HOSPITAL INCURABLE / ADRIÁN LOBO

Atender las dolencias de las personas que se encuentran hospitalizadas implica no solo la administración de medicamentos y la realización de curaciones, la atención a la salud de ellos entraña también otras actividades, como por ejemplo, el aseo. 

Una necesidad vital que debe cubrirse es la alimentación. Los más pequeños entre los pequeños lo mejor que pueden recibir, sin lugar a dudas, es la lactancia materna. Es una maravilla cómo la composición de la leche materna es precisamente la que el neonato necesita, aún en el caso de un nacimiento prematuro y esta va variando en tanto que las necesidades del bebé también lo hacen conforme se desarrolla. 

Es natural entonces que no sólo se permita, sino que se aliente que las madres pasen a amamantar a sus hijos que se encuentran internados en el servicio de lactantes, incluso en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales (U.C.I.N.). Cada tantas horas las madres se forman en una fila y entran a los servicios mencionados para procurar a los pacientitos su alimento. Por desgracia, no es posible hacerlo en todos los casos y en tales situaciones es preciso echar mano de los sucedáneos. Para todo lo relacionado con el tema se cuenta con un banco de leche, al que se recurre cuando es necesario.

Para la atención de pacientes de más edad tenemos la cocina del hospital. Al frente de ella hay personal especializado en nutrición para asegurar la calidad de lo que ahí preparan y porque no todos los pacientes pueden comer lo mismo, ya que sus necesidades pueden ser muy distintas y los médicos les indican diferentes tipos de alimentación; algunos requieren una dieta hipocalórica, baja en sodio, dieta blanda o líquida, por ejemplo. 

No puedo asegurar que así sea y en realidad creo que es una leyenda urbana solamente, pero se supone que el personal de nutrición colabora estrechamente con un chef (aunque lo más probable es que no sea así) para la elaboración del menú diario, aunque por supuesto que este jefe de cocina no es quien directamente prepara toda la comida, hay personal que, entre otras actividades, se encarga de ello. 

Entre esas otras se encuentra el reparto de los alimentos que preparan a los diferentes servicios. Van por ahí empujando una especie de gueridon con todo lo necesario: charolas, tenedores y cucharas de plástico, vasos desechables, tortillas, pan, fruta, etc. y, según la hora del día, pueden llevar jarras de alguna infusión caliente, atole o agua fresca Muchas veces llevan ya separada la comida de algunos pacientes, precisamente de aquellos que tienen alguna dieta especial. 

Este personal de cocina lleva usualmente un listado donde se especifica lo que se tiene que servir a cada uno y a medida que recorren el piso tienen que ir verificando para asegurarse que cada quien reciba lo que se le ha indicado, que es lo que le recomienda el médico que lo atiende.

Ya sea por salud o economía, el té, el atole o agua fresca que le brindan a uno como paciente regularmente carecerán por completo de azúcar o quizá contengan tan poca que apenas es perceptible. Quiero pensar que se trata de una situación de doble ganancia: cuidan la salud y a la vez la economía de la institución. Así que supongo que está bien, aunque sea cuestión de tomarle el gusto, de acostumbrarse. Como sugerencia tengo una sola palabra: estevia. Algo bueno que puedo decir de la cocina y su personal es que son expertos en gelatina, siempre logran que tenga la consistencia perfecta y en cuanto al sabor le doy un ocho de diez puntos posibles. 

Probablemente pedir tortillas hechas a mano sería demasiado, además de resultar casi incosteable con seguridad. De modo que toca comer “de máquina” y no diré más al respecto.

Los guisados que suelen preparar no son para volverse loco, vamos, que no es un restaurante para gourmets como otros comedores institucionales, ¿no es verdad, Conacyt y Nafin? Aunque seguramente no faltará aquel o aquellos pacientes que pregunten si pueden repetir y no tanto porque se trate de grandes delicias como salmón chileno fresco (de 400 pesitos el kilo), ni de camarones (a unos $200.00 por kilo) ni tampoco de arrachera (más o menos al mismo precio), sino porque usualmente te sirven apenas lo justo. Lo que sí se agradece es que por lo menos llegue caliente. La verdad es que cuando uno está en franca recuperación siempre es reconfortante.

En ocasiones hay pacientes que no se encuentran en condiciones de sentarse a comer, sin embargo, sus necesidades de nutrición deben ser atendidas. ¿Y cómo se hace en estos casos? Pues existen básicamente dos opciones de lo que se llama “nutrición artificial”. Una de ellas es simplemente hacer llegar los nutrientes directamente al estómago, sin pasar por la boca. Obviamente no le van a pasar a uno un bistec o una tlayuda, se trata de una especie de licuado, un batido especial en cuya fórmula se incluye todo lo necesario. Yo no sé por qué o para qué se toman la molestia de ponerle color rosa, simulando un sabor fresa; amarillo, como si fuera sabor vainilla, o una coloración achocolatada, si este producto no está hecho para ser degustado y, como dije antes, ni siquiera pasará por la boca, en condiciones ideales. Pero puedo asegurar que sin importar el color que tenga tiene un gusto amargo y muy desagradable, me atrevo a decir que casi revulsivo y por favor no me pidan que explique cómo es que lo sé, sólo créanme, por favor.

Esto se llama nutrición enteral. La comida o la mezcla nutritiva que se provee se hace llegar hasta donde se necesita, ya sea al estómago o al intestino, por medio de una sonda que, en el “mejor” de los casos, será una nasogástrica y sí, es exactamente eso, un tubo que se introduce por la nariz y que llega al estómago. Cuando este no se encuentra en condiciones de recibir el alimento se hace necesario llegar al infinito y más allá, en realidad solo pasando el estómago hasta el intestino, específicamente la porción llamada yeyuno o la llamada duodeno.

Si ocurre que es necesario colocarle una sonda nasogástrica, es mejor que esté uno inconsciente, ya que es por demás desagradable (en realidad estoy exagerando un poco) pasar por esa experiencia. De nuevo, pueden creerme. Una vez colocada ya solo es la sensación de incomodidad por la situación extraña, pero al colocarla sí que puede doler un poco, a veces se puede escuchar como un pequeño tronido cuando pasa por la nariz, “pero no se preocupe, que no se ha roto nada, esta cosa es de plástico, qué puede romperse con eso”. Otra opción es la realización de una gastrostomía o yeyunostomía, donde el tubo se introduce a través de la piel hasta el estómago o el intestino. Elegir una u otra forma de hacerlo depende de las condiciones del paciente y sus necesidades. 

Por algo que me gusta considerar un error de diseño, colocar una sonda para nutrición nasoenteral tiene sus complicaciones, ya que el camino resulta ser un lío. Es un acceso en parte compartido por el aire y los alimentos al dirigirse a donde se les requiere. Claro que hay un truco para que en condiciones normales se eviten los conflictos, se trata de una válvula que al abrirse o cerrarse permite o impide el paso de aire o alimentos a la tráquea y de ahí a los pulmones. El problema es que en una persona que no se encuentre en condiciones normales, como por ejemplo en estado de embriaguez o pacientes que sufren de reflujo gastro-esofágico, el mecanismo puede fallar dando como resultado que sustancias provenientes de la boca, nariz, estómago o esófago sean aspiradas, esto es que pasen por y hacia donde no deben pasar, lo que se conoce como bronco-aspiración, que es potencialmente mortal. Lo mismo puede ocurrir al introducir un tubo como la sonda nasogástrica, ya que podría ir a dar a un pulmón o al estómago y, si el médico no se asegura al 100% que ha llegado a donde se desea, puede haber grandes dificultades. Por suerte ellos tienen un par de trucos para verificar que la maniobra ha tenido éxito. Suelen bombear un poco de aire mientras escuchan atentamente con el estetoscopio esperando encontrar algunos ruidos como gorgoteos que confirmen su colocación exitosa.

Pero puede haber casos más complicados, pacientes cuyo estómago o intestino no esté funcionando adecuadamente, de modo que la nutrición enteral no es viable. La forma de resolver el problema es proporcionando directamente en la sangre un líquido que contenga lo necesario para el organismo por medio de un catéter, para esto se prefiere utilizar una vena grande en el tórax o en un brazo. Es lo que se llama nutrición parenteral.

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