Errare humanum est
@edsanchezpintor

Existir es habitar un cuerpo que apenas se comprende. Ni bien hemos aprendido a controlar los movimientos finos y gruesos, somos de inmediato empujados a la toma de conciencia de nuestros actos; sin haber logrado esto nos crece la nariz, se puebla de vellos la entrepierna, las caderas o las espaldas reclaman una cuota de mundo más ancha y subimos y bajamos de la rueda emocional en medio de la incomprensión, el desvarío hormonal y la calentura. Aquí, se nos dice con grave solemnidad, es cuando, poseedores de un privilegio estúpido, debemos tomar decisiones sobre el futuro profesional.


Asistimos a cada transformación sin concluir bien la anterior y nos convertimos en una compilación de cambios no resueltos, de conflictos sin cierre, de aperturas infinitas, de dolores sucesivos, de errores súbitos, de violencias imperceptibles, de condenas colectivas, de culpas podridas y castigos desmesurados.


Entre esas durezas que nadie nos explica, vamos dándole forma al individuo ahí dentro y él, torcido, malhecho, contrahecho, deshecho, se revuelve al interior de un cuerpo que nunca le ha pertenecido y contra el que le enseñaron a vivir. El cuerpo es una cárcel, o un enemigo, o un campo de batalla, nunca el amigo o el amante que habrá de darnos o al que podríamos darle todo. El cuerpo, no mi cuerpo, es el otro al que aprendí a despreciar.


Y en medio de este pólemos, de esta guerra sin tregua, de esta disociada existencia, existo apenas sorteando aciertos, errores, recompensas y castigos. Voy a sentarme un día, una semana, una quincena, un año o dos y hablar con los que se quedaron atorados ahí adentro; busco al niño para abrazar, al adolescente para estimular, al joven para moderar y a mí para darme ternura. Yo soy mi cuerpo.

Por Antonio Reyes Pompeyo

hago lo que puedo

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