
Cuando vemos videos en internet con títulos como Este secreto me cambió la vida y me volví el suggar daddy que siempre quise tener, en los que optimistas recalcitrantes vienen a gritarnos que “¡Querer es poder!”, es obvio que olvidan que, de vez en cuando, el contexto nos impide algo. Es natural que yo quiera ir a la playa pero conociendo mis finanzas, entonces no puedo. Sin embargo, algo es muy cierto de esa frase: sólo hace falta interés, una idea, para poder generar algo, lo que sea. Eso, obviamente, es el mundo de la literatura: una idea puede generar un poema, un cuento, una oración, hasta una novela de más de 500 páginas. El problema que nos viene a la mente, entonces, es: ¿Quién puede escribir?
Yo, personalmente, nunca recomendaría a nadie que se vuelva escritor. No es fácil, recibes poco apoyo, te tiran de loco. Es como las demás ocupaciones, en pocas palabras, pero en esta no te dan dinero de inicio, a menos que tengas suerte. Con la suficiente suerte, nunca recibirás, a cambio de tu labor, un apoyo económico. Sin embargo, la comparación es la que sigue: el trabajo hecho en casa es menospreciado porque no es una chamba. Chambear es irte a una oficina y sentarte por horas, salvar vidas en hospitales, construir casas o puentes, defender clientes en el juzgado. Eso sí es chambear. Hay gente que no recibe dinero a cambio de las labores hogareñas, y por eso, no es chamba. Escribir, queda en ese mismo contexto.
Hay algunos que eso no les importa, pero se enfrentan a otro de los demonios más nefastos del mundo literario: el elitismo.
El elitismo es una corriente interiorizada que puede desembocar en muchas consecuencias, como el machismo, la pigmentocracia o la meritocracia. Hay una de estas que yo denomino “estar apretado” que se plantea lo que sigue: no todos pueden escribir.
Resulta que hay algunos que no deberían tomarse la molestia de escribir líneas de ningún tipo, según la corriente del apretado, por varias razones, y aquí las exploramos un poco:
- Falta de medios: Si no tienes con qué, pues no intentes. Son excepciones los que escriben en servilletas o papel de baño. Evítate la pena.
- Falta de conocimiento: Debes tener una edad y un conocimiento de la vida definidos. ¿Cuáles? Pues los que te digo yo, pero nunca los que tienes.
- Habla de lo que me importa: Si tu novela/cuento/poema/cómic/canción/haiku/relato/pensamiento/etc., no se trata sobre lo que a mí me llama la atención, entonces no es de calidad.
- Haz lo que yo hago: Si no haces lo que yo hice para lograr algo, entonces tu camino está destinado al fracaso.
- ¿Qué es eso?: Si no es como yo digo que es, entonces no molestes.
Son estos los puntos que los apretados sostendrían ante alguien que se quiere introducir al mundo de la literatura, no como lector, sino como creador. Estos cinco puntos engloban todo tipo de menosprecio hacia uno u otro agente o producto literario. Están los que creen que el cómic no es literatura, sería el punto 5. Hay algunos que dicen que Harry Potter es basura porque… pues porque sí, lo cual sería el punto 3. Equis ente pensante podría sostener que a menos que hayas vivido algo en específico, entonces no te adentres a escribir de eso, lo cual sería el punto 2.
El problema es que esos puntos no son ciertos.
Así como cualquier otra labor profesional, la de escribir requiere un crecimiento y aprendizaje constantes. No es fácil escribir, como no es fácil construir casas o puentes, salvar vidas en hospitales, defender gente en juzgados ni como sentarte por horas en oficinas. Escribir conlleva mucha (pero de verdad, mucha) lectura. Leer todo, de todo, hasta para llevar. Evidentemente, porque somos humanos, nos enfocamos en una cosa, y ese género que más nos interesa es el que vamos a leer más. De eso, a decir que algún género no es bueno sólo porque no nos llama la atención, es la diferencia entre alguien que lee y un apretado.
Por favor, no sea de esos apretados que creen que hay profesiones fáciles y difíciles, no dé pena ajena.
Podríamos pensar que escriben son genios que han vivido mucho y que por eso hacen lo que hacen… Eso es una falacia de nuestro pensamiento. Rimbaud ya había publicado toda su obra a los 20 (porque en esos tiempos llegar a los 40 ya era ser un superanciano). Thomas Mann publicó su primera novela a los 25, José Saramago a los 63. De igual manera, sería absurdo decir que Malala no debía escribir nada por ser tan joven o que las novelas de Thomas Pynchon no valen la pena porque no estamos seguros de quién es él. Ni siquiera tenemos que usar “excepciones” a la regla para ilustrar eso: no importa qué edad, qué sabes, qué no sabes, tu posición económica, social, de dónde vienes, a dónde vas, tus motivos… Nada de eso importa. Eso no exime de que, si quieres escribir, debes seguir ciertas pautas de calidad, aprenderlas; pero esa es otra cuestión.
Hay que tener mucho cuidado con nuestro desconocimiento sobre una u otra profesión. Ser viejito o un experimentado de la vida o tener muchas ganas, no nos garantizan ser buenos escritores. Querer es poder cuando se trabaja y se tiene suerte, querer no siempre desemboca en poder, y poder no garantiza que no pueda ser mejor lo que hacemos. No es nuestra obligación convencer a todos de que estamos en lo correcto, ni mucho menos lograr que todos hagan lo que hacemos nosotros. Por eso la variedad es tan necesaria en todo ámbito de la vida. Si a usted no le gusta algo, excelente, busque algo que sí le gusta, pero no demerite obra ni autor sólo porque sí. No es esto un llamado a la censura, porque estamos en todo nuestro derecho de decir la razón, con base en nuestra opinión personal, por la que algo es “malo”; pero de eso a impedir el trabajo de creación de alguien más o desmotivar a alguien a que haga algo como escribir, pues ya está muy apretado. ¿Quién puede escribir? Toda persona interesada en hacerlo. Esa es la única condición: tener interés en escribir.
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