Por: Sergio Alberto Cortés Ronquillo

Terco, imprudente, pretencioso, mamón, exagerado, ignorante, falto de razón, falaz, convenenciero, presuncioso, grosero, creído, decadente… hay muchas formas de calificar al hombre en la actualidad porque, de entre todas las cosas, es un necio: no acepta lo que hace, no piensa lo que dice, no comprende lo que los demás viven. 

Ahora, si tuviéramos a una gran cantidad de necios juntos, la única consecuencia que podríamos obtener en este “hipotético” caso, sería el de una gran crisis; sin embargo, una vez más, es la realidad la que supera la ficción, porque la crisis que vivimos hoy en día es mucho peor de lo que jamás podríamos habernos imaginado. Sin embargo, la realidad es dolor, pero en la literatura esto podría desembocar en algo muy distinto, como diría el protagonista de La conjura de los necios: hilarante.

La conjura de los necios fue escrita por John Kennedy Toole, y tiene una historia trágica detrás. Resulta que el autor consideraba esta su obra maestra (y con toda razón) pero al ver que no tenía éxito en publicarla, su estado mental se deterioró rápidamente y acabó en su auto con una manguera que iba del tubo de escape a la ventana apenas abierta. Se suicidó. 

Luego de una gran insistencia por parte de su madre, Thelma Toole, Walker Percy por fin dio una oportunidad. Cabe mencionar algo muy personal aquí: las editoriales y algunos editores no dan la importancia que cantan tanto con su “apoyo a escritores noveles”, son solamente fachada y, en realidad, un gran número de editoriales no apuestan por escritores nuevos. 

Es más: los que reciben novelas para leerlas y valorarlas, no leen más que el primer párrafo, porque es evidente que el primer párrafo puede decir todo de una novela, ni siquiera se adentran en el primer capítulo: un párrafo. Bueno, ¿qué resulta de esto? Que genios como John Kennedy Toole sólo nos pudieron dar dos obras y que recibieron su debido reconocimiento póstumamente.

Su otra novela, La biblia de Neón, al leerla, uno se encuentra con algo bonito y bien hecho, pero al saber que la escribió cuando apenas tenía 16 años, muestra un trabajo titánico y de sobremanera maravilloso.

En este texto, nos centraremos en su obra maestra.

Ese cúmulo de adjetivos que fueron puestos anteriormente no son sólo para describir a Ignatius J. Reilly, sino que aplica a todo ser humano que usted conozca, independientemente de quien sea: todos somos él de vez en cuando. Lo remarcable de esta conjura, es que Ignatius funciona como el arquetipo del hombre actual porque no solamente el protagonista es un necio de atar, sino que todos tienen algo de locura en sí. Es un imbécil rodeado de imbéciles. Claro es que Reilly no demuestra algo que los demás sí: hay una evolución de personaje (ya sea positiva o negativa), sus opiniones cambian, así como sus actitudes; pero él no, él es el rey de los necios, el necio por excelencia. 

La mayoría de personajes que tienen algún tipo de contacto directo con él, acaban mejor que antes porque la Fortuna es amable (Reilly la invoca continuamente muy al estilo de los viejos cánticos griegos). Entonces, la descripción anteriormente proporcionada sobre el protagonista sirve de guía al lector de este texto para saber por qué funciona como arquetipo, porque no hay forma de no identificarse, proyectarse, o ver a alguien más en él. A todos, en él.

Sin embargo, no es sólo uno: para una conjura, se necesitan varios, y todos tienen algo de necio en esta novela que es justo lo que la vuelve algo genial que te hace reír casi a cada página que lees: nadie entiende muy bien lo que el otro vive, por lo que los reduce a su propia burbuja epistémica, por ejemplo: Ignatius cree que el problema de su madre es su alcoholismo, no que él como hijo sea un bueno para nada; Myrna Minkoff, como buena amiga del protagonista, cree que lo puede psicoanalizar sin siquiera estar con él y deduce que sus problemas personajes son por falta de sexo; el señor González lo considera una especie de genio incomprendido hasta que Reilly promueve una huelga para matarlo (movilización social cuyas consecuencias funestas cayeron en la única pobre víctima, una plantita); mientras que el señor Levy se casó con una mujer que lo considera un fracaso, así como él sólo ve a un monstruo del averno en ella. Es justamente esta concatenación de visiones reducidas sobre quienes los rodean, lo que vuelve esto una conjura de necios con Ignatius a la cabeza.

Eso sí: es una novela increíblemente políticamente incorrecta, y es eso justamente lo que le da su sazón. El señor Reilly, como gran conocedor y filósofo de la vida, así como guía tanto espiritual como laboral de todos nosotros, tiende a decirle la verdad a los demás, entonces las ofensas que utiliza tienen gran clase, como “¿Qué degenerado fabricó este aborto?” o “Sr… caballero mongoloide”, y antes de continuar: todo lo que no le gusta a Ignatius es un “aborto”. 

Sin embargo, su actitud hacia la vida no es gratuita, sino que hay una razón, y está registrada puntualmente en su diario, el de “el chico (nuestro, el de nosotros que leemos) trabajador”, y es que se refiere a su pesar con “… el nuevo destino de Pedro Labrador sería muerte, destrucción, anarquía, progreso, ambición y autosuperación. Iba a ser un destino malévolo: ahora se enfrentaba a la perversión de tener que IR A TRABAJAR”. Pero, a su vez, él también recibe un poco de lo que da, con cosas como “Lo toma o lo deja, gordo cabrón” o “Pareces una ninfomaníaca borracha paseándose por una calleja”. 

Las aventuras de nuestro “gordo cabrón” van desde trabajar en una fábrica de pantalones, como vendedor de hot dogs en la calle, hasta tratar de hacer un partido político con tintes derechistas cuyos integrantes son todos homosexuales y su último fin es el de lograr el fin de las guerras a través de que todos los partidos del mundo arreglen sus problemas por medio de bacanales. El sueño de cualquiera. Ignatius se describe perfectamente a sí mismo con una frase escrita en su diario “Yo había tenido poca relación con ellos (los trabajadores de la fábrica), en realidad, pues sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie”.

Esta novela es, quizá, la obra epítome en torno a la literatura cínica enfocada en lo divertido, irónico; es, quizá, la más graciosa de toda la literatura moderna, es ponerle sal a la herida, sal y limón, con chilito en polvo para que riamos de dolor, hasta llorar. Si usted conoce a alguien cuya mente esté controlada por sus frágiles convicciones puristas, regálele este libro para que se enoje con verdadera razón. 

Este libro es escupir todos hacia arriba y recibir gozoso la lluviecita cálida de salivas, es como el baile en estado de ebriedad: no te acuerdas hasta que te ves en video y, pues, qué pena; es rememorar una y otra vez los errores que llegamos a cometer alguna vez, con todo y ese matiz de intensa vergüenza, pero que con amigos resultan cómicos porque no hay de otra. Este libro definitivamente es el bufón de la literatura, justamente por su acidez y brillante burla, con todo y su incorrección, es cagadísimo.

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