
DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro
Twitter: @miguelisidro
La pobreza y la marginalidad son fenómenos tan antiguos como nuestra civilización. Desde los albores de la Historia existen grupos que por circunstancias diversas han tenido que subsistir en las condiciones más adversas.
Denunciar, retratar o simplemente describir la pobreza es un reto complicado desde cualquier frente.
Para los políticos, la pobreza es un argumento recurrente de campaña, un demonio al que juran siempre que van a erradicar hasta que les llega la cruda realidad de ser gobierno.
Para los científicos, la pobreza se traduce en una maraña de cifras y estadísticas que sólo contribuyen a engrosar el discurso demagógico del régimen en turno. Historiadores y sociólogos han intentado explicar las circunstancias que originan y mantienen la marginalidad, sólo para darnos cuenta de que su presencia es tan ancestral como imbatible.
En el terreno de las artes, existen también distintas ópticas acerca del fenómeno. Hay quienes romantizan con la pobreza, señalando que la precariedad no es obstáculo para que afloren los sentimientos más puros y sublimes, como el amor o la fraternidad. Hay quienes ven en la pobreza la oportunidad de la denuncia, y asumen dicha condición como parte de una reivindicación social.
Y precisamente en este último terreno, el de las artes, fue que hace setenta años una magistral obra cinematográfica ganó una dura batalla contra las “buenas conciencias”, al retratar de manera cruda y brutal la realidad de los barrios marginados de la Ciudad de México.
En 1952, Los Olvidados, película dirigida por Luis Buñuel, fue reestrenada en salas cinematográficas de Europa y América Latina, después de haber sido galardonada en el Festival de Cannes de 1951 en la categoría de mejor dirección.
La obra había sido oficialmente lanzada un año antes, pero fue motivo de una tremenda controversia por su contenido, situación que la llevó a ser retirada de las salas en su país de origen, México, en el que voces críticas incluso reclamaron la expulsión del cineasta Luis Buñuel por haber “traicionado” la hospitalidad de la nación que le dio hogar en calidad de refugiado de la Guerra Civil Española.
¿Por qué tanto escándalo por una película de barrio, en una época en la que “peladitos”, borrachos, lisiados, “mujeres de la vida galante”, policías de barrio y demás personajes formaban parte del imaginario de todo un subgénero de la Época de Oro del cine mexicano?
Pues porque precisamente la pieza despoja al entorno urbano de la capital azteca del romanticismo y la cursilería que le imprimieron otros directores de la época, como Ismael Rodríguez, Miguel M. Delgado o Gilberto Martínez Solares, recreadores de figuras icónicas como “Pepe El Toro”, “Cantinflas” y “El Pachuco Tin Tan”.
Los Olvidados se basa en un guion elaborado conjuntamente por Luis Buñuel, Luis Alcoriza, Max Aub, Juan Larrea y Pedro de Urdimalas. Narra las desventuras de un grupo de niños y adolescentes en un barrio marginal de la Ciudad de México, donde circunstancias diversas les llevan a enfrentarse a la pobreza, las injusticias, la violencia, los abusos y la muerte. Sus críticos la consideran como una obra fundacional de lo que algunos llaman “El cine de crueldad”.

En 2007, la académica Carmen Peña Ardid, en colaboración con el artista gráfico Víctor Manuel Lahuerta publicaron un libro titulado Buñuel 1950, Los Olvidados: Guión y Documentos, que reseña con gran detalle las múltiples resistencias que enfrentó la película desde su realización, exhibición y la controversia en la que se vio envuelta al momento de su estreno.
De acuerdo con ésta relatoría, para lograr imprimir un mayor realismo a su película, Buñuel realizó prolongados recorridos a pie por barrios de la periferia de la hoy CDMX, ataviado con ropas austeras para evitar llamar la atención y tomando discretamente fotografías del entorno y los habitantes con una pequeña cámara Leika de bolsillo, una de las favoritas de los turistas europeos de la época. El material gráfico sirvió de soporte para el trabajo de ambientación, escenografía, vestuario, maquillaje, y por supuesto para orientar el trabajo de fotografía a cargo de otra leyenda, el mexicano Gabriel Figueroa.
Existe un detalle que no podemos pasar por alto. La película fue producida y estrenada en los albores de la Guerra Fría, bajo un ambiente social y político de alta polarización entre los modelos capitalista y comunista. Y algo curioso: de acuerdo con el trabajo de Carmen Peña, la obra de Buñuel enfrentó críticas en ambos sectores.
Una de las figuras que más fuertemente atacó al filme fue el entonces secretario general de la UNESCO y ex secretario de Educación Jaime Torres Bodet; una de las figuras más sacralizadas del periodo postrevolucionario por su labor en la cultura, la administración pública y la política internacional. Para el poderoso ministro era inaceptable la forma en que la historia de esos jóvenes marginales cuestionaba el legado y los valores de la clase trabajadora mexicana; y su cuestionamiento a la eficacia de las instituciones para combatir la desigualdad. A través de círculos de intelectuales y periodistas simpatizantes del regimen emprendió una fuerte campaña en contra de “Los Olvidados” que la llevó a ser retirada de la cartelera.
Sin embargo, en los sectores “de izquierda” también hubo motivos de censura hacia la pieza fílmica. En un principio, uno de los más prestigiados críticos e historiadores de cine, el francés George Sadoul, de reconocida ideología marxista criticó el tono pesimista de la obra; sobre todo porque en los momentos críticos, los actos más violentos de sus personajes no provienen de la clase opresora, sino de sus iguales, echando por tierra la proclamada idea de la identidad y conciencia de clase. Incluso cuestionó que se pusiera en evidencia la ineficacia del sistema educativo y de “reinserción social”, en relación a una secuencia de la trama donde uno de los protagonistas parece alcanzar la redención después de ser remitido a un reformatorio-granja-escuela, del cual finalmente se evade para retornar a las calles, despreciando la oportunidad de ser una persona “de bien”. Total oposición a la dialéctica del “buen salvaje”, proclamada por los hegelianos de izquierda.
Si bien años más tarde el propio Sadoul rectificaría de manera importante sus impresiones sobre la obra —con una importante consecuencia que comentaremos al final de ésta reflexión— , la controversia estaba planteada, con posiciones encontradas sobre cómo debería relatarse la pobreza y sus múltiples dramas.
Tanto el trabajo de Carmen Peña como algunas crónicas periodistas de aquellos años refieren la labor de otro personaje clave para “rescatar” la película de Buñuel de las garras de la censura y difundirla en círculos intelectuales y cinematográficos fuera de México: la del entonces tercer secretario de la Embajada de México en Francia, el poeta y escritor Octavio Paz.
Paz concebía en Los Olvidados no sólo una obra de profunda y necesaria crítica social, sino también una representación de alto valor estético. Por ello, y por su amistad personal con Buñuel, emprendió una campaña directa de promoción de la película, atrayendo la simpatía y apoyo de distinguidas personalidades intelectuales de la época, como Jean Cocteau, Marc Chagall o Akira Kydou, e incidió de manera importante para que el propio George Sadoul reconsiderara su postura original y con ello, Buñuel obtuviera la nominación y posterior premio como Mejor Director en la edición 1951 del Festival de Cannes.
Los múltiples galardones obtenidos por Los Olvidados permitió su exhibición en Europa y su posterior reestreno en México, ya con una mayor tolerancia de la intelectualidad nacional, recelosa de quedarse al margen de la crítica europea, que para entonces ya elogiaba la visión “poética” de Buñuel.
Los Olvidados tuvo que esperar hasta 1965 para ser exhibida sin cortes en España. Y por su relevancia discursiva y estética, fue distinguida por la UNESCO en 2003 dentro de la iniciativa “Memoria del Mundo”. Sí, paradójicamente fue reconocida más de medio siglo después por la institución cuyo principal representante emprendió una campaña de censura en su contra, ahora considerando el filme como parte del acervo cultural mundial digno de ser preservado para entender la diversidad del género humano.
A 70 años de distancia, en México volvemos a vivir un entorno político y social polarizado, en el que la pobreza, sus orígenes, circunstancias y perspectivas de solución siguen generando más discusiones que perspectivas de avance.
Y en pleno año electoral, veremos una vez más a los mismos de siempre utilizar a la pobreza y a la presunta defensa de los desposeídos como moneda de cambio negociable a través del voto ciudadano en las urnas.
¿Habremos aprendido algo después de tantas dolorosas lecciones como las que da la miseria?
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