en instantes que deberían ser eternos. Me odia, estoy segura. Me acorrala, intento ignorarlo, pero me persigue por todo el vasto mundo de mi habitación. A veces despierto a alguno de los gigantes que duermen tranquilos, inalterables ante el infernal sonido; dialogar con ellos me hace pasar por alto ese sonido que marca la sístole y la diástole del tiempo. Tic tac, tic tac, tic tac. Finalmente, si acaso esa palabra tiene sentido, es imperativo que el gigante vuelva a su sueño eterno y en cuanto lo acomodo nuevamente en su repisa, ese demoníaco sonido se manifiesta. ¡Ahora lo comprendo todo! Por eso Poe tuvo que delatarse, es insoportable, histerizante (¿existe la palabra?, tal vez solo tiene cabida y objeto cuando nace de ese monstruoso tic tac).

La irrealidad en este espacio me eleva, me tiene levitando entre el techo y el suelo, no puedo tocar ninguno de los dos. Con los pies en el aire trato asirme a alguna pared, pero la gravedad tuvo un fallo que ahora me mantiene alejada de cualquier firme, cuando intento acercarme, una extraña energía me repele y ahí estoy, en medio de la nada inmensa de mi habitación, tratando de rememorar el último momento que viví. La nada y el tic tac son todo lo que hay.

El espejo siempre muestra la realidad, es lo que muchos dicen, pero una noche, creo que era noche, aunque no estoy segura porque al asomarme a mi ventana lo único que logro ver es un paisaje inmutable, completamente expresionista; esa noche, el tic tac sonó tan fuerte que rompió en pedazos el único espejo que había en el mundo. Ya no puedo ver mis arrugas o si mi cabello sigue encaneciendo, pero las partículas de polvo acumuladas me dicen que el tiempo pasa. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac. ¿Pasa o se queda? Ya no lo sé.

Tic tac, giro. Tic tac, miro. Tic tac, grito. Tic tac, el sabor a metal me invade. Tic tac, escucho, escucho, escucho. Tic tac, duermo. Tic tac, despierto Âżpara quĂ©? Apareces en la hendija, caigo sobre las plantas de mis pies que se aferran al suelo como raĂ­ces a la tierra. El sonido se detiene; siento. 

Cuando tĂş estás ahĂ­ mi verdugo cambia de color. ÂżY si el tiempo fuera mujer? Una histĂ©rica, por eso a veces quiere durar un instante, despuĂ©s se arrepiente y quiere ser eternidad. Un tiempo masculino no explicarĂ­a la relatividad; el tiempo patriarcal implica una estructura cerrada, impermeable. Pero si el tiempo fuera mujer, una histĂ©rica, entonces todas las teorĂ­as de la fĂ­sica quedan comprobadas, incluso aquellas que se contradicen entre sĂ­. Porque si el tiempo fuera mujer quedarĂ­a todo por descubrir, todo por construir, todo por comprender y todo sin el egocentrismo del conquistador porque de antemano sabrĂ­amos, que todo está comprobado. 

Por Paola Licea

Soy amante de las letras y de los pensamientos. Licenciada en APOU Candidata a Mtra. En Humanidades

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