Svetlana Alexiévich

Cada generación, no importa cual sea, piensa que la que es más joven que la suya, va a traer el fin de los tiempos. Mis padres, por ejemplo, creen que la mía se identifica porque no nos esforzamos lo suficiente para ser nuestros propios jefes. Es evidente para ellos que sólo queriendo, se logran grandes cosas, no hay que tomar en cuenta el contexto en el que vivimos. Mi generación cree que los que vienen detrás, los que ahora están en secundaria-preparatoria, son ilusos y no saben qué pedo con la vida real. Es evidente para nosotros que es normal nacer con todos los conocimientos necesarios, no hay que tomar en cuenta el contexto en el que vivimos. Y así será con esa siguiente generación, dirá que la que sigue carece de algo que ellos, sin lugar a duda, tienen en abundancia.

Todo esto es un error humano, y es propio de nosotros, los seres “racionales” que vivimos en el planeta Tierra, equivocarnos. Nos equivocamos pero no queremos aceptarlo porque estamos acostumbrados a que eso es malo, es propio de mentecatos. Claro que hay errores que a uno le pueden costar una respuesta mal en el examen, que nuestro celular se rompa… nos cuesta pagar un precio personal. ¿Qué haríamos si nuestro error afectara la vida de los demás? Incluso peor: ¿Qué haríamos si nuestro error acabara sistemáticamente con la vida de los demás?

“El fin del homo sovieticus” de la galardonada con el Nobel de literatura, Svetlana Alexiévich, recopila en sus testimonios estas dos vertientes: el errar y la diferencia generacional. Expone con la voz suya particular, que a su vez son miles, aquellas vivencias de la gente de la vida real en torno a la caída de la Unión Soviética. Y es de la gente de la vida real porque ninguna es una leyenda de la historia. Ninguna de estas personas ha sido inmortalizada a pesar de que abundan las razones para hacerlo. Las perspectivas abundan: están los que creían en el socialismo, los que creían en algo más, historias de odio, de amor, de justificación, de víctimas y victimarios.

Al igual que sus otros libros, este hay que leerse poco a poco, además de ser bastante extenso; uno no puede quedar indiferente. Tal vez esa es una de las características más particulares de ella, que nadie puede quedar indiferente ante lo que cuentan sus mil voces. Tenemos en el imaginario colectivo que Legión es un monstruo de mil voces malditas; Svetlana es la Legión de los que no tenemos voz.

Algo muy particular de este libro, es que remarca esta enorme diferencia generacional. Están lo que vivieron el socialismo y lo querían mantener vivo, están los que no tienen idea de qué es eso y hasta idolatran figuras como las de Stalin. Algo que pasa en torno a Vladimir Putin, por ejemplo: los insensatos lo consideran un gran presidente sólo porque ataca los derechos humanos. Vaya genio, como si todos los políticos no se especializaran profesionalmente en hacer eso.

Entre las mismas generaciones, hay conflictos. Están aquellos que vivieron el socialismo y que eran pobres pero felices, pero también los que se vieron privados de su libertad o seres queridos gracias al mismo socialismo. Este es un cúmulo de testimonios que te lleva en una interminable afluencia de emociones que es como una montaña rusa. Sin embargo, algo es  constante: la añoranza de un mundo mejor. Esta añoranza no es por el pasado, no es por una vida que haya existido en sí. Muchas veces parece que la vida maravillosa que vivían era, en sí, una ilusión, y hasta que no se acabó, no se dieron cuenta de que era eso: un regalo. La añoranza de todos es la de tener una mejor vida, la de vivir en paz.

Luego de leer a Alexiévich, hablando particularmente del título de este superfluo artículo de opinión, uno se queda con algo en mente: no hay hombre pensante como tal. Hablando de hombre como raza humana. Es imposible siquiera imaginarse cómo alguien pueda ser capaz de acabar con una vida humana. Es imposible pensar que haya alguien que viva luego de la muerte de sus seres amados. Es justamente en esa imaginación y ese pensamiento donde uno sabe por qué hay tanto pesimismo, al menos en su generación. Es más: uno se llega a decir “¿Para qué leo este tipo de cosas si sólo me hacen sufrir?” Yo lloré, al menos, tres veces. Pero incluso justificarse en “Es que sufro mucho, me preocupo, por eso no leo ese tipo de cosas”, es enteramente irresponsable.

El desconocer las leyes, no nos exime de las mismas. El problema de esto es que, al ignorar, nos creemos lo suficientemente inteligentes y críticos. Por desgracia, el que menos sabe, es el que más abre la boca, mientras que la persona que sí sabe, es censurada. Justo como los testimonios de este libro, que abundan los que dijeron “Pero si quiere que me calle, dígame, sólo tiene que pedirlo”. Como si lo que tuviera que decir una persona, la que sea, habiendo vivido cualquier cosa, agradable o traumática, no fuera importante.

Uno se llega a preguntar cuándo será el fin del hombre, porque de lo que no podemos dudar es que sea a partir del mismo ser humano. “El fin del homo sovieticus” trata justamente del fin de una generación y el inicio de otra muy distinta. Tanto la historia como el imaginario colectivo sólo tienen en común el fin del ser humano como tal. No nos enseñan las Historias, sino sólo el cúmulo de conocimiento generalmente aceptado, y quizá por eso a algunos no les importa la materia. Mientras que los que estamos a gusto discutiremos si es mejor el capitalismo el socialismo, los que los sufren se ven deshumanizados irremediablemente. Ambos parecieran volvernos a todos, al ciudadano de a pie, nuestros propios enemigos.

Los unos a los otros, somos el fin del homo sapiens que está a nuestro lado, justamente porque carecemos de esa parte “sabia” y ni siquiera lo sabemos.

Todos los detalles, desde los más horrendos a los honorables y los de memoria, nos remarcan el poder del pasado, sobre cómo una muy delgada línea separa la experiencia de la enajenación, la evolución personal del trauma, lo justificable de lo monstruoso. Al final, una muy fuerte sensación queda en el lector de que nosotros, todos, somos muchas cosas, excepto humanos.

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