Hay, en cada uno de nosotros, un ingente deseo por situarnos en el adentro siempre a costa del afuera que ello implique. Se recorre la vida como si se tratara de clubes en los que la palabra “exclusivo” ha venido a cobrar un cierto apetecible olor. Pero exclusivo es eso, la exclusión fuera de este adentro que nos seduce y nos hace creer importantes, únicos o peculiares.

Selectos entre la broza, descollantes garbanzos de a libra con imperiosos deseos de entrar, de ser parte, de pertenecer, de compartir y departir entre esos que, endiosados, ya serán nuestros iguales. La meta del adentro es propia del empobrecido espíritu que nos tragamos desde niños. El juego, la risa y la ronda infantil son parte de esa pedagogía dicotómica de la exclusión

Adentro es un lugar injusto. Afuera es a donde en realidad pertenecemos, donde podríamos convencernos de ser nada más que un cuerpo en sí mismo, por sí mismo, para sí mismo. Afuera es la intemperie, el tiempo, el viento y la vida.

Los espero la próxima semana con otras Porquerías desde afuera

Por Antonio Reyes Pompeyo

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