Amanece, y aunque la oscuridad no se quita del todo, hoy sé que en este país hay otro discurso posible, que existe otra forma de actuar a pesar de las palabras y la vieja y sobada artimaña de la demagogia. La mañanera nos tomó a todas por sorpresa, apenas íbamos llegando a Palacio Nacional para recomenzar el engorroso proceso de registro de todos los días, porque es la fuente y ni modo, hay que ir. Ya no pudimos entrar.

El día antes, la vida nos regaló la sonrisa chueca de la ironía, fue domingo 7, ese mismo domingo con el que se nos reprocha haber cogido sin precaución para quedar embarazadas porque, claro, sobra decirlo, somos nosotras las que no deberían andar abriendo las piernasa cualquier cabrón. Si nos los dejan ir adentro es porque nosotras lo permitimos, el hombre llega hasta donde una quiere. El domingo 7 nos fuimos a dormir, decía, con la nota asegurada, el palacio cerrado por temor a las morras; fotos semióticas; de aquel lado, la fortaleza bien segura, de este otro el hartazgo violeta y la voz. Ya casi tenía hecha la nota desde un día antes. Pero Obrador tenía una jugada preparada en el bullpen. Al viejito le gusta el béisbol, el bullpen se traduce como toril y el culero ese que estaba puesto para gobernar Guerrero se autodenominaba Toro. Quizá deba esforzarme en encontrar las metáforas con más creatividad; pero soy narradora, no poeta. Si yo supiera de béisbol seguro sabría cómo se llama a ese engaño de ir enseñando una cosa y hacer otra; este sería el momento de lucirme con esa figura retórica.

Palacio estaba libre de esas vallas que llenaron las fotografías todo el fin de semana, ¡libre! En su lugar había un templete amplísimo, largo como la cuaresma, horizontal, con todas las vallas rodeando el zócalo, pero sin cerrarlo. Parecía el foro en el que después se convirtió. Obrador salió, pero no habló, casi todo el tiempo asentía orgulloso, nunca tomó la palabra. La que habló fue una morra, ni siquiera de la plana chida, una morra equis, sin nombre, una que hubiera aparecido en cualquier cartel de esos de búsqueda. Todas somos la misma. Esa morra, la que era todas, habló.

Para las diez de la mañana ya habían subido muchas así, pasaron lista a los tres mil y pelos de nombres que estaban escritos en las vallas, una especie de homenaje. La sensación era igual a estar en medio de una ola gigantesca que todo lo movía en su caótico desequilibrio, una ola gigantesca en un mar que atravesaba todo, que lo inundaba todo; el mar que éramos rugía en cada una, con cada nombre, en cada minuto de esas breves e inmensas horas. Luego de eso, otra morra habló, pero ya sin decir nombres, y ahí se terminó el homenaje; su voz venía envuelta con el silencio más cabrón que nunca hubo en el zócalo. Todo mundo había llegado vuelto madres, pero las morras sabían cómo imponerse sin hacer desmadres, nadie se despeinó y ella habló así, con ese respeto que todos parecían autoimponerse al estar ahí, con nosotras.

No leyó nada, habló de la madrugada, de las sencillas dificultades para llegar hasta Obrador, de hackeos telefónicos, de redes y de personas; habían llegado con menos complicaciones de las estimadas. Habló de un acuerdo, del más importante, de uno verdaderamente histórico con un presidente sentado, con unos cuantos asistentes desvelados tomando notas y pegados a infinitas llamadas de infinitas urgencias todas hackeadas, todas filtradas, todas controladas.

De la anécdota histórica pasó al acuerdo histórico: ruptura del pacto patriarcal, educación responsable a partir del nivel básico; legislación desde, con y para la nosotras; nuevo enfoque de políticas públicas y seguridad nacional. La declaración oficial de una pandemia: la de nosotras. 

¿De verdad estaba ocurriendo? Me sentía en una historia surreal, estaba mareada, empecé a respirar rápido, no podía estar pasando eso, era la locura, ¿de verdad cambiaría todo desde este momento? ¿De verdad habían sentado a ese cabrón terco a escuchar las ventajas de los votos de las mujeres vivas, de una base electoral amplia, de un respaldo sin precedentes? ¿De verdad juntas haríamos historia?

Llegó la noche y el zócalo era un festival en silencio, todas allí sabíamos lo que significaba este empoderamiento; la vida está compuesta de gestos y estábamos en la concreción de uno gigantesco: no era él nuestro endoso para ser lo que ya éramos; más bien, estábamos dándole el empoderamiento que necesitaba para cumplir con su palabra, para hacer de su promesa algo más que un cántaro de saliva tabasqueña.

Los zopilotes de los diarios internacionales sacarían jugosos reportajes con este acuerdo, aunque se quedarían ansiosos por la postal en la que desmadrábamos y quemábamos todo. Igual otros se llevaron imágenes y notas chonchas de los roemers, los pliegos, los salgados y otros culeros con las manos esposadas. La revolución estaba aquí y ahora, en nuestras manos, y ya nunca más estaríamos nosotras en las manos de ellos. El 8 de marzo las mujeres hicimos que se rompiera el pacto, convertimos una muralla en templete. Esa noche fue nuestro Walpurgis. Amanece, y aunque la oscuridad no se quita del todo, hoy sé que en este país hay otro país posible.

Por Antonio Reyes Pompeyo

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