
El pasado domingo 25 de abril, la Academia entregó el Oscar, en la nominación a mejor película del año a Nomadland, una cinta que cuenta la historia de una mujer que, tras perder todo, decide mudarse a su furgoneta y comenzar a viajar, consolidando así, una nueva forma de vivir y de existir.
Para poner, con toda claridad, las ideas sobre la mesa, comencemos respondiendo ¿qué es un nómada? La Real Academia Española, lo define como una persona o un grupo de personas que CARECEN de un lugar estable para vivir y que se dedican, especialmente a la caza y el pastoreo. ¡Vaya con la RAE! Parece que olvida que los conceptos son campos de batalla en las construcciones sociales. Quizás olvidamos que todo cambia, todo deviene, todo se transforma, nos guste o no. Tal vez los nuevos nómadas no CARECEN de un lugar estable, simplemente no lo quieren.
Con el descubrimiento de la agricultura, la civilización marca su cauce. El ser humano abandona la vida errante para consolidarse en sociedades establecidas. Desde entonces, la estabilidad es lo que buscamos en una vida adulta; estabilidad económica, emocional, laboral… Entendamos por ESTABLE aquello que no corre PELIGRO de cambiar, caer o desaparecer. Bajo esta noción, lo estable se configura como lo inmutable, lo imposible; todo cambia, siempre y el peligro es parte de la esencia del cambio. Para los grupos nómadas, el cambio implicaba moverse de lugar y circunstancias, posiblemente enfrentarse a riesgos como la inclemencia del tiempo, animales salvajes e incluso, otros grupos que pudieran presentarse hostiles.
Hoy, las sociedades sedentarias y “estables”, irónicamente, se enfrentan a un nuevo peligro: el apego.
En tanto que, los grupos nómadas, estaban acostumbrados a que nada y nadie les pertenecía, las civilizaciones han desarrollado intensos (y en ocasiones enfermizos) vínculos afectivos y emocionales hacia personas, lugares y cosas. Estos lazos impiden a las personas aceptar los cambios normales, naturales de toda vida, de toda existencia y, claro, de toda sociedad.
Nomadland, más allá de mostrarnos la forma de vida de las personas que abandonan las estructuras cerradas y convencionales de las sociedades, evidencia una nueva forma de desapego y, me atrevería a afirmar, nuevas formas de amar; amar sin necesitar, amar sin poseer y, sobre todo, amar sin dejar huella, sin marcar lo que se ama.
En la estructura cerrada de las sociedades actuales, una idea que se ha fijado en la mentalidad de los ciudadanos es la de dejar huella en el mundo, cambiarlo. No es que esté mal cambiar este mundo aunque, en primera instancia, esta idea fue la que nos llevó a malograr un planeta que ya era perfecto y equilibrado. Me imagino a Ford pensando: voy a cambiar este mundo, voy a mejorarlo, voy a dejar mi huella. Bajo este esquema de pensamiento, lo que hacemos hoy, no es “cambiar nuestro mundo” es resarcir el daño de quienes se han afanado en dejar huella. ¿Qué tan imposible es para el ego humano pasar por este mundo sin impregnar esta esencia malvada de querer controlarlo y poseerlo todo?
En Nomadland, las personas abandonan todo, excepto sus experiencias y viven cazando empleos, oportunidades y, si es posible, amistades; pero su concepto de amistad y compañerismo no es el mismo que el de nosotros y nosotras. Son viajeros y viajeras que se encuentran en el camino, se aman y se acompañan. Disfrutan y aprovechan sus instantes juntos, son felices y cuando llega la hora de separarse, se abrazan, se desean buen camino, dan la media vuelta y se van sin despedidas dolorosas, sin el miedo de no volver a verse, sin llanto ni drama. No buscan tener un impacto positivo o negativo en la vida del Otro, son capaces de regocijarse en la belleza del ser con quien coinciden, de los espacios y lugares donde yacen y continuar su transitar por la vida.
Estos nuevos nómadas me hacen pensar en aquellas personas que, prejuiciosamente, son señaladas como promiscuas, tal vez, están instituyendo una nueva forma de ser nómadas. Quizá ya no buscan lo estable, lo estructurado, lo cerrado, simplemente buscan disfrutar de la otra persona, maravillarse en su singularidad sin tratar de cambiarla: “mejorarla” o “empeorarla”. Simplemente disfrutar del esplendor de un ser humano para que, cuando llegue el momento y podemos estar seguras y seguros de que llegará, desear un buen viaje, subir a nuestra furgoneta y continuar el camino.
Bajo este escenario, NÓMADAS sería un increíble sinónimo de DESAPEGADOS.
Ojalá todos fuéramos nómadas. Ojalá todos pudiéramos entrar a ese cuarto de nuestros apegos (parejas ideales, empleos soñados, amores imposibles, relaciones familiares fallidas, fracasos y éxitos también), para contemplarlos por última vez y después decirle adiós para siempre; que detrás de nuestra furgoneta no haya más que una puerta cerrada que no invite al retorno, una que podamos ver alejarse de nosotros a través del espejo retrovisor, una que deje de atar nuestro presente y determinar nuestro futuro, una que no nos deje más opción que ser desapegados, porque como el filme lo expone: cuando se es nómada, una de las primeras lecciones que aprendemos es a hacernos cargo de nuestra propia mierda.
Nomadland, una película que te hace reflexionar sobre tus propios apegos, la forma en la que amas, tu forma de vivir y existir tiene bien merecido el premio a mejor película del año.
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