
HOSPITAL INCURABLE / POR: ADRIÁN LOBO
Lifting de enfermeras
Una actividad que suele ser motivo de desdén por parte de las profesionales del ramo (y digo profesionales porque estos fenómenos son más frecuentes entre aquellas que son licenciadas en enfermería) es el tendido de las camas. Es frecuente que inicien ellas la tarea pero sea otra persona la que la finaliza y ponen un gran énfasis en que dicha persona estire muy bien las sábanas, casi a punto de reventar, lo cual se logra atando las puntas con trozos de venda a modo de tirantes, ya que en el hospital no hay sábanas de las que tienen resortes en las esquinas.
Tengo la obligación de aclarar que esto no es gratuito, tiene de hecho un fundamento médico. Resulta que una sábana arrugada puede producir lesiones cutáneas en pacientes que guardan un reposo prolongado, aunque hay elementos como colchones de aire o de agua para casos especiales que ayudan a reducir el riesgo de dichas lesiones. El asunto es que aquellas no toleran una cama mal acondicionada y exigen a quien les ayude a colocar las sábanas que las dejen completamente tensas y lisas.
Gorrioncillo, pecho amarillo
A veces creo que de alguna manera la idea de que los niños vienen de París y que los trae la cigüeña tiene algún fundamento y se toma más en serio de lo que se cree, incluso en el hospital. O alguna razón debe haber para que en algunos servicios los consideren como gorriones o algo así. Al menos eso parece.
Recuerdo que conocí a una linda chica que en su casa su familia le llamaba Paloma, aunque ese no era su nombre. Una vez le pregunté por qué la nombraban de tal manera y me contó una bonita historia, que tal vez no recuerdo exactamente cómo iba pero me parece que era más o menos así: Cuando su madre estaba embarazada, su hermano mayor notó cómo el vientre de ella iba creciendo y cuando preguntó la razón le explicaron que iba a tener un hermanito o hermanita y que estaba creciendo en su interior. El chiquillo entonces dijo: “¿De verdad? Yo creo que es una paloma”. Y desde entonces le han dicho así.
Y bien, resulta que cuando en el hospital acuestan a un bebé en una cuna le acondicionan con las sábanas y colchas un espacio al que las enfermeras llaman “nido”. No he tenido la oportunidad de preguntar a las compañeras por qué lo hacen, pero supongo que es porque de alguna manera este “nido” le da al pacientito algún soporte, permite acomodarlo en una mejor posición en la cuna, una que favorece su respiración y quizá hasta prevenga en algún grado el reflujo que padecen algunos nenes y minimiza los daños que pueda causarles en caso de que de todas formas se presente. A veces veo a los bebés acostados en sus nidos y sonrío al recordar a mi amiga Paloma. ¡Saludos, Palomita, hasta donde estés!
Herramientas y equipos
Supongo que en todas las actividades humanas se cuenta, además de una jerga especializada, con utensilios propios de dicha actividad, incluso personajes varios cuentan con todo un arsenal de accesorios para valerse de ellos en la realización de sus hazañas.
Tenemos por ejemplo el archifamoso “chipote chillón” del Chapulín Colorado; el Capitán América cuenta con su famoso escudo y la Mujer Maravilla con su látigo (¿no es algo sexista eso, como un cliché?).
Recuerdo que el buen Beakman contaba con un singular aparatejo similar a lo que el Dr. Chun-ga podría llamar algo así como un “sistema proporcionador de la visualización en tamaño aumentado de la realidad”, de realidad aumentada pues, o de realidad virtual, al que este personaje llamaba “Falsoscopio”.
En el hospital no nos faltan de esos curiosos objetos y uno de los más famosos es el conocido como “Chaparroscopio”. Así es. Si el nombre no resulta suficientemente descriptivo, diré que en otro lugar lo llamarían simplemente “banco”, “escalón” o “escalerilla”. Es un utensilio que sirve para proyectar a las alturas el alcance vertical de la mano de cualquier persona que por alguna razón pretenda momentáneamente superar los límites que la naturaleza le impuso en estos temas. Y los hay de diferentes capacidades: está el sencillo, que es de un nivel, y el más potente, de dos; quizá haya hasta de tres.
Time to say goodbye
Es muy probable que usted, que tiene la amabilidad de leer estas humildes líneas, haya oído hablar solo cosas malas de la salud pública. No se puede negar que seguimos con carencias, porque siempre las hemos tenido, y de todo tipo: de medicamentos, de personal, de instalaciones y de insumos varios, pero de la misma forma puedo dar testimonio de pacientes de quienes he estado cerca y que nos han expresado su sorpresa y gratitud por la atención recibida en el H.G.D.A.V. Recuerdo especialmente a uno de ellos que nos comentó a un grupo de trabajadores que estaba gratamente sorprendido porque, según su experiencia, la atención recibida había sido más que buena y que había llegado temeroso y renuente porque solo había escuchado malas referencias sobre lo que ahí ocurría. Otro paciente y su esposa -una pareja muy agradable, por cierto-, cuando el señor se iba de alta finalmente tras varios días hospitalizado, se deshicieron en halagos y agradecimientos con todo el personal del primer piso, el servicio de Cirugía y Especialidades.
— ¡Hasta luego, doctor! Muchas gracias. Hasta luego, enfermera.
— ¡Que les vaya bien, hasta luego!
— ¡Ay, señora! ¿Cómo que hasta luego? –Intervine.
— ¿Por qué lo dice? –me preguntó un poco sorprendida.
— Mire, no me lo tome usted a mal, pero la verdad es que no les deseo que vuelvan ustedes. Sí me gustaría volver a verlos, pero no que tengan que regresar acá… Si los puedo volver a saludar, mejor que sea en otro lugar, ¿no le parece?
Siempre me he preguntado qué es adecuado decirle a un paciente que se ha recuperado de su mal y le han dado de alta. Despedirse con un “Hasta luego”, como ya dije, no suena bien, igual que “Vuelva pronto”. En ese contexto no parecen llevar muy buenos deseos, como que se les desea que tengan una recaída. “Recomiende el servicio” suena muy comercial y poco apropiado también. “Recuerde dejar propina para el interno y el camillero”, ¡noooooo, tampoco! Por cierto que algunas personas a veces, pocas en realidad, generalmente las más humildes, sí le llegan a decir a algunos compañeros:
— “Por favor, acépteme aunque sea esto” –mientras, discretamente, te ofrecen un billetito como muestra de su gratitud. O bien te obsequian algún refresco. Lo cual algunos aceptan y otros no.
Algunas otras personas, quizá con más tiempo y posibilidades, compran una pizza para los médicos o para las enfermeras, incluso en ocasiones un pastel, muy de vez en cuando y generalmente cuando han atendido al familiar de un compañero de trabajo.
En una ocasión un paciente recién operado le pidió permiso al cirujano para salir unos minutos e ir a traerle unos panes de los que él mismo hace, ya que es de oficio panadero, aunque por supuesto aquel agradable sujeto no se encontraba aún en condiciones de deambular y el pan y el cirujano tuvieron que esperar una mejor ocasión.
He visto también cómo otros envían notas de agradecimiento al personal o dejan una felicitación en los buzones que hay en los servicios de lo que se llama Sistema Unificado de Gestión. Déjeme decirle que aunque parezca que nadie lee las quejas de los usuarios depositadas ahí, en realidad sí se les da seguimiento e incluso se hace un informe mensual y se llevan estadísticas sobre esos mensajes y su contenido se hace llegar a los encargados y al personal de esos servicios.
Pero como decía, aunque sea una fórmula de cortesía muy usual, en estos casos decir “Mucho gusto… [haberlo conocido]” podría interpretarse muy mal, como que da a entender que nos alegramos de que haya estado hospitalizado. Yo prefiero decirles en tal caso simplemente: “Que le vaya bien y cuídese mucho”.
Yo sólo sé que no he cenado
La época pre-covid no fue hace mucho en realidad, aunque ahora mismo parezca tan lejana, cuando menos para mí. Pues bien, estábamos todavía en aquellos días cuando en el hospital andaba una doctorcita muy joven y agradable que llevaba varios días padeciendo una tosecita molesta, de esa que no se quiere quitar con nada. Llegó un momento en que tuve el gusto de acompañarla a una diligencia relativa a un paciente, lo llevamos a un estudio y la volví a escuchar tosiendo, entonces le pregunté:
— Doctora, ¿sabe usted qué es bueno para la tos? — Por un momento creí haber ocasionado que se produjera uno de esos conocidos episodios médicos que suelen ser bastante desagradables, pero no estábamos en una consulta, en el momento éramos compañeros de trabajo, además, como ya dije, ella era muy joven y agradable. Se contuvo lo mejor que pudo para no reír demasiado y provocarse con eso un fuerte episodio de tos y unos instantes después, ya que pudo controlarse un poco, me dijo:
— No, no lo sé.
— ¡Ah, vaya! ¡Con razón!
— ¿Con razón qué?
— Con razón no se le ha quitado la tos…
— ¡Mmmmhhhh! — gruñó un poco e inclinó la cabeza ligeramente hacia la derecha entrecerrando los ojos. La expresión en su rostro era de un amable disgusto, luego se recompuso y me preguntó:
— ¿Y entonces?
— ¿Entonces qué?
— ¿Qué es bueno para la tos?
— ¡Y yo qué sé! ¡Usted es la doctora! — En ese momento por más que quiso evitarlo no pudo dejar de reír un poco y volver a toser y mientras intentaba recomponerse me hizo un ademán con el brazo, como diciendo “Ya, cálmese y déjeme en paz”. Y entonces una doctora malhumorada acabó con todo y nos despachó del sitio. Espero que esté usted muy bien, doctorcita, donde quiera que se encuentre ahora.
No culpes a la noche…
Nuestra anestesióloga pediatra (la única en el H.G.D.A.V., una de los diez especialistas en esta área que hay en el estado) estaba explicándole a un pacientito cómo le iban a dar medicamentos para que no sintiera dolor y el cirujano pudiera operarlo. El pequeño estaba un poco afligido pensando que para eso tenían que inyectarlo, cosa que no deseaba.
— Ya no te vamos a picar –dijo la médica, y mostrándole el tubo de su venoclisis agregó: Por aquí te voy a poner las medicinas, ya no te voy a inyectar.
— ¿Y cuando me operen me va a doler?
— No, no vas a sentir nada porque cuando te operen vas a estar dormido.
— ¿Entonces me van a operar de noche?

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