
Las reglas se hicieron para romperse, o al menos eso dicen. Es extraño que tengamos una inclinación casi natural a romper las normatividades. Resultan más que obvias las razones convenientes para tener reglas, pero su rompimiento no tiene por qué ser negativo. Lo incómodo tampoco es sinónimo de desventaja. Hay que ser muy precavidos al establecer que el rompimiento de algo establecido por lo conveniente que resulta, es malo. Las contradicciones pueden hacernos evolucionar en algo mejor de lo que éramos antes, así como nos ayudan a ver las áreas de oportunidad.
Hay una trilogía de ciencia ficción que trata un poco al respecto. Quién diría que este género literario podría servir más que para solamente hablar de robots, ¿verdad? Tal como Úrsula K. Leguin dijo alguna vez: Los escritores no son profetas, no adivinan el futuro. Y en efecto, no lo hacen, al menos los relacionados a la ciencia ficción. Como los robots y el futuro es la base de sus temas, uno diría “Ah, simón, en el futuro va a pasar esto que dice este autor”. Y, bueno, obviamente no es así: es ficción (véase el nombre del género). Sin embargo, sí pueden plantear temáticas muy convenientes y contradictorias.
La trilogía que se trata a continuación es la de Isaac Asimov, cuyos títulos, en orden, son:
- Bóvedas de acero
- El sol desnudo
- Los robots del amanecer
En las novelas, Elijah Baley, un detective del planeta Tierra, investiga 3 asesinatos. En esta realidad, los habitantes terrestres son víctima de burling, ya sabe usted: los nativos de otros países se burlan de los terrícolas. Lo que sucede es que viven hacinados bajo tierra, son miles de millones, pululan como hormigas, su esperanza de vida es corta, son agorafóbicos y, bueno, dan penita. Los nativos de otros países son altos, esbeltos, bonitos, viven retehartos años y tienen tecnologías increíbles.
Las diferencias son que: los nativos de otros países le temen a las enfermedades de los terrícolas, cuyo sistema inmune es mejor. Los de la Tierra temen a los robots, les tienen animadversión, cosa que a los de otros planetas contestan diciendo, Wey, ¿qué pedo? En la expansión del espacio hecha por el mortal, se ha rebajado al habitante terrestre porque son, simple y sencillamente inferiores. La contradicción primera es que son los únicos que pueden continuar con la evolución de la raza.
Hay un doctor de otro planeta del espacio, Han Fastolfe, quien tiene una teoría. Los habitantes de otros mundos como Solaria (en la que los espaciales, cada uno, tienen a su disposición miles de robots y prácticamente no tienen contacto con otros humanos) o Aurora (donde tienen muchos robots pero no tantos, pero que son racistas con los terrícolas porque están sucios y son tontitos, a diferencia de los aurorianos, que son chidos y mejores), no son los ideales para colonizar otros mundos. A pesar de ser los espaciales, más avanzados e inteligentes, lo que harían es mandar robots para aclimatar los planetas para luego ellos llegar cómodamente. Fastolfe sostiene que esto los llevaría al fin de la raza, pues sólo a través de retos uno puede fortalecerse. El hecho de cambiar planetas para ellos llegar ahí con todo dado como en bandeja de plata, conduciría al declive.
Resulta que los terrícolas, los agorafóbicos-sucios-que-viven-bajo-tierra-en-madrigeras, son los que pueden evitar el fin de la raza humana sólo por ser más entrones.
Otra de las contradicciones en las que la ciencia ficción de Asimov se desarrolla en esta trilogía, radica en la naturaleza de los robots. Hay que dejar de lado el imaginario colectivo de que la tecnología nos va a venir a matar como en Terminator. Ese es el problema de antropomorfizar todo lo que vemos, le damos propiedades humanas a todo lo desconocido, y como nosotros destruimos todo lo que tocamos, creemos que lo demás también lo hará igual. Los robots están a disposición del hombre gracias a esas tres leyes tan populares de este escritor. Resulta que para lograr su cometido, el de proteger y ayudar al humano, el robot sí tiene que medio-romper las leyes de la robótica.
Aquí radica el problema: la función básica de los robots es la de proteger a los humanos. Así como para nosotros nos sería inimaginable explicar un color a alguien ciego o con algún tipo de daltonismo, para ellos es “inimaginable” dañar a un humano. Es más, los robots que se ven en alguna situación donde un humano es dañado por su culpa, pierden la razón (o sea que sus cerebros robóticos dejan de funcionar). Si ven dos humanos peleando, los detienen porque no deben dañarse. Todo esto, por las leyes de la robótica luce obvio y normal, ¿cómo se construiría una narrativa con base en algo inflexible e inviolable como esto?
Bueno, supongamos que un hombre se está ahogando, y que al hacer la maniobra de Heimlich, el robot bien puede dañar al humano. ¿Qué hace: lo deja morir porque si no, puede dañarlo, o le hace la maniobra a pesar de poder dañarlo un poco para salvar su vida? Pues, obvio es, corre el riesgo de dañarlo un poco si el otro daño es mayor. Esto se autojustifica con las mismas leyes, pero lo contradictorio es que, de todos modos, se tiene que romper una regla. Además, hay un robot con telepatía (cosa bien densa e interesante) que, por el bien de todos, hace cositas en la mente de algunos para que salgan bien las cosas. ¿Eso no sería invasivo porque con este cambio cerebral al humano no lo está dejando decidir por sí mismo? Pues sí, pero el bien es mayor a la afectación “negativa” en cuestión.
Esta trilogía es digerible, fácil de leer, y sumamente inquietante e interesante. Incluso la tercera parte, en la que casi todo se desarrolla por diálogos; no hay escenas de acción, por decir así. Asimov es capaz de plantear cuestiones complejas con las palabras más sencillas. Aunque algunos digan que Bradbury es mejor porque su ciencia ficción es muy humana, o que Leguin es mejor porque es casi antropología lo que su literatura narra; el creador de las 3 leyes de la robótica, no se queda atrás. Hay quien dice que es tan imaginativo que es como “ciencia ficción para chavitos”; pero ese análisis es propio de alguien que podría leer mejor entre líneas. Asimov, un hombre considerado como alguien que lo sabía todo, es fácil y sencillo, y por eso sigue siendo el Titán del género, porque no necesitas ser rebuscado en tus términos y complejo en tu literatura para demostrar algo puramente genial.
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