
La vieja savia recorre las venas y purga a la muerte de sí misma. Vieja. Planta. Hembra. La vieja sabia, mujer de barro, la que es ella misma, es la muerte, es la que abandona, es la indómita vieja Lilith. El fuego, el viento, la oscuridad de la noche, el miedo que araña la espalda, el horror antiguo y primigenio.
Saber ver, descorrer el velo, despertar como el Buda al pie de la higuera y hablar o decir, que son los verbos de sí, en los gerundios de tu mirada: hablar/hablando, decir/diciendo. En la mirada se revela el horror; mirando se rebela y se remueve luz. Revelación y rebeldía. La exposición del mundo ante los ojos y de pronto es ella quien lo mira todo, lo ilumina todo y lo sabe todo. Al horror antiguo, vibrante y salvaje, el terror moderno, iluminado y violento.
“Yo te digo, yo te nombro, yo te hablo”, escucho en tu mirada, y de inmediato existo. ¿Qué es existir? Apearse en el mundo a través del espejo humeante de tus ojos. Me dicen tus ojos, quiero decir, me nombran.
Suena el atardecer y en él se atisba una canción que embriaga; un sol dulcísimo en la madera que es la carne de tu cuerpo. No de nuestro cuerpo. No de nuestra carne.
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