Foto Jørgen Håland en Unsplash

POR: ERNESTO PALMA F.

Durante la administración fatídica de Donald Trump, el presidente López Obrador se mostró sumiso ante las decisiones tomadas por el mandatario norteamericano en relación a la política migratoria. Bajo el pretexto de ser respetuoso, evitó en todo momento responder a los insultos y las presiones que ejerció abiertamente Donald Trump, mostrando debilidad y temor ante las represalias que pudiera tomar el magnate gringo. El evidente malestar que le causó el triunfo de Joe Biden en las pasadas elecciones estadounidenses, sumado a su frustración porque su “amigo” Trump no pudo reelegirse, empañaron el gesto de Biden hacia los mexicanos al firmar una orden ejecutiva para suspender la construcción del muro fronterizo.

AMLO fue más allá: dedicó una parte de su homilía mañanera para denostar las intenciones de Biden al precisar que otros presidentes demócratas también habían construido parte del muro “no sólo Trump”.

Lo que hay detrás de la sumisión de AMLO ante Trump y ahora su belicismo con Biden, lo sabremos muy pronto. AMLO busca ya a Vladimir Putin para que “apadrine” su futuro político, de la misma manera que el mandatario ruso apoya a Nicolás Maduro en Venezuela.

El canciller Marcelo Ebrard anunció recientemente que AMLO sostendrá una conversación telefónica con Putin, con la finalidad de fortalecer las relaciones con Rusia y promover la compra de las vacunas Sputnik-V.

El coqueteo de AMLO hacia Putin se inscribe en las soterradas intenciones del tabasqueño para imponer su proyecto político más allá de límites que marca nuestra Constitución. Para alcanzar sus nefastos propósitos, AMLO necesita un protector eficaz frente a los embates norteamericanos que podría generar su necedad de perpetuarse en el poder. Biden y los demócratas estadounidenses reaccionarían ante los afanes antidemocráticos del déspota mexicano y tal como ocurre en Venezuela, Putin avalaría el surgimiento de una dictadura en México.

Hacia el interior, AMLO ha cooptado al ejército al beneficiarlos con el beneplácito presidencial para que puedan manejar abiertamente negocios y empresas creados con el patrimonio de todos los mexicanos, de la misma manera que Maduro sostiene la lealtad de los militares concediéndoles un manejo ilimitado de los recursos naturales, a través de pingües negocios.

La protección de Putin evitó la caída de Maduro, aún con el reconocimiento de Trump al “presidente legítimo” Juan Guaidó. 

Parte del pacto entre Peña y López Obrador está relacionada con la complicidad de Trump para apoyar la reelección del político mexicano. Es decir, la sumisión de AMLO frente a Trump explica la intromisión ignominiosa de los norteamericanos en la sucesión presidencial del 2018. AMLO no hubiese sido presidente de México, sin la aprobación de Donald Trump y de ahí parte la “amistad” entre los dos mandatarios. 

Sólo que la realidad pronto enseñó al mesías tabasqueño, que Trump no tiene amigos y que la relación entre ambos presidentes, debía entenderse como la dialéctica del amo y el esclavo (Fenomenología del espíritu de  Friederich Hegel). AMLO mantuvo esta patológica sumisión al mandatario estadounidense, aun cuando el triunfo de Biden era inobjetable. “El amo no puede dejarme solo”, parecía lamentarse López Obrador antes de reconocer el triunfo del demócrata.

La abrupta e inesperada derrota de Trump, dejó a López Obrador en una suerte de orfandad que ahora pretende llenar, construyendo puentes hacia el otro lado del mundo. Si es del interés geopolítico de Putin, pronto veremos inusuales acercamientos en materia comercial, económica y militar con la nación rusa. En paralelo, el gobierno de López Obrador comenzará una escalada  de desencuentros con el gobierno de Joe Biden, a quien señalará como un enemigo de la 4ª T.

Los discursos oficiales pronto rescatarán del baúl de los recuerdos expresiones como “imperialismo yanqui” y será común anteponer “camarada” a los nombres de los próceres del obradorismo.

Como cualquier mafioso, Putin cobrará con creces su protección al régimen de AMLO. Tal vez como en caso de Venezuela, exigirá un rompimiento abierto con los estadounidenses, sin importar las sanciones económicas y el aislamiento comercial que tienen sumida en la miseria a la población venezolana. Moscú ha sabido mantener una gran ventaja a cambio de apoyar al régimen de Maduro, a quien le ha otorgado préstamos considerables y  ha promovido la venta de armas y equipo, entre los militares venezolanos. 

También la empresa energética estatal rusa, Rosneft, tiene acciones en múltiples proyectos en Venezuela y le ha otorgado préstamos significativos a la gigante petrolera venezolana, PDVSA.

“Cuando enviamos armas, nadie pensó en cobrar la deuda. Lo que realmente está en mente, creo yo, es el acceso a los pozos de petróleo, a la producción”, expuso recientemente Andrei Movchan, economista del instituto Carnegie Centre en Moscú.

Lo cierto es que México tiene actualmente el escenario idóneo para promover una incursión rusa: un régimen que busca desesperadamente un amo protector, para instaurar y perpetuar una dictadura; una empresa estatal que maneja el petróleo, en crisis; una estratégica necesidad de confrontarse con el gobierno norteamericano que encabeza el demócrata Joe Biden, para culparlo del fracaso total del gobierno obradorista; una sociedad dividida y confrontada, devastada por la pandemia y sus efectos económicos, incapaz de reaccionar masivamente ante la destrucción de las instituciones y la vida democrática; y finalmente, un ejército cooptado por el régimen que le ha otorgado poder económico e impunidad absoluta.

AMLO sabe que su proyecto dictatorial no tiene futuro con Joe Biden. Necesita urgentemente una alianza con Putin. Frente a un escenario adverso para Morena en los comicios electorales de este año, en el que los mexicanos le cobrarán su pésimo manejo de la pandemia y la caótica aplicación de las vacunas, a López Obrador sólo le quedará maniobrar para destruir lo que queda de la vida democrática del país, incluyendo “robarse” la elección para seguir contando con el control del Congreso de la Unión y promover las “grandes reformas” constitucionales que necesita para consolidar su proyecto político.

Aquí hay que recordar la “trama rusa” que surgió durante la elección presidencial que dio la victoria a Trump. ¿Hubo o no intromisión de los rusos en el triunfo electoral de Trump?. Las maniobras del entonces presidente norteamericano para evitar una investigación a fondo, perpetuarán la sospecha en la memoria histórica de los estadounidenses e inevitablemente provoca una suspicaz pregunta: ¿AMLO busca la intervención del gobierno ruso para garantizar el triunfo de Morena en las próximas elecciones?

Aunque en estos momentos la oposición está desarticulada y anulada por el régimen obradorista, cada vez son más los mexicanos que se oponen y descalifican al gobierno de AMLO y seguramente acudirán a las urnas para demostrar su rechazo al gobierno fallido de la 4T. Una maniobra presidencial para desconocer los resultados adversos a Morena, desataría protestas y movimientos sociales en contra del gobierno. Aquí es donde entra el ejército cooptado (Guardia Nacional) y los gobiernos estatales morenistas, quienes tendrán que reprimir abiertamente cualquier expresión disidente.

A  diferencia del gobierno de Trump, las manifestaciones contra el fraude electoral serán evaluadas en Washington y habrá reacciones diplomáticas, económicas y comerciales hacia el gobierno mexicano, que terminará por romper —algún día— su relación con los “yanquis imperialistas”. Lo cual no importará, porque para entonces el amo Vladimir extenderá su manto protector y nadie tocará al dictador. Entonces una gran nube oscura cubrirá de miseria absoluta el territorio nacional.

Por lo pronto, todavía falta saber si a Putin le interesa rescatar a la 4T y lo más importante: que los mexicanos defendamos —con los dientes si es necesario— la vida democrática y la soberanía de nuestro país: no queremos un amo otra vez.

La primera batalla será el próximo 6 de junio. 

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