
Cuando los tiempos y los bichos nos lo permitían, uno de los más grandes placeres del lector (empedernido o no) era el de ir a la librería y poder aspirar el aroma de los libros ahí. Ahora no podemos, porque en una de esas aspiramos virus que nos van a quitar tiempo de vida y de lectura. Y en esos vagares, uno llevaba una lista, porque tenía uno que ir preparado con recomendaciones o algunas sugerencias que uno captaba por ahí; pero también habíamos de ser flexibles: si la lista era de diez libros, seguramente no encontraríamos dos o tres títulos por razones varias (la peor: que las ediciones ya estaban agotadas). Podíamos irnos con menos libros o, si nos atrevíamos, comprábamos uno cuya portada o contraportada nos convenciera. De repente, algunas sorpresas nos llegan con ese método. Entre esas sorpresas, en mi caso, estuvo esta distopía de una sobreviviente.
Honestamente, hasta que no investigué un poco, no hubiera considerado “Memorias de una sobreviviente” de Doris Lessing, como una distopía hasta que una muy breve reflexión me convenció: se trata de una mujer madura que vive sola. El entorno es lo que entenderíamos como la postguerra o postcataclismo, aunque puede que este segundo término no exista. La cosa es que el ambiente es de inseguridad y de desafíos, muchas áreas de oportunidad para ponerlo con palabras bonitas. No se explica la naturaleza del fenómeno, no sabemos si es una catástrofe natural o una bélica. Un hombre llega con nuestra protagonista y le encarga a una jovencita. Ese es el gancho de la historia, que en sí, va con la fuerza de Rocky Balboa a nuestros riñones.
Para ser honesto, me costó trabajo leerlo. No porque sea malo, muy al contrario, sino porque había algo en el ritmo, quizá. Si usted es de leer pesimismo, definitivamente este es su título; si no, lea algo relacionado, y luego puede entrarle a este. A pesar de ser un libro cortito, había algo en su narrativa que me costaba. No es como esas ediciones de letra minúscula e interlineado nanométrico: en mi caso, fue complicado, pero logré acabarlo, y con un buen sabor de boca.
Como en toda distopía, hay algo que no es como “debería”. En este caso, el origen de los problemas, pero irónicamente su solución también: los niños y los jóvenes.
Se habla continuamente de bandas de algunos que viajan, se van a tener una vida mejor. Nunca se sabe de ellos, nunca regresa noticia alguna de si llegan a su destino, si mejoran su vida o no. Estas bandas, con adultos también, primero se establecen y existen en la ciudad donde están, para luego partir. No coexisten porque no hay una relación de sana convivencia simbiótica: es un ataque a los habitantes de la ciudad. Los habitantes, generalmente mayores, escuchan que en otras ciudades hay pandillas y se “regocijan” de que en la suya no haya. No hay, en sí, felicidad en esta sociedad, sólo existencia. Entonces, el establecimiento de pandillas significa el gran declive.
¿De dónde salen las pandillas de jóvenes? Nadie sabe. ¿Qué hacen para sobrevivir? Se establecen en edificios abandonados y pueblan con formas de miniciudades: hay sembradíos, animales, mercados; todo entre cuatro habitaciones. Cuando acaban de llegar, incluso sabiendo los mayores que son una amenaza, les ayudan dándoles algo, lo que sea. Incluso, los habitantes mayores y las pandillas se organizan cuando una mayor amenaza llega…
Pero antes de la gran amenaza que marca la conclusión del libro, hay que definir la relación de estas dos tribus. Los mayores viven en hogares, y esa es su burbuja epistémica: que sería peor perder lo poco que tienen. Los jóvenes y niños en tribus de la calle representan aquello fuera de la burbuja: cierta libertad y desatino, aunque comunidad. Los de las casas se juntan ante las amenazas, los jóvenes se juntan para convivir. Entonces, como son los obvios polos iguales de un imán, se repelen al instante, aunque tampoco buscan su mutua destrucción.
De este cambio de generación, nos damos cuenta cuando Emily, la joven a la que encargaron con nuestra protagonista, la lleva a la casa de su pandilla. Emily se mostraba, ciertamente, como una especie de niña mimada. Ella sabía que no debía incomodar, en especial porque la encargaron con alguien desconocida. La mujer nunca le hizo el feo, como diríamos nosotros, y hasta tendió a cuidarla, pero no podía señalarle fuertes restricciones. Son como una madre que sabe que no es madre, y una hija que sabe que no es hija. Su relación es sumamente extraña, justamente como la de las pandillas con los mayores de edad.
Cuando la mujer va a la casa de la pandilla de Emily, se sorprende: Emily y Gerald, los líderes, resultaban en los papás de muchos niños. Se encargaban de la disciplina, el aseo, la educación y el seguimiento de las reglas de su pandilla. Justamente aquí es cuando algo choca en la mujer: esa joven a la que le encargaron era todo menos una líder. De hecho, ella es más fuerte que Gerald, porque él la necesita a ella, y ella a él no. Aquí se abría una oportunidad: quizá, para la amenaza más grande, podrían juntarse esas pandillas y los adultos.
Pero no. Lo que marca la conclusión del libro es el caos total, la llegada de una pandilla sin noción de nada. Esta nueva pandilla estaba conformada por pequeños salvajes de 9 o 10 años a lo más. No conocían nada de reglas ni de convivencia: entre ellos se usaban para sobrevivir, forzada, si se debían matar para seguir viviendo, lo hacían. Estos niños no mostraron nada de la civilidad que entre los adultos y los jóvenes previos pudieron tener. Cuando llegaron, coincide con que el agua deja de llegar a los edificios. El derrumbe se viene, eso a pesar de que Emily, Gerald (a quien casi lo matan los niños) y la mujer, se quedan en su edificio infestado de salvajitos.
Esta suerte de distopía hecha por la escritora británica-zimbabuense conlleva una visión fuertemente pesimista que no te plantea muchas posibilidades de un final feliz. Pareciera haber escrito una especie de metáfora, también, sobre la lucha de paradigmas entre las diferentes generaciones, las de más experiencia contra las más arriesgadas. Además, tiene esta corta novela una fuerte reflexión feminista que deja una cosa muy clara: en un mundo de desinterés, prevalecen la fortaleza y la entereza de las mujeres; sin embargo, esto no es tratado no desde un punto de vista fantasioso ni romántico, sino realista.
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