Foto Christian Wiediger en Unsplash

DETRÁS DEL ESPEJO NEGRO / POR VANESSA PUGA

Mucho se habla sobre la adicción que generan las redes sociales, particularmente desde que los llamados teléfonos inteligentes se colaron en nuestras vidas. La creación de Steve Jobs, el aclamado iPhone, cambió el juego para todos. No sólo porque ponía en jaque a grandes compañías como Nokia, sino que puso a correr a grandes plataformas de tecnología para poder entrar al juego teniendo su versión de aplicación móvil (app) para estar presentes en las vidas de las personas.

Este sencillo movimiento promovió uno de los mayores problemas de nuestro joven siglo: la hiperconectividad. El estar eternamente conectados, irónicamente, nos aísla de la vida real. Muy al estilo de la comunidad que podemos ver en la película Wall·E de Disney-Pixar, nuestras vidas se han ido reduciendo a ver todo a través de una pequeña pantalla.

Si bien a inicios de los 2000 la tendencia era buscar hacer teléfonos móviles cada vez más pequeños y la competencia era ser funcionales ocupando el menor espacio, hoy se busca tener la mejor pantalla, más amplia y con más cámaras.  Antes de la pandemia, era común ver en los conciertos o espectáculos la masa de manos alzadas para grabar todo o sacar foto o, incluso, transmitir en vivo. La necesidad de compartirlo todo, de hacer público lo privado, de ver todo a través de una pantalla y no en tiempo real.

No sólo trastocó la vida personal al volver normal el llevar una crónica de nuestra vida personal en redes sociales. El trabajo se coló en los bolsillos de las personas. Ahora es muy “normal” exigir respuestas de cosas laborales fuera de horario laboral: un WhastApp, un correo, la app de mensajería instantánea corporativa. La idea de que podemos mandar mensajes a la hora que sea de alguna forma trajo también la noción de que eso nos obliga a responder a la hora que sea.

Ideas como “me dejó en visto” o el término “ghostear” surgieron de esa exigencia por la inmediatez: en cuanto yo te escribo, tú me respondes. Sea personal o de trabajo. La atención se empezó a fragmentar ante la cantidad de sonidos que un teléfono puede emitir por la cantidad de notificaciones que podemos recibir. El control de nuestras vidas se perdió por un aparato diminuto. ¿Podemos recuperar el control?

Antes de pensar en ello, hay que conocer todo lo que hay detrás de esta adicción. Existe toda una maquinaria pensada para llevarnos a estar pegados a nuestros teléfonos. En su libro Irrestible, Adam Alter se dedica a estudiar todos los factores que hay alrededor de nuestra adicción al parecer irremediable. Algunos puntos clave son:

  • El scroll infinito para perder la señal de que debemos parar. ¿Cuántas veces les ha pasado que dicen “Voy a ver tantito [inserte red social de su preferencia]” y una hora después no saben qué pasó con el tiempo? Esto es por el llamado scroll infinito. Es una pieza maestra para tenernos enganchados, sacada de las mejores técnicas de Las Vegas. En los casinos tener la luz pareja todo el tiempo ayuda a perder la noción del tiempo: sin ventanas, no hay forma de distinguir día de noche y por, ende, no hay una señal clara que nos diga cuánto tiempo ha pasado. Eso, trasladado a lo virtual, se traduce en el scroll infinito, que luego las plataformas de streaming de audio y video tradujeron en reproducción automática. El contenido nunca para sin importar cuánto bajemos en nuestra pantalla. O sin importar cuántas series/películas/video consumamos. Algo más empezará.
  • El miedo a quedar fuera (FOMO por sus siglas en inglés). Abrir y volver a abrir las redes sociales como un impulso casi involuntario con la necesidad de ver nuevas noticias es porque tenemos miedo a perdernos el chisme más reciente y luego, quedar fuera en las pláticas de nuestros amigos. Hay que ser el primero en enterarse.
  • El golpe de dopamina. Cuando digo que es adicción, lo digo en serio. Nuestro cerebro es alterado por estos aparatos. Nos enfrentamos a un efecto curioso: el no saber cuándo vamos a tener una recompensa nos engancha. Si siempre que hacemos lo mismo recibimos un premio, nos aburrimos. En cambio, el no saber cuándo y qué recompensa tendremos nos tiene prendados del celular. (Esto también funciona por ejemplo, en las máquinas de los casinos, la adrenalina de no saber cuándo ganarás te engancha). ¿Ahora que abra Facebook habrá una notificación? ¿Un mensaje nuevo? ¿quién me busca, quién me quiere, quién me necesita? Los botones de “Me gusta” y luego las siguientes reacciones nos dan la opción de subir la dopamina: a alguien le gusta o le encanta o le encorazona lo que digo. Alguien considera que es tan certero lo que digo, que lo retuitea. Un mundo allá afuera me espera.
  • La distracción de las notificaciones. Podemos estar trabajando, pero si tenemos el teléfono junto (o ahora, los relojes inteligentes) cualquier cosa nos puede distraer. ¿han notado la cantidad absurda de notificaciones que te puede enviar una misma aplicación? Es para atraerte de vuelta, como el canto de las sirenas. La iluminación acaso momentánea de la pantalla rompe el hilo mental en el que estabas y te hace voltear a ver la pantalla, aunque sea por un segundo. ¡Adiós a la capacidad de concentración!

Los teléfonos inteligentes y sus múltiples apps están reconectando nuestros cerebros. Yo no soy ninguna santa: he pecado de lo mismo que los demás. Ponerle más atención al teléfono que a mi familia a la hora de la comida; estar viendo la tele con el celular en la mano para bajar por la pantalla sin fin, con mi atención dividida entre varios estímulos a la vez; que mi primer movimiento después de apagar el despertador sea ver las redes sociales para saber qué me perdí mientras dormía. Lo he hecho, claro que lo he hecho. No vivir el presente real por querer estar en un mundo virtual, por crecer seguidores, por estar hiperconectada. Pero ¿saben qué? Es muy cansado.

Si a ustedes les pasa que:

  1. Han perdido capacidad de concentración.
  2. Las redes sociales les consumen tiempo por horas sin fin.
  3. Pareciera que no pueden evitar voltear a ver el celular cada tres segundos.
  4. Les cuesta mantener el hilo de sus ideas.

¡Bienvenidos a la peor adicción actual! Ahora, imaginen si tienen hijos: el cerebro humano se sigue desarrollando hasta los 18 años. ¿Saben qué clase de malas conexiones fomentamos con los celulares y tabletas antes de dicha edad? ¿No? Ni yo lo sé, tendremos que estudiar a futuro a las generaciones que han crecido así, desde los centenialls o generación Z hasta los que vienen detrás de ellos (¿los niños pandémicos? No sé cómo se vaya a llamar la nueva generación, lo siento).

Lo que sí les puedo decir es que podemos empezar la batalla por retomar el control de nuestras vidas y de nuestras capacidades cognitivas. No es fácil porque es un problema y como tal, primero hay que reconocerlo.

Ser consciente es importante para poder trabajar en esto. Así que los invito a empezar un ejercicio de reflexión. Si no saben cómo, van simples ideas:

  • Monitoreen el tiempo que pasan en el celular. La mayoría de los teléfonos ya entregan un reporte de tiempo en pantalla y varias aplicaciones te lo pueden decir también. Si no, pueden descargar aplicaciones como YourHour o Moment (sólo para iPhone) para ver cuánto tiempo pasan en cada app al día, viendo el celular en total e incluso, cuántas veces desbloquean la pantalla o levantan el teléfono.
  • Si pueden quitar aplicaciones de redes sociales de su celular, ¡háganlo! Y silencien las de trabajo, al menos en fin de semana. Hay más vida afuera.
  • Si el punto anterior parece muy drástico, empiecen por algo más sencillo. Desactiven las notificaciones. Particularmente si quieren 1) mejorar su capacidad de atención para sacar trabajo y 2) mejorar la calidad del tiempo que pasan con su familia/amigos.
  • No tengan el teléfono en la mesa de noche. No, en serio. Consigan un despertador de antaño y saquen el teléfono de su cuarto. Así evitan 1) la tentación de estar horas en la cama sin dormir, viendo el teléfono y 2) perder tiempo en la mañana viendo el teléfono.
  • En ese mismo tenor, eviten el celular en su primera hora de la mañana y una hora antes de dormir. Así ayudan a su cerebro a desconectar y relajarse, así como a empezar fresco la mañana sin sobre estímulos. También la luz azul de las pantallas de los celulares afecta a los ojos, no lo subestimen.
  • Tengan tiempo fuera de su teléfono. Establezcan horarios en los que el teléfono está prohibido: la hora de la comida, los fines de semana, lo que mejor les funcione. Empiecen por ganar pequeños espacios y de ahí, cada vez más. ¿Qué si hay una emergencia? De verdad, decía mi padre que las malas noticias vuelan. Seguro se enteran.

Hacer conciencia de nuestro uso de los dispositivos móviles nos ayuda a volver a ganar terreno y hacer algo muy simple: vivir el presente.

Por Vanessa Puga

"Hummingbird girl, running on caffeine." | Vivo del lenguaje, la redacción y las redes sociales | social media manager y profesora | bruja bibliófila | geek

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