Foto Robert Bye en Unsplash

LA MILLENIAL DEL ÁTICO / POR: EDNA MONTES

— Pobre, Campanita, eres huerfanita y nadie te quiere…

Soy adoptada. Cuando era niña, mis padres adoptivos y yo tratábamos esa información como Top Secret; hasta que dejó de serlo. Una de las orientadoras de la secundaria, con las mejores intenciones del mundo, trató de persuadir a la niña que me hacía bullying para que dejara de acosarme porque «ya era bastante difícil ser adoptada». Como era de esperarse, la charla tuvo el efecto contrario: le dio por decirme frases como la que abre esta columna. La referencia a Peter Pan es curiosa, pero que una niña de 11 años con depresión y ansiedad diagnosticadas deba escuchar repetidamente que «nadie la quiere» es suficiente para abrirla en canal.

Siempre fui la victima perfecta del acoso escolar: delgada, debilucha, ñoña e introvertida. Por lo general, se me podía localizar en una esquina del patio escolar: leyendo un libro o comiéndome mi lunch junto con algún compañero o compañera de buen corazón que me había adoptado como amiga. El acoso escolar no empezó en la secundaria, cuando se destapó mi adopción, sólo se intensificó. Recordar mis años de educación básica es una mezcla agridulce entre los pocos buenos amigos que hice y el acoso escolar.

En 2019, un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) colocó a México en el primer lugar en casos de violencia. Según las cifras, siete de cada 10 estudiantes de primaria y secundaria sufrían algún tipo de bullying. Por otro lado, la Comisión de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia del Senado mexicano señaló en el foro «Salud Mental: Prevención del Suicidio en Niñas, Niños y Adolescentes» (del 11 de marzo de 2020) que, en 2017, el 60% de los suicidios de estudiantes en la educación básica eran consecuencia del bullying. A esto hay que sumarle el acoso virtual, al menos 44.7% de los estudiantes han experimentado cyberbullying, según documenta la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).

Hace unas semanas, vi que un fotógrafo comentaba en Twitter que una de sus bullies de la prepa lo contactó de repente para sacar las fotos de su boda. Él se negó, le recordó las cosas horrendas y homofóbicas que ella le dijo en ese entonces y marcó límites claros. Dicho sea de paso, fue muy respetuoso en el inter (mucho más de lo que merece cualquier acosador escolar). Me sentí bien al leerlo, me alegró. Ojalá haya muchos más momentos de justicia poética en el mundo. Muchas personas lo atacaron o defendieron a la bully, le dijeron al chico que «ya lo superara», «la perdonara» o «era un resentido». Otro grupito comentaba que pudo «destruirle la boda» como si abonar a la violencia y hacer daño intencional remediara algo.

Sucede que las víctimas de violencia escolar no estamos «aferradas» a lo que nos ocurrió hace tantos años. No es inmaduro de nuestra parte no perdonar a nuestros abusadores o confrontarlos cuando tenemos la oportunidad de hacerlo. Aún así, pedirles a las víctimas de violencia que actúen como si no hubiera pasado es algo recurrente en una sociedad que condona la violencia. Que, de hecho, la normaliza cuando se ejerce contra los grupos más vulnerables: mujeres, niños, personas LGTB+, neurodivergentes, ancianos, etc. Quieren que apechuguemos o seamos complacientes a pesar de las secuelas que, en muchos casos, nos acompañan por el resto de nuestra vida. Otras personas creen fervientemente en la quimera de una venganza terrible, como si el único camino hacia la reparación o el respeto que un abusado puede tomar fuese cruzar la línea para volverse victimario. Normalizar la violencia también nos empuja a esa disposición inmediata (y muy equivocada) de que lo natural es perpetuar el ciclo.

Ignoro si mis bullies de la escuela tienen vidas mejores o peores que yo. Sólo una me contactó alguna vez para pedirme perdón, decirme que lo había pasado muy mal esos años y que ahora al fin estaba en paz con ella misma: salió del clóset y vive cerca de la playa con su esposa. En un inesperado giro de trama, me alegré por ella. Aunque la TV nos pinte un discurso donde los bullies son los villanos, todos somos, en cierto grado, víctimas de muchas violencias que nos atraviesan. Acá entre nos, creo que mi perdón era irrelevante, que lo importante para ella era perdonarse y seguir con su vida. Una mucho mejor que aquella de nuestros lejanos 12 años: yo maltratada y ella enclosetada. Dar un paso atrás y negarse a seguir replicando el ciclo. 

Los medios nos han enseñado este discurso de venganza en el que el ñoño sufrido se vuelve más productivo, famoso, rico o fuerte que su bully, como una especie de venganza poética. Eso no tiene el más mínimo sentido ¿tu dolor solo es válido si te vuelves un hit? ¿el éxito hará desparecer las cicatrices del maltrato? Además de todo la que la violencia nos arrebata, se exige a las víctimas demostrar que «lo superaron» atribuyendo sus logros a la violencia sufrida, en vez de entender que fueron A PESAR de ella. Lo que sea que he logrado lo hice por mí, no gracias a ninguna de las violencias ejercidas en mi contra. 

Me gustaría que la sociedad comprenda lo tonto de la idea de que «todo ocurre por una razón». Ni el dolor ni la violencia enseñan, mejoran o fortalecen a nadie. Estoy bastante segura de que la única diferencia estriba en el daño, el trauma y todo el esfuerzo que me ha costado superarlo. Sería igual de asertiva, creativa o empática (o lo que sea que la gente ama atribuir a la violencia), si lo hubiera desarrollado de forma amorosa en un ambiente seguro. No le debo nada a mis abusadores, ni mis mejores cualidades ni mis elecciones de vida, ni mis intentos fructíferos o fallidos de éxito. Lo habría logrado de todas formas y en mejores condiciones si no hubiera tenido que dedicar una buena parte de mis recursos a sanar.

A un año de que la pandemia causara la suspensión de clases, Campeche inició el programa piloto de regreso a clases. Un total de 136 escuelas de ocho municipios del estado recibieron a los alumnos con sana distancia y cubrebocas obligatorio. La vacunación se ha convertido en una luz al final del túnel que promete el regreso a la vida que conocíamos antes del Covid-19. No obstante, cabe preguntarse si esta pausa sirvió de algo o los niños sólo volverán a los viejos ambientes de abuso. El acoso escolar tiene consecuencias claras y ni la sociedad ni las autoridades terminan de tomarlo en serio.

Por Edna Montes

Escritora, periodista, podcaster, friki irredenta, adorkable y somm con la pluma tan filosa como la espada. Bruja. Practical Occultist & Professional Descendant

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