Foto Pascal Bernardon en Unsplash

LABERINTOS MENTALES / POR ARANTXA DE HARO

En ese finito deseo que es consumirse en una llama de pasión, llegan pendencieros sujetos que en su neurosis irrumpen en la vida de uno sin llamar. Llegan a armar destrozos como la invasión de los pueblos bárbaros en tiempos de los romanos… o como los romanos en tiempos de los pueblos bárbaros. Sujetos que sólo prometen y no cumplen, que se muestran pasionales, y al final se enfrían como un fuego fatuo que terminará por extinguirse como la podredumbre que lo genera. La poca responsabilidad afectiva de estos sujetos, como las plagas, invaden a diestra y siniestra echando a perder lo que encuentre a su paso. Riegan la miseria, la enfermedad y las desgracias. En estos tiempos (aunque no descarto que antes también), dichos entes se esconden entre nosotros. Se muestran “muy salsas”, se dan ínfulas de temerarios. Y así sin más, despiertan en mí aquellas pequeñas trazas narcisas que he de admitir, en estas situaciones se manifiestan. Pruebo los límites de aquellos soberbios, cortos de miras, y dejo que la vanidad les ahogue, que se muerdan la lengua. Y cuando se rompen en mil pedazos, procuro enfatizar que sus malpraxis son el nacimiento de la infelicidad, y me alejo con cierto gozo que es descubrir a un farsante. Vieja loba de mar me he vuelto, ante tantas decepciones uno aprende a anhelar lleguen esos incautos para volverles el blanco de las burlas, el objeto del experimento, pero más importante hacerles notar que siempre se pueden topar con pared, que no está bien ser tan nocivos. 

Se dice en adagios de procedencia desconocida que “la ofensiva es la mejor defensa”, por lo que, en ese ciclo vicioso en el que me encuentro, como quien se vuelve depredador, el ser un cazador de depredadores, como es mi caso, debe de tener una razón que es materia de terapia. De repente ella que me escucha hablar me pregunta con frecuencia “¿y no te desgasta darle tanta importancia a alguien que sabes te quiere tomar el pelo?”, podría decir que sí, pero es la ansiedad la que me obliga a buscar una manera de ocupar mi mente, antes de que me abrumen los pensamientos, me rebasen, me entierren viva. Cazar un depredador es también una seña de algo que no está bien, también tiene ángulos perversos que de cierta forma tendré que tratar con calma. No obstante he de admitir que esa sed de redención social, empieza a aminorar con los años. Es la madurez… o el cambio en mis neurotransmisores. Tal vez, en algún momento, colgaré la escopeta en la puerta, y dejaré pasar las posibles presas frente al pórtico que es esa cabaña mía, mi salud mental.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

0
    0
    Tu carrito
    Tu carrito está vacíoRegresar para ver