Mathew MacQuarrie vis Unsplash

No tengo un doctorado o título con el que pudiese echar mano para dar un diagnóstico a nadie en absoluto… y si aún así lo tuviese sería una manera muy violenta de desvalorizar o incluso patologizar a un individuo cuya historia completa no conozco. No obstante, en esa caverna que es mi cabeza, se escuchan los ecos de aquella información que llega a través de mis sentidos, y que termina por inevitablemente conducirme a una explicación. Me dispongo a hacer una autopsia a mis recuerdos de una psique, no obstante este ejercicio puede llevarme a conclusiones inciertas y caducas. Por más que quisiera poder llegar a una conclusión que resolviese todo el asunto que estoy a punto de rumiar, me dispongo a poner las reglas de esto.

La autopsia de una idea aunque es evidentemente una actividad abstracta, es la disección a una serie de pensamientos que supone tiene una fecha de expiración. Se realiza en aquellas ideas a las cuales se pretende intentar ya no rumiar, dando por hecho que al despedirla mediante este texto que funge como su funeral, una posterior exhumación probablemente no arroje nada, o pueda resultar en un ejercicio violento y deshumanizante. Como sabrá el lector por todo este contexto, abordaré la situación de una persona a la que no nombraré, y con la que me ha tocado convivir un tanto.


No recuerdo cuántas veces lo he comentado a otros, no obstante a mi terapeuta se lo hube expresado varias veces. Sentía repudio y terror cuando una persona que consideraba mi homólogo se comportara con tan poca empatía. Que encontrara un pasatiempo en el sabotaje a otros, y que estorbara a propósito para evitar que otros le opacasen. Dicho esto, mi terapeuta me dijo que mis motivaciones y las de él eran tan distintas que no podíamos ser iguales. Viendo en retrospectiva, me gusta imaginar que tal vez  la persona en cuestión carece de empatía por designio genético, como si fuesen la carencia de las muelas del juicio. Me consuela pensar que él es de esos casos donde la evolución le ha jugado chueco. Y si me siguen “el trip”, sabrán qué tipo de persona estoy describiendo.

Entre las voces que murmuran, y aquellas que visitan mis inflamados y vertiginosos oídos, he escuchado del discurso de esta persona ha mutado para idolatrar a alguien que es su superior en una organización. Que pareciera una infatuación tal que raya en una dinámica de poder que evidentemente ha diluido los límites de lo personal y lo profesional. Había leído acerca de aquellas personas que tienen pensamiento mágico y polarizante. No obstante, también pudiera ser un auténtico enamoramiento. Como la persona ´queer´ que soy, el amor entre dos varones no me es algo extraño. No obstante, en ese ambiente tan heteronormado que es en el que estoy, y conociendo al individuo en cuestión, podría pensar que esos afectos que se escapan de la psique por medio de la verborrea, terminarán poniéndole en jaque socialmente si no está dispuesto a aceptar ese aspecto de él.

A todo esto, más que compadecerme de él (que también sería una violencia), lo único que puedo hacer es poner límites y esperar que en algún momento se dé cuenta de lo que le rodea, del daño que hace, y de aquello que se niega a aceptar de sí mismo…. pero vamos, esta sólo es una teoría. He cerrado el archivo.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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