
Por: Ernesto Palma F.
Si en México se practicara la investigación seria en materia de antropología, sociología o psicología social, seguramente llamaría la atención de los científicos sociales el impacto del caos generado desde la cúpula gubernamental, en la toma de decisiones electorales. En la lógica y el sentido común, se creería que los ciudadanos optarían por castigar a través del voto a los gobernantes que hubieran fracasado en sus funciones y elegirían a candidatos más idóneos para gobernar. Pero esto no funciona así en nuestro país. AMLO está demostrando con su forma de gobernar, que el caos genera irritación, incertidumbre y desesperanza y este estado anímico colectivo propicia la gente opte por el suicidio electoral y termine por votar a favor de quienes representan la destrucción y la descomposición de todo lo establecido.
Los estudiosos de la psicología del mexicano (Samuel Ramos, Rogelio Díaz Guerrero, Octavio Paz, Alan Riding, etc.) coinciden al afirmar que los mexicanos tenemos tendencias a la autodestrucción. Hay indicios en la historia que explican esa particularidad de nuestra idiosincrasia, por ejemplo -desde su origen- la organización de la Colonia buscaba deprimir el espíritu de la nueva raza. Sin existir aún lo que se podría denominar la ciencia política o la psicología de masas, los conquistadores intuían que era necesario obnubilar la capacidad de razonar y reaccionar de los indígenas para poder dominarlos, mantenerlos divididos y evitar sublevaciones.
¿Es esa la estrategia política de López Obrador? Porque ha desafiado en todas las formas posibles el aguante del pueblo y no hay sublevaciones, ni protestas reales o significativas. Al contrario, los grupos y sectores proclives a reaccionar en las calles, están del lado del obradorismo, con excepción de algunos grupos feministas.
En los peores momentos de crisis sanitaria y económica, el gobierno de AMLO ha perdido el pudor y nos muestra cínicamente la funesta intención de lucrar políticamente con la vacunas. Son millones de mexicanos los que no serán vacunados antes del 6 de junio. Para esa fecha, la crisis económicamente se agudizará. Ya hay indicios de que vendrán años de miseria e incertidumbre. Cifras no oficiales señalan que en estas fechas estaremos rebasando los 500 mil muertos a causa del COVID-19 y estamos en la antesala de una tercera ola de contagios a causa del relajamiento de medidas preventivas incentivado por la desesperación del gobierno federal, frente al tsunami económico que se avecina.
Los escándalos de corrupción no alcanzan a preocupar al solitario de palacio nacional. Si son de su familia, gabinete o partido político, simplemente son ignorados. Para AMLO la corrupción sólo existe en el pasado inmediato. Los perpetradores seguirán impunes en sus cargos mientras la voluntad presidencial lo decida. El reciente caso de familiares de la esposa del Canciller Marcelo Ebrard, involucrados en el tráfico ilegal de vacunas, demuestra que para ellos no existe la justicia, sólo la gracia de su majestad presidencial.
La vacunación ha sido un verdadero desastre. Los mexicanos no tenemos derecho a saber cuántos contratos se firmaron para comparar vacunas. El gobierno decidió reservar la información por cinco años. Lo que sabemos es que las vacunas llegan a cuentagotas y que hoy no se ha vacunado ni el uno por ciento de la población. En medio del caos sanitario, nos enteramos -por el gobierno norteamericano- que más de un tercio del país está dominado por el crimen organizado.
Los distractores del gobierno van de la A a la Z. La opinión pública se entretiene en conflictos creados por el propio AMLO para distraerlos como a perros con nuevos huesos, mientras se acerca la fecha de las elecciones. AMLO sabe que ganará ese proceso electoral porque no tiene adversarios. Por un lado las voces disidentes proceden del mismo sector que él ha estigmatizado como conservadores, neoliberales o corruptos. Ha neutralizado a grupos, sindicatos, centrales obreras o campesinas a través de la cooptación de sus líderes a quienes ha ofrecido impunidad, como el caso de Romero Deschamps o Elba Esther Gordillo. Como un verdadero capo, AMLO ha doblegado a los gobernadores con la amenaza de procesarlos como al gobernador de Tamaulipas, Francisco Cabeza de Vaca.
Por si fuera poco, tiene el control, absoluto del poder legislativo y contra la pared al poder judicial. Al ejército y a un puñado de empresarios como Carlos Slim o Ricardo Salinas los tiene comiendo de su mano, con pingües negocios y contratos de obra pública.
AMLO tiene el control de los medios. A unos le ha cerrado la llave presupuestal y están agonizando. A otros los privilegia para que sean sus corifeos, pero todos se cuidan de irritar la frágil sensibilidad del habitante de palacio.
Electoralmente, AMLO sabe que si Morena pierde, de todos modos tendrá mayoría en el Congreso tanto por los partidos morralla como el Verde Ecologista, Encuentro Social, Redes Progresistas, PT, Movimiento Ciudadano, Fuerza Social por México y Encuentro Solidario, como por diputados tránsfugas del PRI, PAN y PRD, que nunca faltan.
Además, las iniciativas presidenciales seguirán siendo aprobadas porque los liderazgos de los partidos políticos que podrían ser un contrapeso, como el PRI o el PAN, siguen siendo controlados por el propio AMLO, como el caso de Alejandro Moreno, (“amlito”) líder nacional del PRI, que tiene pendiente una investigación por enriquecimiento ilícito durante su gestión como gobernador de Campeche.
A nivel de “tierra” AMLO cuenta con un ejército de promotores del voto -pagados por la Federación- que se encargarán de garantizar el voto a favor de Morena, de miles de mexicanos que son beneficiados por los programas sociales: pensiones de adultos mayores o becas de “jóvenes construyendo el futuro”, quienes se inclinarán por los candidatos de Morena en gubernaturas y diputaciones, por miedo a perder las dádivas que les otorga la mano presidencial.
En ese esfuerzo de control absoluto del poder, AMLO ha explorado todas las posibilidades y su actuación cínica, desparpajada, burlona y desafiante, indica que siente la seguridad de que el proceso electoral en puerta, representará su coronación como monarca absoluto. Sólo le hace falta demostrar que pese al rotundo fracaso de su gobierno en todos los ámbitos de la vida nacional, todavía cuenta con el respaldo popular.
López Obrador no se resiste a la cargada del pueblo. Quiere demostrar a propios y extraños que su liderazgo está más allá de sus resultados como presidente de la república. Según las encuestas, AMLO cuenta con una gran aprobación de su gestión. No han bastado sus rotundos fracasos en todos los órdenes, ni el caos que él mismo ha generado a raíz de la pandemia, para minar su capital político. Y es que López Obrador es un verdadero maestro de la manipulación y el engaño. Sabe que la inmensa mayoría de los mexicanos sufre y que este sufrimiento genera resentimiento, provocando que los ciudadanos no razonen el sentido de su voto. Eso fue lo que le permitió arrasar en las elecciones que lo llevaron al poder. No fue su proyecto, ni su carisma, ni su lucha, ni sus promesas. Fue el resentimiento social y el hartazgo, lo que detonó la irracional tendencia electoral hacia él y su partido.
El odio y el rechazo llevaron de la mano a los votantes a elegir a la más impresentable opción política. Fueron millones de mexicanos los que acudieron a las urnas para expresar su malestar hacia un gobierno corrupto e incompetente, como lo fue el gobierno de Peña Nieto. No importaba quien llegara, votar por lo más nefasto y caótico… fue una verdadera inmolación colectiva.
Esa condición sociopolítica la conoce bien López Obrador. Por eso es que desde su primer día de gobierno se ha dedicado a sembrar odio y resentimiento entre los mexicanos. Odio por lo establecido, por las instituciones y las leyes. Resentimiento hacia quienes han sido señalados como adversarios por la voluntad presidencial. Todos aquellos que han sido señalados como enemigos de la patria, conservadores, neoliberales, ricos, intelectuales, científicos, críticos, jueces, magistrados, etc. serán quemados en la hoguera de la ignominia oficial. La consigna es dividir.
Es el caos en el que sabe reinar López Obrador, quien se encuentra en el umbral de su obra maestra: lograr que en medio del caos, él sea visto como la única opción para salvar a la patria.
La apuesta es que AMLO y Morena arrasen en las próximas elecciones. Tienen todo para lograrlo. El caos domina en todo el país. El odio y el resentimiento corren por las venas de millones de mexicanos. Eso no les permitirá pensar con claridad y otra vez permeará la ignorancia, el valemadrismo y los impulsos autodestructivos a la hora de votar, como ya sucedió en la elección del 2018.
Habrá gobernadores que por miedo o complicidad, dejarán que ocurran todo tipo de marrullerías, atropellos y trampas para que ganen los candidatos de morena y sus aliados. De hecho, algunos ya operan para que ganen los candidatos de AMLO.
Tenía razón AMLO al decir que la pandemia le llegó “como anillo al dedo”, porque eso le permitió generar caos en todo y con ello el mejor ambiente para exacerbar odio y más resentimiento social: sus ingredientes favoritos. Sabe bien que una persona que odia o siente animadversión y rencor, no piensa con claridad, no reflexiona, ni razona y tiende a sentirse identificado con líderes manipuladores y mentirosos, a quienes considera lo suficientemente perversos y malignos, capaces de castigar y destruirlo todo, porque para ellos ya “nada vale la pena”, pues lo han perdido todo.
Es decir, quienes sufren pobreza, miseria, injusticia, miedo o desesperanza, prefieren a un líder desalmado y destructor, que termine de una buena vez con todo, que a alguien que les permita albergar esperanza, porque eso implicaría creer otra vez y volver a decepcionarse. Para ellos, es mejor que crezca el azote presidencial y que multiplique el sufrimiento para todos, que los haga infelices y los flagele con su prepotencia, soberbia y crueldad.
AMLO debe dormir tranquilo, no debe preocuparle que su ambición por el poder lo haya llevado a perder la noción de la realidad. Es de facto, un verdadero dios de la destrucción y el caos.
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